Desmentido del artículo de la revista ‘Time’
1. No es cierto que saliera gorda de América. Aumenté de peso en Grecia después de un tratamiento con huevos batidos y una disfunción glandular que mi madre no tuvo el valor de tratar.
2. Solo estuve un año en el Conservatorio Nacional, después me cambié al Conservatorio de Atenas con De Hidalgo.
3. Es mentira que los odiara a todos: ¿a santo de qué? No es cierto que en la escuela no me querían, al contrario. Pura invención.
4. Nunca estuvimos en apartamentos baratos (o sea, cheap). Pero, si fuera cierto, mi madre debería estar avergonzada de decir tal cosa en perjuicio de nuestro nombre.
5. No es cierto que comiera queso, creo que nunca me ha gustado el queso. En cuanto a los desayunos, recuerdo que temía desmayarse al bajar las escaleras de la casa, porque salía por las mañanas sin un té ni una tostada.
6. La Tosca [en Atenas] fue puesta en escena para mí desde el principio y, además, ensayamos durante más de tres meses. Dino Janopulos puede dar testimonio de ello porque fue el director de la ópera. Así que todo es mentira, lo de la camisa rota y mi ojo hinchado, lo de la nariz ensangrentada del otro[1]. Tampoco es cierto que los críticos hayan hablado demasiado bien. Nunca han hablado bien.
7. Solo estuve en Estados Unidos desde octubre de 1945 hasta mediados de junio de 1947, ni dos años siquiera; no es que haya mucha diferencia, pero por ser precisos.
8. Ya en América había seguido una cura de adelgazamiento y había bajado de 100 a 80 kilos, luego en Italia bajé a los 70. Precisamente en la época de Turandot, Tristano y Norma[2]. Después de la operación de apendicitis engordé 10 kilos y luego, sobre el 1950-1951, empecé a engordar sin razón, era la dichosa tenia la que, realmente, me creaba este inconveniente[3].
9. No es cierto que me fuera de América infeliz y enfadada, cuando tenía todas las razones para ser feliz. Tenía un contrato para la temporada de ópera al aire libre más grande del mundo, la Arena de Verona –para La Gioconda, con Serafin de director.
10. Meneghini no le pidió a Serafin que preparara las óperas conmigo. Fue el Maestro quien me enseñó, puesto que debía hacerlas conmigo.
11. La historia de las flores alrededor de la cama es ridícula.
12. No es cierto que Meneghini me impidiera cantar porque, si él hubiera querido, no habría seguido cantando. Nunca tuve a ningún demonio empujándome. Estaba en la gira y tenía que cumplir con mi deber.
13. La historia de La Scala y mi miopía es ridícula. Invención de los habituales y polémicos periodistas a los que no les gustaba que estuviera en La Scala, y escribían o citaban una cosa que dije de una forma para tergiversarla a su manera.
14. La Scala no me ofreció nada hasta la desgracia de la Tebaldi en el teatro. Me pidieron que siguiera con Aida, pero me negué porque no aparecía en los carteles. Es al año siguiente cuando me contrataron para la apertura de temporada con I Vespri.
15. La Tebaldi nunca ha sido una víctima mía, quizá sea al contrario.
16. No es cierto que viva en el conflicto, los odio. Saberse defender y salir victoriosa no es una falta sino algo bueno, pero no significa que me gusten las batallas.
17. Es cierto que mi madre me pidió dinero en ese momento y es cierto que me negué a dárselo porque hacía dos meses que le había pagado (ella estaba conmigo en México a costa mía, por supuesto) unos mil dólares al estado por mi viaje de regreso de Grecia y por el dinero que me prestó el estado que, naturalmente, se lo pasé a mi madre para los gastos de la casa y además le había comprado un abrigo ¾ de piel de visón (como puede confirmar el peletero Hans de México). También le había dado mil dólares para sus gastos personales con la promesa de que le durarían un año –¡ya que no tenía necesidad de dinero porque estaba con mi padre y había ahorrado unos 1.500 o 2.000 dólares!–. Salí de México limpia de dinero porque también tuve que pagarle a mi padrino los 750 dólares que me había prestado para el viaje de mi madre de Grecia a América. Y en ese momento no era rica. ¡Todo lo contrario! No quería cargar en exceso a mi marido porque, quien tenga sensibilidad comprenderá que, en el primer año de matrimonio, uno se avergüenza de pedir dinero constantemente. Después quiso divorciarse de mi padre y fue entonces cuando me enfadé. A esa edad uno no se divorcia. Y, para colmo, escribió unas cartas muy ofensivas a Battista.
