En 1618, García Da Silva y Figueroa, embajador de la España de Felipe III en Persia, fue el primer occidental en identificar correctamente las ruinas de Persépolis. La capital del imperio aqueménida (550-330 a.C.), así se autodenominaban los persas de entonces, había permanecido en un olvido relativo desde que Alejandro le prendió fuego en el 330 a.C., cediendo al deseo de la cortesana Tais y como venganza por el incendio de Atenas por Jerjes en la Segunda Guerra Médica. Ese imperio olvidado dio nombre a una excelente exposición del Museo Británico que hace unos años nos visitó en el CaixaForum de Barcelona y nos reeducó la mirada y la sensibilidad hacia la antigua Persia. La escritura cuneiforme hubo de esperar al siglo XIX para ser descifrada y, en general, las historias sobre los persas aqueménidas se escribían a partir de las fuentes clásicas o la Biblia, construidas con tintes de orientalismo y a partes iguales a partir de ficta y facta, conjuras de harén sobre el bárbaro oriental, sobre el despotismo asiático y el Bárbaro por antonomasia: el Gran Rey de Persia.
Hace más de cuatro décadas que los estudios sobre el mundo persa se han liberado, aunque no suficientemente, de los prejuicios orientalistas y europeocentristas de los autores clásicos, insustituibles pero tendenciosos al narrar las luces y las sombras de su gran enemigo de frontera. El cine o el cómic no se han librado tampoco de ese cliché orientalista, baste recordar 300 de Frank Miller o de Zack Snyder, y no son pocos los nombres como Pérez-Reverte que apelan al valor de los hoplitas espartanos en las Termópilas para recordarnos que allí Europa eligió la libertad de la democracia, el ser hijos de la razón frente al fanatismo y la esclavitud del despotismo oriental. Pionero en esa labor de cambiar de paradigma historiográfico al estudiar a los Aqueménidas fue Pierre Briant, al que acompañaron no pocos investigadores de otras latitudes como Helen Sancisi-Weerdenburg, Ámelie Kuhrt o Josef Wiesehöfer. En nuestro país no existen muchos investigadores dedicados al estudio de la Persia aqueménida, muy al contrario del caso anglosajón, en donde historiadores como el galés Lloyd Llewellyn-Jones han continuado una tradición consolidada en el mundo académico y que incluso ha despertado el interés del gran público con la novela histórica o el ensayo, con nombres superventas como Paul Cartledge con Termópilas, Tom Holland con Fuego persa o Barry Strauss con La batalla de Salamina. Estos casos se explican fácilmente porque la historia militar nunca pasa de moda, pero el mérito de Llewellyn-Jones es que a su solvencia como historiador al evitar el orientalismo se suma la habilidad narrativa o el haber creado una colección de estudios sobre la antigua Persia en la Edinburgh University Press. No es la primera vez que su prolífica pluma acerca a especialistas y profanos su saber, también sobre la historia de Grecia. Casi coetáneo a Los Persas fue su Ancient Persia and the Book of Esther: Achaemenid Court Culture in the Hebrew Bible y antes nos brindó un espléndido King and Court in Ancient Persia 559 to 331 BCE.
Si quizás nos quede como asignatura pendiente la traducción castellana de la magna Histoire de l´empire perse: De Cyrus à Alexandre de Pierre Briant, apuestas audaces como las de Ático de los Libros son bienvenidas para ofrecernos una apasionante historia de la Persia aqueménida sin tintes de orientalismo, para reconocer que los persas fueron el primer pueblo de la historia en crear un imperio multiétnico y multicultural y que ni es verdad, como se repite desde Los persas de Esquilo, que en Maratón o Salamina un puñado de soldados salvasen a la civilización, como le gustaba decir a Spengler o Sánchez Mazas, ni que las victorias de los griegos sobre los persas, como gustaba decir a Condorcet o Stuart Mill, salvasen a la civilización. Celebremos el ser herederos de Grecia, pero sin menospreciar nuestra deuda con Oriente, aplaudiendo las luces y censurando las sombras de ambas civilizaciones. Es verdad que los griegos ganaron esas épicas batallas, pero no es menos verdad que los persas tras las Guerras Médicas arbitraron a placer la política de las ciudades-estado griegas hasta la llegada de Alejandro. Pero si no somos capaces de explicar y comprender lo que sucedió realmente, ayer y hoy, Vae victis!, ¡Ay de los vencidos! ¡Ay de nosotros mismos!