A veces la muerte es un símbolo que sobrevive al mar del tiempo. Centenares de años después de su asesinato a instancias del obispo Cirilo, Hipatia —intelectual de estilo renacentista que defendió la separación de poderes entre Iglesia y Estado— pervive asociada a la lucha por el compromiso y la libertad, y leer o escuchar su nombre es habitual en proyectos científicos, en escuelas, clubes de lectura, en institutos, calles o cafés.
Su figura fue invocada por Voltaire, Edward Gibbon o Bertrand Russell. Sobre su vida se han hecho documentales y películas como Ágora, de Alejandro Amenábar. En su popularísima serie de televisión Cosmos, Carl Sagan trató la muerte de Hipatia así: “En el año 415, cuando iba a trabajar, cayó en manos de una turba fanática de feligreses de Cirilo. La arrancaron del carruaje, rompieron sus vestidos y, armados con conchas marinas, la desollaron arrancándole la carne de los huesos. Sus restos fueron quemados, sus obras destruidas”.
Los años vuelan, pero el recuerdo de la alejandrina regresa una y otra vez. Es una especie de pop star de la Antigüedad que se adapta a cada época y sobrevive al paso de los siglos. En estos momentos está en marcha Hypatia I, una misión de dos semanas liderada por científicas catalanas en la Estación de Investigación del Desierto de Marte, en Utah, donde han probado, entre otras cosas, un protocolo de comunicaciones con la Tierra. Cada 15 de marzo se celebra el Día de Hipatia para impulsar la investigación científica femenina, y la rapera Gata Cattana —que cantaba aquello de “Yo no camelo perfumes de Nina Ricci, soy más de libros de la Silvia Federici”— nombraba a Hipatia como una de las muchas “hijas de Eva buscando una luz”. Y son muchos más los que siguen recordándola: a finales de 2022 se reeditó la novela Hypatia, de Charles Kingsley (Legare Street Press); en Morir por las ideas. La peligrosa vida de los filósofos (Anagrama, 2022), el ensayista Costica Bradatan reflexiona sobre su brutal muerte, y también la de otros filósofos como Sócrates o Giordano Bruno.
La pregunta es: ¿hay alguien hoy —como Hipatia hace siglos— dispuesto a morir por defender sus ideas?
“Los filósofos viven al borde del abismo, porque la mayoría de las personas buscan respuesta en la religión, no en la filosofía”, reflexiona Bradatan. Para el autor rumano, la pensadora alejandrina vivió la filosofía como una especie de religión secular y su asesinato —como antes la muerte de Sócrates— representa el nacimiento y la consolidación de la filosofía, una especie de fundación a partir de actos sacrificiales. “Son muertes violentas de carácter público, que tienen cierta conexión con la idea de los mártires”, apunta en conversación telefónica.
Bradatan, que describe la muerte como “un escándalo metafísico”, recoge en su libro una reflexión de Pasolini según la cual la muerte es el editor, el que traduce nuestra vida, porque cuando la estamos viviendo es intraducible y esta carece de significado. Si esto es así, la muerte de Hipatia —filósofa neoplatónica, matemática, astrónoma y docente, devenida después símbolo de la Ilustración, el Romanticismo, el protestantismo, el cientificismo o el feminismo— representa la lucha de la razón frente al fanatismo, un combate por el que dio la vida.
Una pensadora libre
Hipatia sabía que su posición abierta ante la creciente cerrazón cristiana podía ser un peligro. “Era muy consciente de la posibilidad de asesinato, pero también muy valiente. En nombre de sus principios, era capaz de hacer lo que fuera necesario”, apunta Silvia Ronchey, una de las mayores expertas en la figura de la pensadora alejandrina.
Para esta investigadora italiana, la de Hipatia no fue una muerte religiosa, sino una muerte política. “Murió por la libertad de pensamiento, por enfrentarse al fundamentalismo. Fue su posición moderada lo que hizo que la asesinaran”. Su instigador fue el obispo Cirilo, y aunque en la historiografía católica se habla de tumulto callejero, Ronchey revela que en realidad no fue así: “No era un tema de paganos contra cristianos. Hipatia tenía muchos estudiantes cristianos y no era una radical pagana. Probablemente incluso enseñaba cómo mediar con la nueva religión”, explica. Pero Hipatia defendía la separación de poderes entre Iglesia y Estado, mientras que Cirilo ansiaba concentrar todo el poder político. Tras su muerte, en su ciudad se produjo un importante éxodo de intelectuales y filósofos, que huyeron a Atenas en busca de seguridad.
Más allá del contexto histórico, el enfrentamiento entre la duda y el dogma, entre la apertura de miras y el fanatismo es un drama originario arquetípico. Sigue siendo “un conflicto eterno, que todavía no ha acabado, por el que muchos se juegan la vida, como podemos comprobar en Ucrania o por lo que sucede con las mujeres en Irán”, reflexiona esta experta en Bizancio.