¿Quién habla cuando decimos “yo”?

La consciencia, eso que perdemos al dormirnos y recobramos al despertar, es un fenómeno mental. Y como todo fenómeno mental debe consistir en la actividad de ciertos circuitos neuronales. Pero, ¿cómo funciona? El neurocientífico Anil Seth trata de explicarlo con rigor y claridad en su último libro

El filósofo estadounidense John Perry dijo: “Si te dedicas a pensar en la consciencia el tiempo suficiente, o te conviertes en pampsiquista o te metes a administrativo”. Vaya alternativa. El pampsiquismo sostiene que la consciencia es una propiedad fundamental del universo, como la velocidad de la luz o la carga del electrón, y que por tanto está presente en todas las cosas, desde las piedras hasta los átomos de cesio, en mayor o menor medida. Entre creer eso y meterse a administrativo, casi prefiere uno lo segundo. Y el pampsiquismo, en todo caso, es solo uno de los muchos ‘ismos ?fisicalismo, idealismo, dualismo, funcionalismo, misterianismo— con que los pensadores han disfrazado su ignorancia sobre un problema científico fundamental. ¿Qué es la consciencia? ¿Qué es eso que llamamos yo?

Esta, nada menos que esta, es la cuestión de la que trata el último libro de Anil Seth, La creación del yo: una nueva ciencia de la conciencia, recién editado por Sexto Piso. Y lo menos que se puede decir del autor es que está a la altura de ese desafío formidable. Seth es un neurocientífico cognitivo de la Universidad de Sussex, Reino Unido, y basta leerle para saber que su mente se ha expandido desde allí hasta la profundidad filosófica más abisal. Los neurocientíficos recuerdan en esto a los cosmólogos, porque en ambos casos su tema de investigación está condenado a invadir unos territorios que hasta ahora regentaban la filosofía, la metafísica y la religión. La escritura de Seth es cristalina, creativa e inspiradora, capaz de convertir un asunto inextricable en una buena lectura. Tiene un talento extraordinario y la mejor formación imaginable para abordarlo.

Volviendo a uno de los ismos mencionados antes, la idea central del misterianismo es que, aun cuando existiera una explicación científica de la consciencia, los humanos no seríamos capaces de descubrirla. Ni siquiera podríamos entenderla si unos marcianos avanzados nos la mostraran. Como dice Seth, sería como intentar explicarle las criptomonedas a una rana (sé lo que está pensando el lector: que no hace falta irse a los batracios para no entender eso). El físico teórico neoyorkino Brian Greene hizo un gag parecido en un vídeo donde intentaba explicar a su perro la relatividad general de Einstein. La cara de pena que ponía el perro era para verla. Es perfectamente posible que nuestro cerebro sea insuficiente para alcanzar ciertos conceptos, como lo son los de las ranas y el del perro de Brian Greene para alcanzar otros.

En lo que no está de acuerdo Seth es en que el problema de la consciencia sea uno de esos conceptos inalcanzables.

 “Es de un pesimismo injustificable”, escribe, “presuponer que la consciencia se encuentra dentro de ese inexplorable terreno de la ignorancia inherente a nuestra especie”. Es la actitud propia de un científico actual. La consciencia, eso que perdemos al dormirnos y recobramos cuando suena el despertador, es un fenómeno mental, y como todo fenómeno mental debe consistir en la actividad de ciertos circuitos neuronales. La investigación del cerebro está haciendo grandes progresos hacia una teoría general de la consciencia, y pocos científicos habrá hoy que duden de que vamos a alcanzarla.

La situación era completamente distinta hace solo treinta años, cuando Seth era un estudiante en la Universidad de Cambridge. El psicólogo Stuart Sutherland escribió por entonces: “La consciencia es un problema tan fascinante como esquivo. Es imposible especificar qué es, qué hace o por qué surgió en la evolución. Nada se ha escrito sobre ella que merezca leerse”. Muy pronto se escribiría. Quizá el científico más influyente en ese cambio de actitud fue Francis Crick, codescubridor de la doble hélice del ADN, el secreto de la vida, que emigró de Cambridge a California para concentrarse en el asunto y escribió con su colega Christof Koch una serie de artículos técnicos y un par de libros que disiparon muchos prejuicios. 

El filósofo Daniel Dennett contribuyó con su libro de 1991 Consciousness explained (La consciencia explicada).

El misterio del yo tiene mucho que ver con la cuestión general de la percepción. El propio Crick lo explicaba con una conversación real en que una mujer se sorprendía de que él se dedicara a investigar un problema tan anodino como la visión. “Me basta imaginar”, argumentó ella, “que la información que entra por los ojos forma dentro del cerebro una especie de televisión”. Crick respondió: “El problema es quién está viendo la televisión”. 

Creemos que nuestro yo es quien está percibiendo el mundo, pero la realidad es que el yo es una percepción más o, como dice Seth, una “alucinación controlada”. Este es un concepto central que el autor desarrolla con profundidad científica y sensibilidad literaria.

No tenemos aún una teoría científica de la consciencia, pero La creación del yo mostrará al lector que la investigación del cerebro ha entrado en una autopista que conduce hacia ella de forma inevitable. Las técnicas para examinar el córtex en plena acción se hacen cada vez más precisas, las hipótesis se van afilando y el estado del conocimiento roza ya los márgenes de una explicación satisfactoria. Lean el libro.

Y aprovecho que me estarán leyendo los editores para decirles que tenemos un problema con la palabra consciencia. Sé que dan unas ganas irrefrenables de quitarle la ‘s’, pero el problema es que consciencia y conciencia son dos conceptos enteramente distintos. El Diccionario de la Lengua Española lo recoge con nitidez. Echadle un vistazo.

 
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