La historia del arte es la historia de un expolio. Son decenas de miles los objetos robados, saqueados o arrancados de sus lugares de origen, sobre todo por los europeos en los periodos coloniales de los siglos XVIII y XIX. Pero han irrumpido los activistas jóvenes.
MUSEOS Están presionando a los principales museos europeos y norteamericanos para que revisen la procedencia de sus obras y devuelvan aquello que no les pertenece. "Esta nueva ética, hay que señalarlo, no ha aparecido de manera espontánea. Son las protestas públicas de las generaciones actuales las que están dando frutos absolutamente impresionantes", relata Alfredo Jaar, artista chileno, radicado en Nueva York, cuya obra se exhibe en la colección permanente del MoMA. Y añade: "Estos jóvenes están muy informados y son conscientes de los lazos que unen arte y política".
En la era de la desinformación, estos jóvenes reclaman reparación a la historia y a sus gobiernos. "Existe una generación de jóvenes que se está replanteando cómo se conserva, difunde y transmite la cultura", reflexiona desde Brasil, donde prepara la Bienal de São Paulo, Manuel Borja-Villel, exdirector del Museo Reina Sofía. El gran cambio procede de entender que la historia ya no se escribe a través de una narrativa lineal ajustada a los cánones tradicionales. Hay que comprender lo que el comisario Borja-Villel llama "momentos de la memoria". ¿Quiénes lo escriben? Las tres vigas maestras —concede— son los afrodescendientes, los indígenas y las feministas. Pueblos que han sido expoliados.
- Europa todavía no ha entendido del todo qué significa devolver. Un ejemplo. En el museo berlinés Humboldt Forum —abierto en 2020— cuelgan enormes cartelas en las que se lee: "Obras robadas", "a cambio de un genocidio" o "fruto de un expolio". Resulta una iniciativa honesta. ¡Pero están redactadas por los propios alemanes! No por la población saqueada. El discurso —denuncian los jóvenes— continúa siendo eurocéntrico, pese a algunos intentos de llevar el diálogo adonde pertenece.
Aunque hay ciertas buenas intenciones, las reparaciones son extenuantemente lentas. Hace seis años, el presidente francés, Emmanuel Macron, pidió, de forma pública, la "devolución del patrimonio africano", durante su visita de Estado a Burkina Faso. La Administración gala ha presentado, por fin, 85 páginas elaboradas por Jean-Luc Martinez, antiguo director del Louvre —quien está imputado por presunto tráfico ilegal de antigüedades egipcias con su museo homónimo de Abu Dabi—, en las que se plantea estudiar la restitución de las solicitudes de ocho países. Lo más llamativo es la devolución de los bronces del Reino de Benín (saqueados a Nigeria en 1897 por el Ejército británico), pero repartidos en instituciones europeas y estadounidenses.
Las nuevas generaciones han visto un motivo para encabezar sus luchas. "Los jóvenes de color, en concreto, han desempeñado un papel crucial a la hora de poner el tema sobre la mesa", observa Sarah Van Beurden, experta en África poscolonial de la Universidad de Ohio. Quizá lo más extraordinario es de qué forma se entrelaza el activismo climático, el feminismo o la reivindicación Black Lives Matter (BLM) con un movimiento que parecería ajeno a sus demandas.
La restitución es un cambio social impulsado por esa memoria histórica, la injusticia y la tecnología. La comunicación resulta instantánea y los movimientos se generan en pocas horas. "¿Por qué se denuncian estas obras saqueadas hoy y no antes? Porque hasta ahora la moral occidental consideraba legítimas ciertas formas de expolio y robo. Estos días, las redes sociales denuncian a enorme velocidad", corrobora Bartomeu Marí, comisario independiente.
En el centro del cambio aguardan los frisos de Atenas, creados entre el 447 y el 432 antes de Cristo, y que adornaron el Partenón. Muchos se destruyeron durante el asedio de 1687. Pero en el siglo XIX, el británico lord Elgin (entonces Grecia formaba parte del Imperio Otomano) arrancó con cincel y martillo algunas partes. Rompió, de paso, todas las normas de la arqueología. Algo que Grecia considera ilegal. Desde 1816 se exhiben en el Museo Británico. Y el país mediterráneo lleva décadas peleando por su retorno. En 2021, la firma estadística inglesa YouGov preguntó a 7.717 adultos británicos (incluidos jóvenes) a quiénes pertenecían los mármoles. El 59% contestó a Grecia y solo un 18% al Reino Unido. Es un tema de identidad de país. No son un par de ánforas. Equivale a dividir a la mitad el monasterio de El Escorial y dispersar parte de sus tesoros.
El Museo Británico quiere proponer un sistema temporal y rotatorio de cesiones de los frisos entre ambos países. Pero Grecia se opone a cualquier propuesta conjunta que contenga la palabra "préstamo". Socialmente el Reino Unido se queda solo. "Sin la concienciación de los jóvenes, incluidos los ingleses, habría sido imposible este movimiento mundial en favor de restituir los mármoles", ahonda el político heleno Yanis Varoufakis. Esto genera consecuencias. El British es un edificio viejo. Tiene 170 años y necesita reparaciones. "El presupuesto es de unos 1.000 millones de libras. Pero sus patrocinadores le van a negar esta cantidad mientras chicos británicos amenacen con boicotear la institución por tener los frisos como rehenes", avisa el antiguo ministro de Finanzas griego.