El reverso cultural del tarot, mucho más que videntes y adivinación

Una exposición y varios libros exploran las conexiones de la misteriosa baraja creada en el Renacimiento italiano con la historia, el arte y la creatividad

Es posible acercarse al tarot de muchas maneras. Por ejemplo, de tres. Hay quien acude a los tarotistas, en persona o con nocturnidad televisiva, para preguntarles por su futuro en la salud, el dinero y el amor. Hay quien utiliza la baraja como un modo de autoconocimiento o de creatividad, pasando la ambigüedad de la simbología por el filtro de la propia psique, no tanto para adivinar el futuro como para entender el presente. Y hay quien simplemente se acerca atraído por el bagaje estético, histórico o incluso científico que envuelve a estas cartas legendarias. Algunos productos culturales recientes ahondan en algunas de estas formas de fascinación tarotística: en el misterio y la belleza del Loco, del Diablo, del Colgado o del Arcano XIII, ese esqueleto sin nombre y con guadaña al que algunos llaman La Muerte.

El tarot se creó al norte de la Italia renacentista. "El imaginario procede de unos desfiles de carrozas, rodeadas de músicos y escenografías, que portaban lo que se llamaba triunfos, que eran representaciones alegóricas de las virtudes", dice Pilar Soler, comisaria de la muestra La torre invertida. El tarot como forma y símbolo, en La Casa Encendida de Madrid, que explora sus relaciones con el arte contemporáneo. De hecho, en sus inicios era llamado baraja de triunfos, y de ahí vienen las cartas de la Templanza, la Justicia o la Fortaleza. A estas virtudes se unieron otros elementos, como las autoridades de la época, el Papa, la Papisa, el Rey o el Emperador, también arquetipos como el Loco, el Mago o el Mundo y abundante simbología astrológica y neoplatónica.

El tarot puede entenderse como un viaje del héroe: narra la peripecia de la primera carta, El Loco, para llegar a la última, El Mundo. Puede interpretarse como un camino de iniciación, como un periplo vital, como la ascensión del alma hasta fundirse con el Uno (una visión puramente neoplatónica), etcétera. A diferencia del viaje del héroe que estableció el mitólogo Joseph Campbell (el que realizan Gilgamesh, Ulises o Luke Skywalker), El Loco no regresa a casa, aunque en ambos casos es un proceso de autoconocimiento y transformación, alegoría de la peripecia humana.

No está del todo claro para qué se usaba el tarot en sus inicios: podía servir para el juego, también como regalo de dote. Es el caso de uno de los más antiguos, el de Visconti-Sforza, del siglo XV italiano, creado para honrar a las influyentes familias que le dan nombre y que se unían en enlace matrimonial, hermosamente ilustrado por artistas como Bonifacio Bembo. En su reciente libro Tarot. Significado e historia (Kairós, con prólogo de Guillermo Solana, director del museo Thyssen), el experto Pedro Ortega Ventureira hace un repaso desde aquel tarot hasta la actualidad, pasando por algunos notables como el Mantegna, el Sola-Busca, el Rider-Waite-Smith o el de Thoth, desarrollado por el escandaloso mago Aleister Crowley (considerado por algunos como el padre del satanismo moderno), cada uno con sus particularidades artísticas y simbólicas. El tarot de Marsella se convertiría en el canon, el que nos viene a la cabeza cuando hablamos de tarot: su primera versión es de 1672, aunque su consolidación llegó con una reedición en el París de 1930 por la casa Grimaud.

"La baraja del tarot es un objeto colosal, cuyo estudio abarca numerosas disciplinas, tanto esotéricas como exotéricas", señala Ortega. El uso esotérico nace en el siglo XVIII, se embarca en el auge posterior del ocultismo y, ya en el siglo XX, en sociedades como la Sociedad Teosófica de Madame Blavatsky o la Orden Hermética de la Aurora Dorada. "Es época de egiptomanía y se empieza a especular, sin evidencia documental, con el origen del tarot en el Antiguo Egipto, desde donde estaría ligado a sabidurías místicas y arquetípicas", dice Ortega. La baraja se convirtió así en una herramienta para el ocultismo a manos de magos e iniciados como Gébelin, Eliphas Lévi o Papus, que lo mezclaron con la alquimia o el hermetismo.


El tarot ahora

En la actualidad el tarot es utilizado profusamente no solo para la adivinación, sino también como herramienta de autoconocimiento. Uno de los grandes tarotistas de la actualidad es el polifacético Alejandro Jodorowsky. "Es el gran tarotólogo hispano", afirma Ortega, "llega por influencia de la pintora surrealista Leonora Carrington, que también realizó su propio tarot, y lo utiliza en sus prácticas de psicomagia". El chileno adoptó el tarot de Marsella influido por el pope del surrealismo André Breton, y lo restauró en colaboración con el maestro naipero Philipe Camoin, respetando los colores tradicionales, en busca de la baraja verdadera.

El relato de Ortega termina recogiendo algunos de los tarots que se han desarrollaron más recientemente como el de Salvador Dalí o el de H.R. Giger, el tarot vasco y el catalán, el erótico de Milo Manara o el Tarot Stardust, con efigies de David Bowie, el Tarot Satánico o el de Arthur Conan Doyle, autor de Sherlock Holmes. Se ofrecen muchísimos tarots, muchos de ellos remedos del de Marsella con mera finalidad comercial: de las hadas, de El Señor de los Anillos, del universo de DC Cómics o del de Star Wars. El tarot también es un negocio.