Desde las colinas de Cannes casi no se escucha el rumor del festival de cine de la ciudad, que llegará a su fin en pocas horas. En la terraza de un hotel del barrio donde creció, con vistas sobre la bahía que enamoró a Picasso y a Bonnard, Jean-Baptiste Andrea (Saint-Germain-en-Laye, 1971) recuerda el día que le cambió la vida: la mañana de otoño de 2023 en que ganó, contra todo pronóstico, el premio Goncourt, el más importante de las letras francesas, tras una reñida votación en 14 rondas. Lo logró con su cuarta novela, Cuidar de ella (AdN), protagonizada por Mimo, un aprendiz de escultor de extracción pobre en la Italia de entreguerras, y por Viola Orsini, heredera de una prestigiosa familia que lucha contra la misoginia de su tiempo, con el ascenso de Mussolini como telón de fondo.
Andrea se marchó de Cannes a los 18 años. Volvió a instalarse en la Costa Azul hace dos, después de vivir en París, Londres y Los Ángeles, ciudades donde trabajó como director y guionista de películas como Big Nothing, con David Schwimmer (alias Ross Geller en Friends). "Me acabé dando cuenta de que solo podía vivir aquí. Hasta que llegué aquí mi vida era en blanco y negro. A partir de Cannes, mis recuerdos son en tecnicolor", afirma el escritor, que se dice "mediterráneo hasta la médula". Por parte de madre, desciende de ibicencos trasmutados en pieds-noirs, como se llamó a los argelinos de origen europeo que vivieron en el norte de África en la etapa colonial. Su familia paterna es italiana. "Llevo esos orígenes escritos en la cara, pero no sé mucho de ellos". De ahí surge un libro que presentará esta semana en Madrid y Barcelona.
Pregunta. Tiene una trayectoria atípica: no debutó como novelista hasta los 47 años. ¿Qué le llevó a convertirse en escritor?
Respuesta. Quise hacer realidad un sueño de infancia. En mi familia no había autores ni artistas —mi padre trabajaba en una inmobiliaria y mi madre era profesora de inglés—, pero yo he querido ser escritor desde los nueve años. Mis padres eran grandes lectores, pero que me dedicara a esto no entraba en sus planes: forman parte de la generación de la posguerra, esa que tuvo una fe ciega en el ascenso social y para la que dedicarse al arte implicaba un riesgo de desclasamiento. Creían que acabaría viviendo bajo un puente. Hice estudios prestigiosos para complacerles, pero no me interesaron. Mi camino pasaba por la escritura.
P. Es interesante, porque su novela habla, en el fondo, de la idea de la vocación.
R. Todos mis libros tratan de este tema. Mi segunda novela hablaba de un paleontólogo que intentaba averiguar si una leyenda popular sobre un dragón enterrado bajo un glaciar en la frontera entre Francia e Italia era cierta o no. Era un libro sobre los sueños, sobre si vale la pena perseverar para hacerlos realidad, incluso en circunstancias adversas. Mis libros reflexionan sobre la naturaleza del éxito. ¿Reside en los logros tangibles, como ganar el Goncourt, o más bien en el hecho de no renunciar a tus convicciones? Yo creo que es lo segundo: el reconocimiento ajeno puede desaparecer, pero el orgullo de no haberse rendido siempre perdura.
P. ¿Cómo acabó de director y guionista en el cine en inglés?
R. Me parecía un oficio más accesible que la literatura, que me intimidaba más. En 2017, cuando publiqué mi primer libro, me di cuenta de que el cine había sido un desvío inconsciente que me había enseñado a escribir. Me orienté hacia Inglaterra y Estados Unidos porque mi imaginario no acababa de encajar en el modelo francés. Entonces lo que estaba de moda era el cine social: personajes que fumaban un cigarro por la ventana mientras soñaban con tener un ménage à trois. A mí me decían que lo que escribía era "demasiado original", sin duda un eufemismo, o que mi imaginario "no era muy francés". Convertí esos supuestos defectos en virtudes.
"Los lectores echan de menos lo novelesco. Si no se lo damos a través de la novela, lo encontrarán en otro lado, como en las series de televisión"
P. El corriente dominante en la literatura francesa es el testimonio autiobiográfico y la autoficción. ¿Propone con sus libros un regreso a lo novelesco?
R. Los lectores echan de menos lo novelesco. El deseo humano de escuchar a alguien que le cuente historias no ha desaparecido. Hay algo sagrado en esos relatos desde los tiempos en los que inventamos el fuego. Sentimos la necesidad de contemplar destinos heroicos y excepcionales, de estar rodeados de historias que nos hablen de destino y redención. El lector siempre buscará eso. Si no se lo damos a través de la novela, lo encontrará en otro lado, como en las series de televisión. En la literatura contemporánea, hay demasiado "yo, yo, yo". Y es un yo que, muchas veces, no logra alcanzar al otro. Alguien que solo habla de sí mismo, que enumera cosas horribles que le han pasado, hace que te digas: "Vaya, pobre, qué duro". Pero eso es todo. Hay demasiadas novelas que solo hablan de sus propios autores y que no logran alcanzar lo universal.
P. Usted habla de sí mismo, solo que usando la voz de sus personajes. ¿Se ve más como Mimo o como Viola?
R. Los dos personajes reflejan diferentes aspectos de mí. Me siento más como Mimo, torpe pero deseoso de mejorar. Viola encarna lo que me gustaría ser: una inteligencia superior y fuerte. Asocio más la inteligencia a las mujeres que a los hombres, ya que ellas suelen enfrentarse a desafíos más difíciles. Mi madre y mi esposa son ejemplos de mujeres fuertes que me han hecho mejor persona.
P. El motor vital de Mimo es la venganza. ¿Y el suyo?
R. No siento tanto ese deseo de venganza, pero es cierto que puede ser un motor cuando no tienes éxito. Cuando las cosas te van bien, dejar de pensar en lo que no funcionó y en los idiotas que te encontraste por el camino. Solo me he vengado de una persona: un chaval de mi colegio que atormentaba a un niño epiléptico. En mi primera novela, alteré ligeramente su nombre para convertirlo en un abusón de patio de recreo que recibe una paliza virtual...