La prosa de Ernest Hemingway se caracteriza por su estilo depurado y minimalista. Bajo las aparentes conversaciones triviales de sus personajes subyace el verdadero significado del relato, donde siempre es más importante lo que no se cuenta que lo que se cuenta.
TEORÍA DEL ICEBERGPara conseguir dicho resultado, el escritor norteamericano utilizó la técnica denominada Teoría del iceberg o Teoría de la omisión, un método donde los silencios emergen y quedan flotando sobre la superficie del relato mientras el significado hunde sus raíces en el fondo del mismo relato.
Hemingway pondría en práctica dicha técnica, desplegando con ello un sistema psicológico que venía de antiguo, pues el primero en hablar de la Teoría iceberg fue el psicólogo Gustav Fechner (1801-1887) cuando explicó que solo se perciben los síntomas de las enfermedades mentales, ya que, estas aparecen sobre la superficie del agua como una pequeña punta del iceberg, mientras el mayor porcentaje de su estructura queda oculto en las profundidades del inconsciente; nuestra parte más íntima que años después estudiaría Freud.
- Es curioso, que fuese a Freud —y no a Fechner— a quien se le atribuya el enunciado de la Teoría iceberg, y resulta más curioso aún que, a partir de las investigaciones de Freud acerca del inconsciente, Hemingway comprenda que es ahí, en el inconsciente, donde quedan enquistadas las emociones reprimidas por resultar conflictivas para la mente consciente.
De esta manera, aplicando la teoría psicológica al relato, Hemingway contará sus historias a partir de lo que no está escrito, a partir de lo que no se percibe y que es el elemento fundamental de esa misma historia. Ahora volvamos a Fechner, pues, aunque no fue conocido por su Teoría del iceberg, sería conocido por explorar las relaciones matemáticas entre cuerpo y mente.
Fechner lo consiguió a partir del desarrollo de Ernst Heinrich Weber, médico alemán que formuló una ecuación para medir la magnitud de sensaciones y cuya fórmula mejoraría el mismo Fechner dando lugar a ley Weber-Fechner con la que trasladaría a una fórmula la relación entre alma y materia, cuerpo y mente, física y metafísica, resolviendo así la cuestión de por qué, cuando se comparan dos estímulos pequeños la diferencia entre ambos los distingue, por muy pequeña que esta sea; mientras que si los estímulos son grandes, tiene que haber una diferencia de mayor magnitud para distinguirlos.
Dicho de otra manera: podemos distinguir entre una pesa de diez kilos y una de quince kilos, pero es más difícil hacer la distinción entre una pesa de 50 y otra de 55 kilos.
De esta manera, resulta más complicado percibir diferencias en masas o unidades mayores que en masas o unidades menores. Y esto ocurre con todo, incluido el tiempo; por eso mismo, el tiempo pasa más deprisa a medida que vamos cumpliendo años; un año tarda menos en llegar ahora que hace unos años.
Y qué decir tiene de la escritura; en escribir una novela siempre se tarda más tiempo durante las 100 primeras páginas que en las 200 restantes.
Tal vez, por esto, Hemingway después de escribir una historia, la talaba hasta reducirla a su esqueleto. Lo hacía inconscientemente para volver al principio y hacer durar el tiempo. Porque el tiempo de los relojes, en realidad, no cambia, es siempre el mismo para así poder medir el cambio; un juego donde lo permanente siempre dura más al principio.