Antonio Colinas habla de misterios encendidos —es el subtítulo de Sobre María Zambrano— para referirse a las piezas que ha reunido sobre la pensadora de Vélez-Málaga y que exploran la relación que mantuvo con ella desde la primera llamada que los conectó, y que condujo a su primer encuentro en Ginebra el 28 de abril de 1984, hasta su muerte, el 6 de febrero de 1991. Durante ese periodo existió entre los dos una intensa proximidad. Colinas iba descubriendo desde un lugar privilegiado, el de la complicidad, a la mujer que tras un largo exilio volvía a su país, y también a esa filósofa extraña que eligió un camino heterodoxo para entrar de lleno en la parte más resbaladiza de la condición humana, la que está más allá del sistema y de la razón.
Este libro es muchas cosas al mismo tiempo: el testimonio de una profunda amistad que va a marcar la vida y la obra de Colinas (están sus versos de homenaje a María Zambrano), una investigación sobre lo que significa la poética radical de la filósofa (“¿Cómo convertir lo que ella llama delirio en reflexión, en razón, sin abolir tal delirio?”), la puntillosa lectura de alguno de sus grandes libros (El hombre y lo divino), la reconstrucción de distintos momentos de su vida (su época feliz en Roma, la desgarradora soledad de La Pièce, su proximidad a su hermana Araceli y a sus primos Mariano y Rafael Tomero, su relación con sus gatos y sus perros), la mirada a la intrahistoria de la Historia (su primera juventud en Segovia bajo la sombra de Machado, su Unamuno), el estallido de vida de la República (las Misiones Pedagógicas y la oportunidad de conocer “la España que permanecía oculta en el mundo rural”), el examen de sus influencias (los órficos y los pitagóricos, Platón y Plotino, Dante, Spinoza, los místicos cristianos y musulmanes...) y, sobre todo, ofrece algunas indicaciones para conocer mejor cómo recibió la España de la Transición a una de las grandes figuras del exilio.
El poeta busca sintetizar el legado de la pensadora en una palabra y elige piedad: saber tratar con lo diferente
Quizá sirvan dos momentos para entender por lo que pasó María Zambrano. Uno de ellos es anterior a su salida y lo recogió cuando, cuenta Colinas, se refirió a “aquel hombre de la camisa blanca que, el día de la proclamación de la República, en vez de creer en la muerte, en vez de creer en las dos Españas, iba gritando por las calles de Madrid: ‘¡Que no muera nadie! ¡Que viva todo el mundo!”. El estallido de júbilo, la posibilidad de inventar una España distinta. El otro, cuando, ya en el exilio de México, Alfonso Reyes le dijo: “María, donde quiera que esté hoy una persona, está llorando”. Los sueños habían quedado destrozados tras la derrota en la guerra, comenzaba su largo peregrinaje. Se volcó, de forma radical, en ese proyecto que barruntó ya en su primera juventud: “Desconfiaba del tiempo social, histórico”, explica Colinas, lo que atraía su atención era ese “tiempo regido por lo superior, por el espíritu”.
Colinas salta de lo anecdótico a lo esencial, va de los asuntos cotidianos a los desfiladeros del pensamiento de María Zambrano, establece puentes con su obra y con la de otros poetas, se afana por reconstruir algunos momentos decisivos de algunas imponentes figuras que construyeron la cultura de este país.