“En África, un anciano que muere es una biblioteca que se quema”. Es la cita que aparece, superpuesta a un árbol imponente, casi al comienzo de Fad’jal, largometraje documental de 1979 dirigido por Safi Faye. Instantes antes, unos niños en la escuela han recitado unas líneas aprendidas de memoria sobre la vida de Luis XIV, el antiguo rey del país del que han sido colonia. A simple vista se comprenden el sinsentido de ese aprendizaje memorístico sobre un hombre que a tal distancia parece un personaje imaginario y el tajo enorme que hay entre lo que se aprende en el colegio y la realidad de la comunidad en la que viven esos niños. Lo que sigue es el retrato de la vida cotidiana, el trabajo en el campo, cómo se ara, cómo se riega, cómo se apacienta a los animales y más tarde se los desuella en el matadero, cómo se tejen cestos de palma o cómo se muele el grano.
También se ve la carga doble de las mujeres, por ejemplo en un llamativo primer plano de un niño pequeño que se mece de manera un poco brusca, y que como comprendemos en el plano siguiente, más abierto, lo hace porque está colgado de su madre, que está moliendo cereal manualmente y que lo lleva encima. Con toda esta actividad para subsistir se alternan secuencias en que el griot, el narrador oral que conoce las historias tradicionales, explica el origen del pueblo donde viven. Sus relatos son las únicas palabras que se pronuncian en la película, que gira alrededor de la transmisión de la historia. La cita que la abre proporciona una clave fundamental.
Safi Faye fue la primera mujer subsahariana directora de cine. Su película se proyectó en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes, emblema de Francia y de su cultura, y en cierto modo este hito representa una conquista de la lucha anticolonial comenzada años antes (en el cine empezó en los años cincuenta) y llevada a cabo “con las herramientas del amo”. Este es el título del ciclo de cine de verano que hasta finales de agosto ha programado el Museo Reina Sofía, en Madrid, en colaboración con la red de colectivos de Lavapiés Museo Situado y con el comisariado de Ana Useros y Chema González.
El programa se fija en el nacimiento del cine africano, en el desarrollo de los imaginarios propios y en la reapropiación y combinación de elementos cinematográficos y narrativos. Las películas más antiguas que se proyectan son Le Retour d’un aventurier (wéstern de 1966 a través del cual el nigeriano Moustapha Alassane evidencia algunos rasgos sumisos de sus compatriotas), Bon Voyage Sim (un corto animado, también de Alassane, que se especializó en la animación a raíz de su estancia en Canadá, donde aprendió con Norman McLaren), además de La noire de… y Mandabi, ambas de Ousmane Sembène, probablemente el más célebre de los cineastas africanos, que encontró en el cine una herramienta más potente y de mayor alcance que la literatura —escrita en francés—, con la que empezó su carrera. Sembène estudió cine en Moscú; Safi Faye también comenzó su carrera alentada por Jean Rouch, al igual que Alassane. No es que los cineastas africanos se desarrollasen de espaldas al cine europeo, sino que consiguieron adaptarlo a sus propios modos y temas, a menudo con mucho humor, para contar su propia vida desde dentro, más allá de las clásicas representaciones que los han limitado a un combo de belleza más pobreza extremas.
El caso quizá más evidente de apropiación del relato es de la película Africa Paradis, una coproducción de 2006 entre Francia y Benín dirigida por Sylvestre Amoussou, en la que se cuenta la peripecia de un francés blanco que, en un futuro cercano en el que Europa ha caído en la miseria y las cotas de paro son altísimas, decide, desesperado, entrar de manera ilegal en la próspera África, en busca de un futuro mejor. Por supuesto, las cosas no van a ser fáciles. Mediante este juego de inversión, la película no solo denuncia las desigualdades económicas y sociales entre los distintos países, sino también el tratamiento seudosentimental y a la postre perezoso que suelen recibir las historias de africanos rodadas por europeos.
Como explican los propios comisarios, el ciclo no pretende hacer un repaso exhaustivo de las cinematografías africanas, sino proyectar una selección de buenas películas, merecedoras de contarse en el canon, que den una idea de cómo los cineastas subsaharianos desarrollaron su cine a partir de los cincuenta, coincidiendo con las primeras declaraciones de independencia.
Lo interesante del caso es que se apropiaron de un lenguaje o un método, el cine, que para aquella época estaba muy consolidado y sofisticado.
A los propios movimientos del cine del momento, como el neorrealismo o las nuevas olas, ellos le añadieron su propia tradición, que tiende más a lo oral que a lo visual. Esa tendencia se advierte no solo en Fad’jal, sino en otras películas del ciclo y, paradójicamente, resulta en películas a veces muy silenciosas, lo que indica que quizá la oralidad no tiene exactamente que ver con la exposición constante a la palabra, sino que consiste en un modo de vivir y de transmitir las cosas.