El rey del verano nació en invierno, y habrá a quien eso le parezca una de las mayores paradojas que haya podido diseñar nunca el azar, una contradicción inconcebible, como la división del número cero. Aunque más inconcebible es todavía que aquel joven músico que fue al conservatorio en París en los años 50, cuyo padre había sido clarinetista en una orquesta clásica, que cayó rendido de rodillas ante el jazz suntuoso de Stan Getz y que ha fallecido este miércoles de otoño, acabara firmando canciones tan poco sutiles como Mami, qué será lo que tiene el negro. Al final, parece como que todo lo que ha hecho y todo lo que ha sido la carrera de Georgie Dannestuviera predestinado en algún plan cósmico, previamente diseñado por un dios.
Él justificó lo que es y lo que hizo durante varias décadas -es decir, llevar la canción ligera de tema y letra festiva al público más masivo que uno pueda concebir- a otra circunstancia derivada de su nacimiento el 14 de enero de 1940. El caso es que Georgie Dann es capricornio y aseguraba que eso le imprime a uno un carácter terco. Cuando algo se le metía en la cabeza, de ahí no salía. Y si lo que se le metía en la cabeza era La barbacoa, con La barbacoa hasta el final. Hasta que le daban la razón.
Georgie Dann pisó España por primera vez en 1965. Era la época de la explosión en Europa de la canción ligera -todo lo que iba de Aznavour y Adamo hasta Raphael y Petula Clark-, y aquella escena se articulaba a partir de singles superventas y festivales populares en los que cada país competía enviando un representante y una canción lo más pegadiza posible. Francia envió a Georgie Dann al Festival del Mediterráneo -que se celebró en Barcelona-, y a sus 25 años se quedó deslumbrado con otra vida, otros paisajes y otro clima, tanto es así que empezó a venir más a menudo y finalmente se instaló, en el momento en que sus primeras canciones en español encontraron una discográfica que les diera salida -en Francia ya tenía publicados seis discos- y el público empezó a responder a sus ritmos tropicales.
Por entonces no cultivaba la pachanga, pero fue el estilo musical al que acabó acercándose. A través de Stan Getz había descubierto la bossa nova, y de ahí llegó a la samba y a otros ritmos latinos. Cuenta que parte de la motivación para hacer música festiva la encontró al utilizar canciones en las clases que daba para niños en París -había estudiado magisterio en paralelo a las clases en el conservatorio, donde aprendió también a dominar el saxo y el acordeón; para seguir ese camino, tuvo que sacrificar el del deporte, pues aspiraba a nadador profesional-. Según Dann, los alumnos reaccionaban de manera positiva y aprendían más rápido si las clases seguían el hilo musical. Lo que hizo más tarde fue seguir en esa línea, pero para adultos, y llegaron sus primeros pelotazos refrescantes: Casatshock, El dinosaurio, La rana y ya en 1975, El bimbó.
Incluso a día de hoy es frecuente que una canción de Georgie Dann te asalte en un anuncio de televisión, un hilo musical o una fiesta de cumpleaños. En los 70 la exposición colectiva era todavía más alta: visitó platós de televisión, sonaba sin descanso en la radio, conquistó megafonías en chiringuitos de playa, y en aquellos veranos de la Transición, cuando quien más quién menos se podía permitir un Seat 127 y las costas se llenaban de paisanos, arrasó por todas partes y, lo que es más importante, año tras año, con un ritmo constante y un nivel de efectividad -la pachanga parecerá el hermano pobre de la música popular, pero también hay que saber hacerla bien- que hizo de él un titán dominante del verano en una época en la que, rodeado de bandas como Fórmula V, de la explosión de la música disco cañí y de la rumba-pop, la competencia era feroz y resistente.
En 1974, Georgie Dann ya estaba instalado en Madrid. Se enamoró de una de sus bailarinas, Emy, barcelonesa de origen, y se casaron ese mismo año. Se compró un piso y convirtió la capital en su base de operaciones, pues su éxito no era únicamente en la costa y durante el largo y cálido verano, que diría William Faulkner -en este suplemento sentimos verdadera devoción por Faulkner-, sino que se había extendido a otros países de Europa y, sobre todo, a Sudamérica, donde ha mantenido una actividad profesional constante durante décadas. El éxito en su momento de canciones como Carnaval, carnaval, El negro no puede o La barbacoa han seguido siendo su carta de presentación.
