La paulatina reconquista vegetal de las calles

También en los pueblos, para sanear la vida urbana, la vegetación trata de ganarle el pulso a la presencia de los automóviles

En junio, durante la fiesta del Corpus, algunos pueblos, como Ponteareas, en Pontevedra, se llenan de ofrendas de flores que tejen alfombras y convierten la calle en un salón urbano. Eso sucede junto a la plaza Bugallal. Hasta hace poco, ese enclave no era más que una rotonda de tráfico —donde el coche era el principal protagonista—. Hoy es un lugar de encuentro, descanso y vida peatonal.

Los arquitectos Elizabeth Ávalo y Gonzalo Alonso llevan lustros haciendo más amable la vida en las calles gallegas. Se sirven de las huellas de la tradición, de entender qué ocurrió en las plazas, cómo fueron usurpadas del paseo de los vecinos, y de su destreza plástica para ir reconquistando la calle, los pasos, el silencio y la descontaminación de las rúas.

Lo que hacen estos arquitectos no consiste únicamente en cerrarle el paso a los coches. Su reconquista urbana es vegetal. Y social. Con las jardineras llega la sombra, bajan los grados, se reducen los ruidos, se sanea el aire y se sientan los vecinos. Regresa la vida en la calle, ese camino de convivencia que es también una educación. ¿Cómo se cambia la manera de utilizar un espacio? Los árboles tienen mucho que decir.

En esta plaza, hileras longitudinales de árboles —perales al norte, cerezos al sur (porque son más bajos y tienen una copa mayor)— cosen la plaza con las calles aledañas y el arbolado de las áreas de estancia. Para la sombra se han plantado hayas, robles, árboles del amor, liquidámbar y tilos de mayor o menor porte en función de su ubicación. Aunque un jardín necesita diez años para llegar a ser, aquí se ha cuidado lo poco desde el principio. “En un par de años los árboles ofrecerán entre cinco y siete metros de radio de sombra”, explican los arquitectos. Es decir: cubrirán un alto porcentaje de la plaza durante el verano y la liberarán en las estaciones frías con la caída de la hoja.

Con el tráfico comprimido, en la plaza de Bugallal, “ahora el peatón es el que marca los tiempos, por lo que puede utilizar con mayor libertad todo el ámbito, como hacía pocos años atrás”, explican los arquitectos. Son las jardineras trapezoidales, diseñadas por los arquitectos a partir de referencias a los pétalos de flores que forman los tapices florales, las que ordenan el nuevo espacio. Sobre un suelo de hormigón, que integra los pavimentos pétreos originales, las jardineras protegen al viandante, generan zonas de estancia y ordenan visualmente el entorno. La forma de pétalo no es un capricho ni una mera referencia formal, sirve también para organizar la circulación: las calles, la que llega desde la Iglesia de San Miguel y dos más, peatonalizadas, que desembocan en la plaza.

Pero lo más curioso de este lugar de encuentro es que es tanto una plaza para quedarse sentado como un espacio para poder despejarlo. Con los bancos perimetrales, el centro de la plaza puede utilizarse para instalar mercadillos, juegos de pelota o, por supuesto, las alfombras florales que se tejen durante el Corpus. La iluminación participa de esos recorridos: a la existente, perimetral, se ha añadido la de los nuevos cruces, del deseo, que irán dibujando los paseos y encuentros de los ciudadanos con su plaza.

Coste del proyecto según los arquitectos: 4.015 euros por metro cuadrado.

 
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