La expresión latina de “hic sunt dracones” ha servido para muchas cosas pero, en especial, para soñar. Cuando los cartógrafos del Renacimiento querían reflejar en sus mapas aquellas zonas jamás transitadas por el hombre, y, por tanto, probablemente llenas de tenebrosos peligros, dibujaban criaturas mitológicas o serpientes marinas, y debajo reproducían aquellas palabras que eran un aviso para navegantes y miedosos, el recordatorio de que a partir de ahí no había nada conocido. Solo dragones. Terra incognita.
La historia de la humanidad podría explicarse por ese anhelo de ir en pos de lo desconocido, de inventar dragones aunque no los haya, de atrapar bajo distintos nombres lo que carece de ellos. Es el deseo de conquista de lo que se nos escapa. Sin embargo, mucho me temo que la mayoría de cosas importantes suceden ahí, en terra incognita, y no me estoy refiriendo únicamente al ámbito geográfico.
La idea de los dragones me vino a menudo a la cabeza durante el tiempo que pasé en el lago Kivu, en Ruanda. Había soñado con aquel pequeño país rodeado de montañas, Ruanda, pero al llegar empecé a soñar con el país de al lado, una actitud típicamente humana: el descontento con lo que tenemos. Me hospedaba en un hotel muy sencillo y desde la azotea atisbaba la frontera con aquel otro país vecino que había tenido tantos nombres y que había dejado de llamarse Zaire años atrás, aunque en mí sobrevivía aún el “Zaire capital Kinshasa” de mis libros de texto. Pasé muchas horas ahí, en la frontera, pero mi deseo no me acercó la realidad. No pude entrar en Zaire, este país que se llama ahora República Democrática del Congo (RDC) por un hecho tan pragmático como que no me dieron el visado y por ese otro hecho de cariz más metafísico: porque aquel nombre había sido olvidado y tachado del mapa. De manera que después de aquellos infructuosos intentos, me limité a soñar con Zaire desde la playa del lago Kivu, que, según asegura una línea perfectamente recta y artificial de Google Maps, es un lago partido en dos mitades: una pertenece a Ruanda y la otra a Zaire. El Kivu es uno de los lagos más peligrosos del mundo, y no solo por los animales mitológicos que yo intuía en sus profundidades. Debido a la actividad volcánica de los alrededores, sus aguas contienen aproximadamente 60 millones de metros cúbicos de metano y 300.000 millones de metros cúbicos de dióxido de carbono.
De manera que el Kivu es un lago al borde de la catástrofe.
Etimológicamente, Zaire se deriva del nombre del río Congo, a veces llamado Zaire en portugués, que a su vez procede de la palabra kikongo nzere o nzadi (y significa ‘río que se traga todos los ríos’’). Es ese río, el Congo, el río de El corazón de las tinieblas, en cuyo cauce Joseph Conrad convirtió a Marlow en explorador de los abismos de la colonización en búsqueda de Kurtz.
RDC, el segundo territorio más grande de África, es uno de los países que más nombres ha tenido, tantos que no sé qué poso han dejado, si queda algo aún de todas esas identidades superpuestas. Aquí una lista: de 1885 a 1908 fue el Estado Libre del Congo, después llamado Congo Belga y Congo-Leopoldville. En 1960 logró la independencia con el nombre República del Congo para, de 1965 a 1971, pasar a ser llamado República Democrática del Congo. En 1971 el presidente Mobutu Sese Seko lo denominó República de Zaire y después de su caída, en 1997, regresó a su nombre anterior: República Democrática del Congo.
Los verdaderos paraísos no son los perdidos sino los imaginados.