El escritor rumano Norman Manea, exiliado en Estados Unidos desde 1986, recuerda en este poema a su compatriota Paul Celan (Paul Pésaj Ancel), judío como él y que se suicidó arrojándose al Sena en París en abril de 1970, cuando aún no había cumplido los 50 años. Celan perdió a sus padres en un campo de concentración de la Gobernación de Transnitria; se enteró de su muerte mientras estaba en un campo de trabajo en Rumanía. Sus muertes lo atormentarían durante el resto de su vida. Su recuerdo y el del Holocausto atraviesan toda su obra poética.
El poema de Manea, titulado ‘Centenario de Paul Celan-Réquiem’, forma parte del libro ‘La sombra exiliada’, que Galaxia Gutenberg publicará en 2022 con traducción de Marian Ochoa de Eribe.
Hineni
De vuelta de un concierto, el poeta, en lugar de dirigirse a casa, se queda plantado ante la iglesia armenia de Chernovtsi y entabla un diálogo con la Divinidad.
Hineni, “aquí me tienes”, repetía el poeta, una afirmación que aparece más de ochocientas veces en el Antiguo Testamento, la respuesta a la pregunta dirigida a los exiliados durante milenios. El hecho de que tuviera lugar delante de la iglesia armenia y no de una sinagoga, como cabría esperar, expresaba la piadosa extensión de la antigua alianza. La encontramos en el diálogo entre Abraham y el Todopoderoso antes del sacrificio de Isaac, así como en el diálogo de Moisés con Dios, ante la zarza ardiente, que señala la sumisión absoluta del creyente.
Hineni (¡Aquí me tienes!) tiene múltiples resonancias en la Biblia. Es la oración que el poeta repitió, transfigurado, la noche del diálogo celestial, para estupefacción del público desperdigado en la oscuridad. Se repetirá una y otra vez con cada nuevo poema. No solo una reafirmación mística, sino también la más elevada justificación de la Poesía.
El hecho de que Dios acabara también en el exilio, como afirman algunos comentarios a los textos sagrados, humaniza la presencia divina entre los simples mortales. Si el hombre ha sido concebido a imagen y semejanza de Dios, no nos enfrentamos ya a una contradicción irresoluble.
En la noche parisina, Paul Celan dialogaba, sin palabras, con su huésped, el poeta polaco Zbigniew Herbert, subyugados ambos por la sacra irradiación del silencio. Largas horas de callado hermanamiento que los dos recordarán como la más extraordinaria de las aventuras. El milagro de la noche compartido con el errante fraterno se repetirá muchas noches del exilio bucarestino, vienés y parisino por el que peregrinará el poeta de Bucovina. Lo esperaba el Sena, así como las profundas aguas de la incertidumbre.
Celan se lanzó finalmente al agujero de la nada fluida y consagró así la alianza con el tormento lírico. No es seguro que, de esa manera, el destino tenebroso encontrara sosiego, pero el desenlace confirmaba el sacrificio inevitable de la espiritualidad.
Transnistria, ¿la redención a través de la muerte de la madre, de todo aquello que podría haber sido y al final no pudo ser?
“¿Me oyes? ¿Estás oyendo?”
La respuesta de la nada, cumplida a través de la muerte.
¿Estás oyendo? ¿Me oyes?
El eco del fantasma, la respuesta de la nada, las olas agitadas, las aguas del último hermanamiento, sufrimiento y soledad el cuento incierto y negro del silencio.
En vano te refugias, joven Peisach, en la respiración del antiguo Kadish.
La tragedia de la quema total, el Holocausto como espectáculo entrada libre en la posteridad, la sombra del
judío de sacrificio vigila.
¿Peisach? El nombre remitía directamente a la cámara de gas.
No olvides nada, no olvides la muerte.
Eres Paul, ahora. El santo Paul, es decir Peisach, el milenario en el ángulo sombrío de la sinagoga de Grecia, en la crucifixión del gran culpable, Yeshúa, en la iglesia de la nueva fe redentora.
Hineni, aquí me tienes. No rehuimos, creyentes y enemigos, herejes y asesinos del Altísimo, monjas transfiguradas y eremitas en trance, poetas en busca del puerto, el emigrante de Bucovina Celan con la brújula solo apta en el taller global de reparaciones sacras para la próxima procesión de los exiliados sin papeles y sin domicilio.
Una pausa prolongada es el silencio el vacío pseudodivino en la niebla.
La voz de nadie, ¿el primer paso hacia el diálogo?
La sombra guía la búsqueda de sí mismo, la fe de una interrogación repetida rima el encuentro del poeta consigo mismo en el soberano crepúsculo de la incertidumbre.
¡Hineni, hineni! estoy aquí, sigo aquí, exhausto y culpable, el poeta arroja la pluma de los antepasado sangrando, sangrando aún en la fosa común tan larga como ancho es el mundo tan ancha como el cementerio del mundo.
“Mira en torno: todo vive, Ve cómo alrededor todo se hace viviente ¡En la muerte! ¡Viviente! Dice la verdad quien dice sombra.”
“Estamos próximos, Señor, próximos y apresables, como si la carne de cada uno de nosotros fuese tu carne, Señor, ora, Señor”.
Celan el afligido busca su vínculo volviendo, repitiendo el fragmento nacido de la duda la madre asesinada, la madre adorada y asesinada.
Un cielo desmenuzado y negro, mudo, ávido de tragedias. En la sombra de los desaparecidos, el exiliado transcribe el murmullo de la charca de sangre fresca, siempre renovada por las brumas. Hineni, una flecha bruscamente resucitada en el cénit del caos asesino.
¿Hineni? ¿Dónde estás?
Estamos donde nos olvidó el destino, sombras parlantes y vivas, difíciles de abatir, imposibles de abatir.
Estoy aquí, estamos aquí desde hace tiempo, desde siempre, no nos vence la tormenta, ni la maldición bíblica, estamos aquí con nuestro llanto pueril y continuo continuo y sin remedio.
Imitamos la desesperación, bajo la ola gigantesca.
Sí, la luz del mundo solitario, las noches fluidas y mágicas, las lágrimas perdidas en un instante repitiendo en trance hermano Peisach, hermano Paul, te encontraron, en el diluvio te encontraron en el Sena te encontraron, fantasma sin muerte.
Aquí juntos en el cementerio fluido de la noche por fin, hermanados en el instante sin final ebria, la ola verde, repetía el crepúsculo celeste.