Cuando Leonora Carrington murió, en mayo de 2011 en la Ciudad de México, había cumplido 94 años y estaba considerada como una de las grandes artistas del siglo XX. Ya eran bien conocidas sus pinturas pobladas de mujeres y de bestias nacidas en un mundo propio alimentado por el folclore, los rituales religiosos y lo oculto. Nacida en Gran Bretaña, en México dejaba casa, su familia (el fotógrafo Emeric Weisz y sus dos hijos, Gabriel y Pablo) y, sobre todo, sus dos mejores amigas y cómplices de vida: Remedios Varo y Elena Poniatowska. Las tres mujeres, mexicanas en agradecimiento al país que las acogió, tuvieron un papel esencial en la rica vida cultural que el país vivió durante las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Carrington, nacida en 1917 en Lancashire (Inglaterra), fue despedida en la prensa mundial como la última representante del mundo surrealista de André Breton, Man Ray y Joan Miró.
Hasta entonces, el gran público europeo no había tenido la suerte de contemplar su obra en grandes exposiciones ni de conocer muchos de los detalles de una vida de auténtica película de aventuras. Fue su amiga Poniatowska la que más se adentró en la vida íntima de la inglesa con el libro Leonora (Seix Barral, 2011). Con forma de biografía novelada, es el mejor retrato que hasta la fecha se ha publicado de la artista. Medio siglo de intensa amistad entre ambas hizo posible un libro en el que se narra una vida apasionante que se entrecruza con la de otros grandes protagonistas del siglo XX: Paul Éluard, Salvador Dalí, Pablo Picasso, Marcel Duchamp, André Breton, y el que fue el hombre más importante de su vida: Max Ernst. La pareja se había conocido en los ambientes artísticos parisinos de 1939.
Él, alemán y artista ya reconocido, estaba casado y tenía 48 años. Ella solo tenía 22 y una larga trayectoria de enfrentamientos con su adinerada familia. Los dos lo dejaron todo y se escaparon a vivir su amor a Saint-Martin-d´Ardèche, un pequeño pueblo situado cerca de Aviñón. Allí creaban y vivían obedeciendo solo a sus instintos más primarios hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi de Francia. La Gestapo se lo llevó a un campo de internamiento y Leonora se lanzó a una frenética carrera para conseguir su liberación.
Esa brusca separación es el momento en el que arranca la novela gráfica titulada Leonora Carrington en España (Turner) con dibujos y textos de María Luisa Fruns. El cómic se suma a la ola de acontecimientos centrados en divulgar la obra de Carrington como fue la espléndida exposición que le dedicó Mapfre en febrero de 2023 o el documental El Juego Surrealista realizado por Javier Martín Domínguez con una extensa conversación con la artista en su casa y en su estudio mexicano.
La exposición, el documental y las propias memorias publicadas por Leonora (Memorias de abajo) han servido a María Luisa Fruns para recrear lo que se considera la pesadilla española de Leonora Carrington. La autora escogió el paso por España de Carrington porque considera que es un tiempo determinante en su vida. Su estancia en Madrid en plena Guerra Civil, la violación grupal por parte de unos requetés y su traslado por orden paterna al psiquiátrico de Santander son los momentos más oscuros de la vida de la artista.
Los textos y dibujos recogen las palabras de Carrington para describir su reacción en el momento en el que la Gestapo se lleva a Ernst en mayo de 1940 al campo de concentración: "Estuve llorando varias horas en el pueblo; luego volví a mi casa, donde me pasé 24 horas provocándome vómitos con agua de azahar, interrumpidos por una pequeña siesta. Esperaba aliviar mi sufrimiento con estos espasmos que me sacudían el estómago como terremotos".
Fruns dibuja a Leonora trabajando en las vides de manera obsesiva. Sin descansar, sin comer y solo ingiriendo alcohol. Hasta que un día le visita una amiga de su opulenta infancia británica, Katherine Yarrow, y un amigo húngaro, Michel Lukacs, quienes la convencen de que tiene que salir de Francia y huir a España y gestionar desde allí un salvoconducto. En un Fiat salen hacia Andorra. Entran por la Seu d´Urgell para llegar a Barcelona y de ahí toman el tren hasta Madrid. Durante el viaje, Leonora se siente bloqueada y agarrotada. Las carreteras están flanqueadas por féretros y de los vehículos que les preceden cuelgan brazos y piernas de los muertos.
En Madrid busca oficiales que le puedan dar un pasaporte o salvoconducto para Max Ernst. Ajena a los terribles efectos de la Guerra Civil, en la novela se ve a Leonora entrando y saliendo de los hoteles y caminando como un fantasma por las calles de una ciudad enferma. En el hotel Roma de la Gran Vía se encuentra con un holandés judío del que ella sospecha que tiene relaciones con los nazis. No obstante, le da todos sus papeles. Durante uno de esos paseos, se encuentra con un grupo de requetés que la arrastran hasta un coche. La meten dentro y se la llevan hasta un edificio de ladrillo. Entran, le arrancan la ropa y la violan una y otra vez. Después, desgarrada y herida, la sueltan en las cercanías del Retiro.