El asesinato de una mujer durante un atraco en la plaza madrileña de Tirso de Molina y la revuelta en las banlieue francesas, después del homicidio de un menor en un control policial, han desatado una ola de declaraciones racistas en los partidos de la ultraderecha, entre ellos el español Vox, y en la prensa que jalea a estas formaciones políticas, que ocupan cada vez mayores espacios de poder en Europa y Estados Unidos.
IDEOLOGÍALo extraño no es que los ultras sean racistas, es una de las bases de su ideología; lo que parece chocante es la forma abierta e indisimulada con la que se muestran esos sentimientos.
Se ha convertido en moneda corriente la teoría del Gran reemplazo, un repugnante bulo que mezcla el antisemitismo con el racismo, porque acusa, entre otros al financiero George Soros, un judío, de promover la llegada masiva de inmigrantes musulmanes para sustituir a los blancos cristianos, que según esta visión racista del mundo son la esencia de Europa.
Todo tiene sus límites, claro: el ministro de Economía de Finlandia, el ultraderechista Vilhelm Junnila, tuvo que dimitir tras diez días en el cargo por sus declaraciones racistas. Junnila había elogiado al Ku Klux Klan en sus redes sociales y había hecho guiños al número 88, en referencia a Heil Hitler.
Eso era de sobra conocido cuando fue nombrado para ocupar uno de los puestos más importantes en cualquier Gobierno.
- No es una sorpresa el arraigo de la ultraderecha en los países del norte de Europa —antes de la matanza de Utoya, el nazismo oculto había sido tratado por los grandes autores de novela negra nórdicos como Jo Nesbo, Stieg Larsson o Henning Mankell—. Lo aterrador es que no se trata de movimientos subterráneos, sino de cosas que se dicen a plena luz del día.
Numerosas sociedades han basado —y algunas basan— su estructura en el racismo.
El color de piel, la pertenencia a una casta o a una religión puede marcar para siempre la vida de una persona. Muchos de los discursos ultras que se escuchan cada vez con mayor insistencia parecen añorar aquellos tiempos.
Una de las grandes obras literarias del siglo XX, Matar a un ruiseñor, con la que Harper Lee ganó el Premio Pulitzer en 1961, describe la vida en un pueblo de Alabama en los tiempos de la segregación racial contra los negros.
Es una novela sobre prejuicios raciales y sobre un hombre honesto, Atticus Finch, que decide enfrentarse a ellos defendiendo a un negro injustamente acusado de violación.
Su valentía casi le cuesta la vida a su hija. En la biografía de Harper Lee, Mockingbird, Charles J. Shields relata el tipo de imágenes que marcaron la infancia de la escritora. "En 1931, cuando tenía cinco años, un centenar de miembros del Ku Klux Klan se reunieron en el parking de la escuela de Monroeville para hacer una demostración de fuerza".
También cuenta la historia de una compañera de universidad que, por error, se sentó en la parte del autobús reservada a los negros. "Todo el mundo me miró como si me fuesen a matar", relató la amiga de Harper Lee.
Los que defienden el regreso a una sociedad basada en las razas y no en la libertad y la igualdad deberían preguntarse si quieren vivir en un lugar como el que describe Matar a un ruiseñor.
En una de las frases más famosas de la novela, Atticus Finch le explica a su hija que "uno no comprende realmente a una persona hasta que se mete en su piel y camina dentro de ella".