Donald Trump, ‘off the record’

Aunque su imagen es la de un presidente en perpetuo enfado con los medios, en la distancia corta cambia de semblante

Donald Trump es un adicto a la prensa. La odia, la quiere, la necesita. Casi a diario fustiga a sus críticos y retuitea a sus corifeos. Pero nunca se aparta de ellos. Es una querencia antigua. Ya en sus albores, como constructor neoyorquino, dedicaba sus primeras horas del día a la lectura compulsiva de los diarios, en especial de su amado/odiado The New York Times. La costumbre nunca le ha abandonado. Ve el mundo a través de los ojos de otros. Para lo bueno y lo malo. A veces resbala estrepitosamente al hacer suya información de cadenas basura (ocurrió con Suecia) y otras arranca en largas peroratas tuiteras contra un artículo que le ha indignado. Aunque su imagen es la de un presidente en perpetuo enfado con los medios, en la distancia corta cambia de registro. Los periodistas que le siguen comentan que ahí juega a la simpatía. Les llama por su nombre, comenta sus artículos, fanfarronea con ellos. Un ejemplo de ese Trump se materializó en el Air Force One. Rumbo a París, el presidente se quitó la corbata y se acercó a los informadores. Estaba de buen humor, con ganas de hablar. Durante más de una hora trató los asuntos candentes y ni siquiera dejó que la subjefa de prensa, Sara Huckabee Sanders, le cortara. Quería aprovechar la ocasión. Cuando volvió a sus aposentos, Sanders pactó que todo aquello había sido off the record. Pero al día siguiente Trump, extrañado de que nada hubiese salido, preguntó a los periodistas y, al conocer el motivo, les autorizó a publicar. Fue un resumen de su presidencia. A 45,000 pies de altura, atacó a la UE por su proteccionismo, a China y Corea del Sur por el déficit comercial y a Hillary Clinton por todo. Habló de su sueño de cubrir el muro con México de paneles solares y tuvo momentos de sinceridad, por ejemplo, al tratar el Obamacare —“si hay algo más difícil que la paz entre Israel y Palestina es la reforma sanitaria”. Y otros de pura desesperación: “Le pregunté a Putin dos veces si había interferido y las dos veces me dijo que no. ¿Qué voy a hacer? ¿Acabar a puñetazos con él?”. También se mostró, cómo no, soberbio: “Soy un fracker tremendo. Voy a producir más energía que nadie siendo presidente”. Pero quizá el punto nuclear llegó cuando respondió por su hijo mayor —a quien los columnistas más mordaces ya comparan con el personaje de Fredo en El Padrino— y por su reunión con dos supuestos enviados del Kremlin. Primero, exoneró a su primogénito: “Don es buen chico, un buen chaval. Tuvo una reunión y no pasó nada”. Y luego lanzó la pregunta que muchos republicanos se hacen en Washington: “Honestamente, si fueran demócratas en elecciones y alguien les llamara para darles información contra Donald Trump, ¿cuánta gente no iría a la reunión?”. La respuesta es un test de moralidad. (EPS)  n