Las grandes obras de la literatura siempre tienen algo de universal y de imperecedero y eso hace que muchas veces resulten inquietantemente premonitorias. Algo así pudo haber pensado William Shakespeare cuando, según las teorías de algunos historiadores y expertos, formó parte de la delegación inglesa que en 1605 viajó a tierras castellanas para firmar la paz entre Felipe III y Jacobo I. El Bardo de Avon habría pisado Valladolid justo el mismo año en el que estrenó El rey Lear, pieza teatral que narra una intrincada historia en la que el rey de Bretaña reparte en vida su reino entre sus tres hijas. Cordelia, el vástago menor, se niega a adular a su progenitor y este, en represalia, la deshereda. Finalmente, la hija díscola encontrará afecto en el rey de Francia, mientras que sus hermanas, que gozaban de la herencia anticipada, terminarán levantándose contra el padre.
La historia del padre traicionado por sus hijos resuena en la monarquía española como si el fantasma del rey Lear se hubiese quedado a vivir en Valladolid. Felipe IV se dedicó a desmontar la red de corruptelas tejidas durante el reinado de su padre; Carlos II cedió y perdió muchos de los territorios que su progenitor había atesorado; Alfonso XII se casó con la hija de uno de los grandes enemigos de su madre y reinó aceptando el destierro de Isabel II; Alfonso de Borbón y Battenberg desafió a Alfonso XIII y renunció al trono para poder casarse con una "plebeya"; y Juan Carlos I se convirtió en rey sin el beneplácito de don Juan. Y así llegamos hasta los tiempos de Felipe VI, a quien le toca lidiar con el exilio paterno, aparentemente voluntario pero indeseado en la intimidad por la Familia Real y el emérito.
El rey Juan Carlos y su hijo, el príncipe Felipe, en un partido de tenis en 1977.
Shakespeare decía en su Cuento de invierno que la autoridad es un terco oso al que a menudo se le conduce por la nariz con oro. Algo parecido habría ocurrido con el primer rey de la democracia. "Entendía que estaba haciendo ganar mucho dinero a mucha gente y no aceptaba que él no se llevara su parte.
Los excesos de Juan Carlos I fueron su perdición y lo llevaron a perder el trono que tanto le había costado conseguir. Entonces llegó el exilio, la peor pesadilla de Romeo Montesco. "El exilio me causa más miedo que la muerte. No me hable de exilio", le dice el protagonista de la tragedia a Fray Lorenzo tras ser condenado al destierro por acabar con la vida de Teobaldo Capuleto. "Te ordena que dejes Verona; pero no te preocupes; el mundo es muy ancho", le replica el fraile franciscano, su consejero. "Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación. Exiliarme de Verona es como exiliarme de la Tierra. Lo mismo me da que digas muerte que exilio. Te ruego que con un hacha de oro troces mi cabeza, y luego te carcajees del golpe mortal", suplica el Romeo de Shakespeare.".