´Matar al director´, de Bru Rovira: una catarsis contra la decadencia de los medios

El histórico corresponsal Bru Rovira escribe una novela para vengar, con más ironía y humor que acritud, a toda una generación de reporteros jubilados antes de tiempo, en la que también retrata la crisis del periodismo veraz

El periodista Bru Rovira fue durante años uno de los grandes corresponsales de guerra de la prensa española, que antes de la gran recesión de 2008 poco tenía que envidiar en su conjunto a las coberturas internacionales de los mejores medios del mundo. La crisis desencadenada por el crash financiero global afectó con especial virulencia a la industria de los medios de comunicación, que se encontraban muy desorientados por la quiebra de su modelo de negocio tradicional, pero en España fue si cabe más brutal aún: el sector estaba particularmente sobreendeudado, más atrasado en la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos y con una pulsión propia muy extendida en las empresas para desembarazarse de los periodistas veteranos, forjados en una cultura respondona y en muchos casos con raíces en el imaginario del Mayo del 68, que algunos directivos estaban determinados a extirpar de las redacciones costase lo que costase. Aprovecharon la crisis para sacárselos de encima.

Muchas cabeceras echaron en aquella época a algunos de sus mejores periodistas con todavía muchos años buenos por delante, un fenómeno que también afectó a, y que sufrió en sus carnes Bru Rovira. Ahora, el histórico corresponsal de guerra del gran diario barcelonés se sirve de una novela policiaca para vengar, con más ironía y humor que acritud, a toda una generación jubilada antes de tiempo y ajustar cuentas con los directivos que cometieron el crimen sin que pareciera importarles lo más mínimo la descapitalización de las redacciones ni la cada vez más endeble capacidad del periodismo para hacer frente a los abusos del poder.

En el libro, la subinspectora Matilda Serra, antigua reportera de guerra en Bosnia y de alguna manera alter ego del autor, debe resolver el extraño asesinato de un poderoso director de periódico, que pese a ser un personaje de ficción evoca a José Antich, el exdirector de La Vanguardia que forzó la salida prematura de la vieja guardia del periódico y que hoy dirige El Nacional, grupo mediático próximo a Carles Puigdemont.

En esta historia, la trama en sí es casi lo de menos: lo más interesante es el retrato de la decadencia de los medios —una tendencia que felizmente parece camino de revertirse en la medida en que se están consolidando nuevas fuentes de ingresos, como las suscripciones digitales—, así como la trabazón entre el poder económico, político y mediático, a menudo con submundos de corrupción inconfesables.

El libro es asimismo un homenaje a los perdedores: a la Barcelona plebeya y libertaria donde transcurre la acción, con epicentro en el barrio del Raval, en evidente retroceso frente a la modernidad del turismo de masas y el avance del capital, y también a determinada forma de ver y vivir el periodismo que va camino de la extinción ante la revolución tecnológica y la precariedad del sector. Algunos referentes de la vieja escuela periodística incluso aparecen en cameos, como los añorados José Martí Gómez y Ramón Lobo, que a veces sirven al autor para difundir máximas profesionales.

Con toda seguridad, Ramón Lobo, fallecido en 2023 y gran amigo del autor, se desternillaría no solo con los muchos guiños periodísticos del libro, sino en particular con el método salvaje y macabro utilizado para dar muerte en la novela al director. En realidad, la escena imaginaria precede incluso al libro: supone una catarsis ante toda una época ominosa de la prensa de este país y una magnífica excusa para construir a su alrededor una novela que es también el testamento de una época que no volverá.