Dice Alejandro Zambra en el blurb promocional de Atusparia (Random House, 2024) que "seguirle la pista a Wiener es uno de los pocos lujos que nos quedan". El verbo es especialmente concreto, porque leer a Gabriela Wiener (Lima, 49 años) siempre da la impresión de perseguir algo del tiempo. Cuando en los círculos de izquierdas a duras penas se empezaba a desromantizar el amor y el placer, antes de la última ola feminista, Wiener probaba límites en sus crónicas sexuales. Cuando se empezaron a poner las identidades en el centro de la conversación, desmontó violentamente sus propias etiquetas en Huaco retrato (Random House, 2021). Ahora que la hegemonía de lo woke parece flojear y la progresía debe elegir por donde tirar, Wiener abandona el yo para inventar una especie de parábola política sobre las luchas intestinas de la izquierda.
Lo primero que sabemos es que Atusparia es un colegio comunista peruano que toma el nombre de un líder campesino indígena asesinado en 1885. Más tarde, Atusparia será también el sobrenombre de la protagonista de la novela, que después de estudiar en esa escuela será una política de izquierda derribada por el lawfare y condenada al encarcelamiento en un complejo de alta seguridad perdido en la selva amazónica. Representa que el colegio que narra Wiener, parecido al que ella asistió, fue fundado por peruanos graduados en la Universidad rusa. Eso es antes de la caída del muro de Berlín, Latinoamérica se rebela contra el imperialismo yanqui y esa escuela es una especie de burbuja donde la ilusión del comunismo es posible. Allí los niños aprenden ruso, ajedrez (que será metáfora recurrente), pero también bailes folclóricos peruanos, porque la línea pedagógica es el resultado de enfrentamientos entre el comunismo internacionalista y un indigenismo creciente en el país. Como esta, el libro está plagado de oposiciones que resultarán familiares a cualquiera que haya asistido a una asamblea o una conferencia en un centro cultural, y Wiener se aleja con gracia antes de tener que resolverlas.
Durante la primera mitad de la novela, leemos Atusparia con una voz en que Wiener encuentra un muy buen equilibrio entre lo lírico y lo teórico, siempre mesurada pero nunca opaca ni ejemplarizante. La segunda mitad, en cambio, es un divertimento. De la narración ordenada en primera persona, la autora pasa a reunir cartas, informes policiales, entrevistas o cuentos, como si fuera imposible pensar en la deriva de la izquierda sin llenarlo todo de ruido. La historia ya ha sido tan bien planteada en la primera parte que todos estos recursos metaliterarios llegan sin correr el riesgo de perder al lector, y el juego sirve para matizar, a veces con sentido del humor.
Todo este entramado hace de Atusparia una novela muy distinta de las anteriores de Wiener, pero a la vez algo en su núcleo hace reconocible a la autora. En este libro, como siempre en Wiener, lo personal es político, pero no de la manera que se repite en consignas simplistas. Lo político y lo emocional se mezclan de una forma más pasional que interesada o victimista: la protagonista aprende nociones revolucionarias a la vez que la posibilidad de ser aplastada por el entorno (afirma que la "verdadera perestroika" de una adolescente es el descubrimiento del amor); sus decisiones políticas tienen más que ver con el deseo que con la ideología; y la traición amorosa y la política son indistinguibles. La intención es zarandear una izquierda adormecida y a la defensiva en todo el mundo, a ver si puesta ante el mito revolucionario se vuelve a acordar de ser propositiva.
La premisa de Atusparia era arriesgada y funciona porque en Wiener siempre hay una tensión moral que permite que sus libros capturen el ambiente sin someterse a él. La autora interpreta el bloqueo de la izquierda o la historia política de su país como quien reescribe una relación amorosa desde el despecho. La idea está clara y la anuncia citando a Manuel Scorza: "Cuando todo lo demás no funciona aún nos queda este tribunal para apelar, el gran tribunal de apelación de la literatura". Atusparia es la venganza de Gabriela Wiener.