18. No es cierto que yo eliminara a Serafin de los discos. Es absurdo acusarme a mí de tal cosa.
19. Nunca he dicho frases como “entiendo el odio y respeto la venganza”, u otras. Son frases ridículas y ni siquiera se ajustan a mi forma de expresarme. Podría decir, y hasta me pueden citar, que detesto la venganza o a los que la ponen en práctica y no entiendo en absoluto el odio. Me citaron en una frase que no tiene sentido y cuya traducción sería: “Entiendo el odio. Yo respeto la venganza. Tienes que defenderte. Tienes que ser muy fuerte, muy muy fuerte. Y lo que te forma es luchar”. Esta frase no tiene ningún sentido.
20. No es cierto que me guste salir sola a recibir los aplausos. Muchas veces he enviado a mis compañeros a recibir solos los aplausos sin tener derecho a ello, por ejemplo:
1. Di Stefano en la primera representación de Lucia en La Scala.
2. Infantino en la Lucia de Venecia.
3. Del Monaco en su última Andrea Chénier en La Scala.
¡Puede preguntarle a estos y que se atrevan a negarlo!
21. No es cierto que me hago todos esos masajes con las cremas y los aceites, etc., ni estupideces de ese género, ¡puede dar fe de ello Elisabetta en Nueva York y Dora Bruschi aquí!
22. ¡No es cierto que nunca lavo mis guantes blancos de La Traviata!
23. No es cierto que mi marido haya gastado una fortuna en mi carrera profesional. Naturalmente, se gastó dinero en comprarme ropa y joyas, pero no te haces famosa con el dinero de tu marido.
24. No es cierto que dijera esa frase con la que concluye el artículo y que es la que digo después de (y esta la habré dicho): “La gente querría verme caer alguna vez”. Pero esta que sigue no la he dicho: “Bueno, no puedo y no caeré. Nunca daré satisfacción a mis enemigos”. Estas son mis palabras alteradas y retorcidas para hacerme parecer presuntuosa y segura de mí misma. En cambio, soy pesimista por naturaleza.
Portada de la revista “Time” que criticó a Maria Callas.
A Jacqueline Kennedy
Milán, 21 de julio de 1963 Mi querida Madame Kennedy,
Me encantaría cantar para ustedes en la cena de Estado en honor del emperador Haile Selassie de Etiopía el primero de octubre, pero me temo que en ese periodo estaré ocupada con grabaciones. Por lo tanto, si pudiera enviarme otras fechas, estaré más que feliz de considerarlas.
En cuanto al acompañamiento, ¿no sería maravilloso que Leonard Bernstein me acompañara al piano o con una pequeña orquesta? Lo conozco muy bien y los dos nos admiramos. Naturalmente, esto es solo una sugerencia, y estoy segura de que estos detalles se pueden resolver más adelante.
Les agradezco que hayan pensado en mí y, especialmente siendo norteamericana, le aseguro que sería más que feliz y me sentiría profundamente honrada de cantar en la Casa Blanca.
Les doy las gracias a usted y al presidente por su admiración, lo que me conmueve profundamente, y ansío conocerla, ya que el año pasado en el Madison Square Garden[1] no estuvo presente.
Con mis mejores deseos,
Atentamente, Maria Callas
A Aristóteles Onassis
París, 30 de enero de 1968
Aristo, mi amor,
Sé que este es un pequeño regalo de cumpleaños, pero debo decirte que, después de 8 años y medio, con todo lo que hemos pasado, estoy feliz de decirte, desde lo más profundo de mi corazón, que estoy orgullosa de ti. Te amo en cuerpo y alma. Y solo deseo que tú sientas lo mismo.
Me siento privilegiada de haber alcanzado el nivel más alto en una carrera difícil y de haber sido bendecida por Dios por haberte encontrado a ti, que también has pasado por el infierno, has alcanzado las alturas y ahora estamos juntos.
Intenta o, por favor, haz que estemos unidos siempre, porque tengo necesidad de tu amor y tu respeto. Soy demasiado orgullosa para admitirlo, pero sé que eres mi aliento, mi mente, mi orgullo y mi ternura. Si pudieras ver mis sentimientos por ti, te sentirías el hombre más fuerte y rico del mundo. Esta no es la carta de una niña. Es la de una mujer herida, cansada, que te da los sentimientos más frescos y juveniles que jamás haya sentido. Nunca olvides eso y sé siempre tan tierno conmigo como en estos días y me harás la Reina del mundo –mi amor–, necesito cariño y ternura.
Soy tuya, haz lo que quieras conmigo.
Tu alma gemela
Maria