La ilustración, el humor, el periodismo y el arte se cruzan en una tierra un poco difusa de la que Saul Steinberg (Râmnicu Sarat, Rumanía, 1914 – Nueva York, 1999), fue rey y soberano a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Conocido por su trabajo como ilustrador y viñetista para The New Yorker —llegó a escribir que la revista era su "refugio, patria y red de seguridad"—, el encaje de Steinberg en la historia del arte en mayúsculas se ha visto diluido por su vínculo con el papel impreso, el empleo del humor como vehículo del pensamiento y el carácter casi verbal de sus ilustraciones. También por el talante camaleónico de un autor que hizo de la imitación y la falsificación importantes herramientas creativas, y que mezcló en sus dibujos retazos de todas las vanguardias artísticas de su siglo.
Para el crítico Harold Rosenberg, es "el único artista de EE UU al que no se ha asociado con ningún movimiento ni estilo artístico". El mismo Steinberg añadió que el mundo del arte no sabía dónde situarlo, y precisamente a eso aspira la exposición Saul Steinberg, artista, recién inaugurada en la sede madrileña de la Fundación Juan March.
La muestra es la primera retrospectiva completa de su obra realizada en España, con el antecedente de una exposición más reducida realizada en el IVAM de Valencia en 2012. Su comisaria, Alicia Chillida, cumple con ella un proyecto iniciado y detenido hace décadas, cuando la muerte de Steinberg truncó la retrospectiva pionera que estaban preparando para el Museo Reina Sofía. Su heredera, hoy, es una minuciosa recopilación de más de 400 piezas: dibujos, murales, collages, pinturas, grabados, fotografías, libros de artista o revistas. Entre ellas, parte de las 115 obras que la Saul Steinberg Foundation, depositaria de todo su legado, ha donado a la institución madrileña.
Con todo ese material, se pretende hacer un relato lineal (aquí el adjetivo es intencionado) de la vida, el trabajo y las obsesiones de Steinberg, empezando por su personalidad errante y cosmopolita: su obra no se entiende sin la ciudad de Nueva York, en la que vivió, cuya riqueza social, artística y arquitectónica fue una permanente fuente de inspiración, pero tampoco sin atender a su condición de refugiado y emigrante, que fue a la vez destino y carácter.
Su primer gran viaje, huyendo del antisemitismo de la Universidad de Bucarest, le llevó con 19 años a Milán, donde estudió Arquitectura y comenzó a colaborar como ilustrador para la revista satírica Bertoldo. En 1941, espantado por la Italia fascista y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, decidió viajar a Estados Unidos. Inició un periplo que le llevó a Lisboa, de vuelta a Milán, luego a Nueva York y, al ser rechazado por las autoridades migratorias, a República Dominicana. Dos años después, ya con su visado en regla, se enroló en el ejército estadounidense y pasó la guerra destinado en China (entrenando a la resistencia contra los japoneses), India, Argelia e Italia, donde dibujó para el ejército historietas satíricas contra los nazis.
Ese trasiego marcó la vida de Steinberg. Le contagió una pasión permanente por el viaje y la exploración (por ejemplo, recorrió todo EE UU en un Cadillac de segunda mano comprado a Igor Stravisnki). También despertó en él una fascinación por los sellos, pasaportes y documentos oficiales —para un refugiado de guerra, un sello de caucho bien puesto puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte—, que Steinberg se dedicó a deformar y falsificar a lo largo de toda su vida. Finalmente, los años en el ejército le permitieron retratar en directo la vida de los soldados y el efecto de la guerra, colaborar a distancia con The New Yorker enviando porfolios dibujados de la vida militar y, después, recopilar todo ese material en su primer libro, All in Line (todo en línea) (1945), cuyo éxito inmediato le proporcionó la fama y la fortuna económica que ya no le abandonarían.
El título de ese primer libro es también el de uno de los capítulos de la exposición, y da otra de las claves de la obra de Steinberg. La línea como técnica de dibujo se despliega en su trabajo con un virtuosismo increíble; es el rasgo más reconocible de su obra, pero también es el centro de gravedad de toda su creación. Si Steinberg se consideraba a sí mismo un "escritor de imágenes", la línea es la caligrafía dibujada con la que retrató el mundo que le rodea, y a sí mismo.
A partir de la línea, Steinberg desarrollaría una ingente producción como ilustrador de prensa, publicidad o postales navideñas, como diseñador textil o como autor de obra original destinada a las galerías de arte. El fundamento de su obra es autobiográfico, aunque frecuentemente la "autobiografía" de Steinberg apele a nuestra propia identidad. "Es el hombre que dibuja al hombre que dibuja al hombre que dibuja al hombre", en palabras de Alicia Chillida. Un juego de reflejo y representación realizado con un humor típicamente steinbergiano que irá complicándose y combinándose con otros estilos y técnicas artísticas. En Steinberg, como refleja la muestra, el estilo es una herramienta más: una de las características más actuales de su obra es la idea de imitar estilos ajenos (de nuevo, su querencia por lo falso) para conseguir un determinado efecto narrativo.
La catarata creativa de Steinberg culminó en sus últimos años en una serie de ilustraciones tridimensionales que cierran la exposición y muestran sus herramientas de trabajo y objetos personales en una nueva autobiografía material: engañosos libros y discos de madera, reglas y lápices en trampantojo, postales y bocadillos de cómic dibujados y tallados sobre tablero. Estas "mesas" transforman sus dibujos lineales en realidades físicas pero falsificadas, objetos artísticos permanentes que, ante la pregunta inicial de si Saul Steinberg merece un papel principal en la historia del arte del último siglo —o si, en su propia expresión, es un "artista de museo"— responden con una rotunda respuesta afirmativa.