En su vida personal, Georgie Dann disfrutó de una enorme estabilidad. Toda la vida casado con Emy y padre de tres hijos, residió siempre en España. En los años 90 atravesó una crisis de publicaciones -había sido una constante de todos los veranos, y su regularidad llegó a un punto de saturación-, aunque supo volver en el momento oportuno cuando muchos imitadores y oportunistas buscaban ocupar su espacio -King África el que más-. Al final, el público reconocía y prefería el original, y no aceptaba cualquier imitación. Dann no fue el rey de todos los veranos. Se le colaron, por ejemplo, Ricky Martin, Chayanne, Chiquilicuatre y Los del Río con la Macarena, pero fue quien tuvo el control de la fiesta durante más veranos.
La última etapa, en cambio, fue más dura. El gusto del público había cambiado, y aunque lo latino predomina, Georgie Dann ya no era ubicuo como antes. En 2012 aseguró en una entrevista que, por primera vez en su vida, se había tomado vacaciones en agosto: en plena crisis, con el recorte del presupuesto en festejos de muchos ayuntamientos, solo había podido contratar tres galas, que canceló, y se fue al Caribe a desconectar.
Quizá también le perjudicara cierta pérdida del humor y de la ingenuidad de otras épocas. Antes, Georgie Dann podía cantar lo de Cachete, pechito y ombligo sin que nadie le acusara de cosificar a la mujer, y hoy quizá la ofendiditis rampante cargaría contra algunas de sus letras, que harían que Twitter refunfuñara ante frases tan inocentes como “Mami, el negro está rabioso, quiere bailar conmigo”. Dann siempre aseguró que sus textos no tienen doble sentido y que partían de la observación llana de la realidad costera y la manera de vivir de la gente: sardinas, bailes sensuales, chiringuitos, cerveza fresca, sol en la cara.
Y aunque trabajaba menos en los últimos tiempos, seguía dándole vueltas a su idea fija de canciones para mover el trasero. Sabía que la gente le quería porque se lo demostraba a diario. Aseguraba que no se podía esconder en ninguna parte del mundo, que allí donde iba siempre salía alguien que le saludaba, que se quería hacer una foto. De hecho, su ausencia ya se hace notar.
En sus espectáculos emplea a bailarinas
Sus éxitos
El casatschock
El Bimbó
Macumba
Carnaval, carnaval
El Africano
El chiringuito
La barbacoa
El Koumbo
La paloma blanca
Cuando suena el acordeón
Coctel tropical
El dinosaurio
Mi cafetal
La cerveza
El negro no puede
No fue fácil
De nombre real Georges Mayer Dahan, nació en París en 1940. Siempre quiso que se supiera que tenía una formación clásica, frente a los que consideraban sus composiciones frívolas. Hijo de un clarinetista de orquesta, estudió en el conservatorio de París y despuntó como saxofonista. Alardeaba de haber conocido a gigantes del jazz como Stan Getz cuando estos recalaban en los clubes de la capital francesa. Incluso en alguna ocasión afirmó que llegó a tocar con ellos.
En 1964 viajó a España para representar a su país en el Festival de la Canción Mediterránea. Interpretó Tout ce que tu sais (Todo lo que sabes), un tema yé-yé de empaque alejado de sus piezas futuras. Desde entonces fueron asiduas sus visitas a España hasta que años después se instaló definitivamente. Dann acumula 303 canciones registradas en la SGAE (Sociedad General de Autores y Editores) como compositor y letrista. Su primer gran éxito fue Casatshock, en 1969, una canción que curiosamente está dedicada al invierno: “Otra vez el invierno ha llegado, otra vez el fuego hay que encender./ Su rigor que se lo lleve el infierno,/ nada hay amigos que temer”. Enseguida se vieron los ganchos de sus composiciones: ritmos sencillos y bailables, una coreografía que los acompañaba, unas letras absurdas/surrealistas y un simpático acento en un español aún sin pulir donde le costaba pronunciar las erres.
Durante toda su carrera tuvo que justificar que lo suyo no era nada fácil. En una entrevista explicó su manera de componer: “Para nada es algo que surge de la noche a la mañana. Ni compito contra otros artistas ni me importan los demás, en el buen sentido. Yo hago lo que a mí me parece y cuando lanzo algo es porque ya lo he meditado mucho”. “Más allá de fabricar el éxito, tienes que llegar a la gente. Y no es fácil. Lo importante es que la gente se fije en la canción y que le haga gracia”, insistía.