Edmund Husserl, el fantasma lógico y la experiencia del horizonte

El matemático y pensador moravo insistió en el rigor de la fenomenología, el poner en cuestión la existencia de las cosas, mientras consideró que la ciencia natural es “descuidada”

La conciencia es un invitado tardío, inesperado y algo incómodo, en la fiesta de la evolución. Esa es la visión oficial de la ciencia moderna. La sucesión de los hechos sigue a grandes rasgos esta secuencia. En primer lugar, como acontecimiento originario, una gran explosión. Sobre esto es mejor no hacer preguntas, es una singularidad donde no se cumplen las leyes de la física. Tampoco sabemos qué detonó el Big bang. El universo es en sus primeros minutos radiación y conforme se expande se enfría, lo que permite la aparición del primer elemento, el hidrógeno. Se forman grumos en la sopa cósmica y de esas condensaciones locales surgen las estrellas. En los hornos estelares se transforma el hidrógeno en helio y, posteriormente, en elementos más pesados como el carbono, base de la vida orgánica. Cuando las estrellas acaban su ciclo vital, estallan y arrojan su material al espacio interestelar. El carbono se deposita en los planetas y, si se dan las condiciones, se origina la vida tal y como la conocemos. Darwin toma el relevo de la narración. Las especies evolucionan y compiten. La selección natural y ciertas mutaciones genéticas y fortuitas hacen el resto. La evolución culmina en el cerebro humano, lo más complejo que conocemos. De él emana, como un humo prescindible, la conciencia. Y se afirma, ufanamente, que la conciencia es un epifenómeno del cerebro, un fenómeno accesorio que acompaña al cerebro y que no tiene influencia sobre él. La conciencia como “propiedad” de la materia y como personaje prescindible en toda esta narración.

 

La fenomenología sostiene que no hay cosas sino fenómenos. Fenómenos que se aparecen a la conciencia

Edmund Husserl, matemático moravo nacido en 1838, revoluciona esta visión. La conciencia no es lo último, sino lo primero. La narración anterior es el mundo al revés. Por eso hablará de la conversión a la fenomenología como una conversión religiosa, que exige un cambio integral de perspectiva. Un cambio radical que va contra la forma natural y científica de ver las cosas. La fenomenología sostiene que no hay cosas sino fenómenos. Fenómenos que se aparecen a la conciencia. Podemos decir que vemos o escuchamos “cosas”, pero no sabemos con certeza si están ahí fuera. Se trata más que de fenómenos visuales o auditivos. Con los visuales no vemos por entero la supuesta cosa (si veo a una amigo no veo su espalda o su corazón), con los auditivos tampoco la percibimos (al escuchar una frase o una canción no entiendo su significado o su magia hasta que concluye, debo acompañarla en el tiempo). Es decir, que resulta más apropiado hablar de fenómenos que se me aparecen que de cosas, personas u objetos. Es más científico, más riguroso. Husserl insistirá repetidamente en ello, en el rigor de la fenomenología (mientras la ciencia natural es “descuidada”). La llamada reducción fenomenológica consiste precisamente en eso. En “poner entre paréntesis” la cuestión de la existencia de las cosas. Husserl la llama epojé, un viejo término de la filosofía, utilizado por los escépticos para referirse a la “suspensión del juicio”. La fenomenología no se ocupa de objetos, sino de los objetos-fenómeno, es decir, de los objetos reducidos al ámbito de la conciencia. De ahí que Husserl afirme (a diferencia de los filósofos hindúes), que la conciencia es siempre conciencia de algo, es conciencia intencional. Una caracterización heredada de Franz Brentano (un exsacerdote carismático convertido a filósofo). El joven Husserl asiste a sus clases en Viena. Se hacen amigos, pasan las vacaciones con la familia de Brentano y esa relación marca la transformación del matemático en filósofo. Cuando hablamos de fenomenología se asocia este movimiento a Husserl, su fundador, aunque la fenomenología es tan antigua como la filosofía (Vasubandhu sería un ejemplo en el budismo mahayana). Desde entonces ha habido fenomenólogos muy variados. De corte existencialista, como Heidegger y Sartre, de corte moral, como Max Scheler, y fenomenólogos de la carne y la percepción como Merleau-Ponty.

 

La suspensión del juicio

La epojé trascendental significa que no se atiende a los mecanismos que hacen posible y efectiva la percepción. No interesa cómo hemos llegado a ver, oír o pensar. Interesa el ahora, interesa qué hacemos con los contenidos de la conciencia. El “Yo puro” de la conciencia pone en suspenso toda la narrativa anterior. Es capaz de volverse sobre sus propios estados de conciencia y, cuando lo hace, obtiene una evidencia absoluta, incuestionable. Ese es el giro que da Husserl en 1913, con la publicación de Ideas, precisamente el mismo año que Niels Bohr presenta su modelo del átomo cuántico en Birmingham. Husserl desarrolla en esta obra conceptos clave como el de vivencia e intencionalidad, y apunta algunos que desarrollará más tarde como horizonte e intersubjetividad. La vivencia es la unidad entre un acto intencional de cualquier tipo (percepción, imaginación, recuerdo, deseo, etc.) y el objeto alcanzado en esa vivencia, el objeto intencional (lo percibido, lo imaginado, etc.). La intencionalidad subraya que nuestras vivencias siempre están referidas a algo (la ansiedad sería el contraejemplo). Como para el budismo, la vida de la conciencia es esencialmente intencional, todas las vivencias se correlacionan con algún tipo de objeto, que Husserl llama objetos intencionales.

 

La realidad externa

La cuestión de la realidad externa ha sido un problema clásico de la filosofía. Se coló de forma inesperada en la física, cuando esta ciencia había progresado lo inimaginable, y fue el centro del debate Einstein-Bohr sobre la naturaleza de la realidad. Husserl deja al margen la cuestión de si los objetos están ahí antes de ser observados o de si existen por sí mismos. Opta por no pronunciarse y prefiere dejar el asunto en suspenso. Lo que le interesa al fenomenólogo no es el objeto en sí mismo, real y externo, sino el “objeto-fenómeno” tal y como se presenta a la conciencia. Esos objetos-fenómenos, o simplemente fenómenos, tienen una existencia correlativa a nosotros. Hay una interdependencia entre el sujeto y el fenómeno. Un rasgo del objeto-fenómeno visible es su ubicación en el espacio, del audible su duración en el tiempo. La certeza de la existencia de un objeto real externo, una certeza muy natural y científica, depende precisamente del objeto-fenómeno, y no a la inversa. El objeto-fenómeno o “fenómeno puro” tiene una evidencia directa, no requiere supuestos, y es aquel que se aparece a la conciencia. La actitud natural consiste en asumir la existencia de objetos externos, existentes al margen de la conciencia, de que los percibamos o no, pero si nos desentendemos de esa supuesta existencia externa de las cosas, si dejamos de preocuparnos por ella y nos centramos únicamente en los objetos-fenómeno, en aquello que se aparece a la conciencia, entonces hemos obrado la “reducción fenomenológica”. No se niega la realidad externa, sino que suspende el juicio sobre ella (se pone entre paréntesis). ¿Qué permite la epojé fenomenológica? Descubrir un “Yo puro” o trascendental, que es distinto del “Yo humano”. El Yo humano forma parte del mundo, tiene un cuerpo y vive entre otros cuerpos e incide sobre ellos.