Es hora de desempolvar la fábula como género literario y sacarla de la literatura escolar moralista. La brevedad, la fantasía, el humor y la presencia de una moraleja final – en resumen, Brevitas, varietas y veritas– son los principales rasgos de este género en su faceta clásica, o al menos estos fueron los que destacó en el siglo XIX el escritor escocés Robert Louis Stevenson, autor de veinte fábulas memorables. Cuando se aventuró a imaginar la fábula del futuro, intuyó que su vertiente moral dejaría de ser evidente y se volvería interesantemente problemática. El libro de las fábulas y otras fabulaciones (Pre-textos, 2022), del poeta y ensayista argentino Daniel Samoilovich, encarna esta intuición de Stevenson, pues las más de doscientas treinta fábulas que contiene derrochan fantasía y humor hasta en su deliciosa moraleja final (“Esta fabulita sugiere que el olor a jabón es más persistente que la misma mugre.”), lo que corrobora la vigencia, o más bien la inmortalidad, de este género literario breve pero contundente, idóneo para ejercer la sátira.
Como suele suceder en la fábula, el libro lo pueblan animales variopintos, reales o míticos (la liebre patagónica, la rana, el cuervo, el Ave Roc…), acompañados por seres tirando a imaginarios como un puro habano de la marca El Rey del mundo que llega al aeropuerto de Nueva York, o el mismísimo Doctor Segismundo Freud de Pfivor. Todos ellos proporcionan brío a este artefacto literario con aspecto de juguete mecánico de precisión, rebosante de referencias al universo grecolatino y de guiños literarios como el de la fábula 23, protagonizada por unas gallinas blancas procedentes de un célebre poema de William Carlos Williams. El libro también contiene algunas divertidas pullitas dirigidas a la vanidad de los escritores, por ejemplo, en la fábula 64: “Un escritor malo terminó de escribir una frase, echó mano de un pequeño frasco de comas que tenía en el escritorio, tomó un puñado y salpimentó. La frase quedó tan sosa como al principio, pero además demasiado salada”.
Asimismo, en este fabulario encontramos un vínculo fuerte con lo más lúdico de la literatura inglesa: el limerick, esa breve estrofa humorística recreada en castellano por Samoilovich en algunas fábulas, e incluso ecos de la escritura del Lewis Carroll de Alicia en el país de las maravillas. El talento y buen hacer de Samoilovich, junto a su tono que en ocasiones nos recuerda al de las introducciones inolvidables de Marcos Mundstock en los espectáculos de Les Luthiers, logran que cualquier lector se sienta partícipe de este festín literario, que es al mismo tiempo una celebración del pensamiento y de la lógica.
También hay algo muy británico y encantadoramente victoriano en los collages que acompañan a los textos, a cargo del artista Eduardo Stupia, pareja de baile ideal de Samoilovich en este libro, pues sus imágenes son tan delicadas y delirantes como las propias fábulas que ilustran. El destello poético de estos collages radica en su habilidad para explotar la coincidencia de lo que Max Ernst llamó “realidades de diferente naturaleza sobre un plano en apariencia inapropiado”. Con obras como esta, al libro en papel le queda larga vida, pues la fascinación de ir dando saltos entre sus páginas color hueso y regresando a fábulas anteriores y a sus ilustraciones tan bien impresas solamente se obtiene en los libros físicos.
Una de las misiones de las fábulas es hacernos reflexionar acerca del orden social de los humanos a través de los animales y otras criaturas, pero nuestros compañeros de planeta no solo están presentes en este género literario: los animales se han paseado por la literatura de todos los tiempos y formatos, desde las Metamorfosis de Ovidio hasta los relatos de Hebe Uhart y Horacio Quiroga, sin olvidarnos de los poemas de Emily Dickinson y Marianne Moore. Muchos de estos textos los encontramos reunidos en Zoografías (Adriana Hidalgo, 2021), una antología de literatura animal compilada y prologada por Mariano García, quien desde la introducción nos recuerda que, en la literatura, el animal lleva siglos ayudando a los humanos a reflexionar sobre sí mismos. Por eso este volumen roza las seiscientas páginas, sin pretender ser enciclopédico. Por él desfila todo animal alegórico que haya formado parte de un texto literario. Su división estructural entre taxonomía, usos y formas nos permite indagar en cómo nos hemos relacionado con estos seres vivientes en nuestro mundo y, por ende, en los libros: desde el animal empleado para la caza hasta el que ameniza espectáculos o nos acompaña en la vida doméstica.
Y en relación con la mascota más querida por los humanos, el perro, tenemos una novedad literaria escrita por el francés Jean Grenier y titulada Sobre la muerte de un perro (Periférica). Se trata de un breviario de intuiciones sobre la subjetividad canina y de pensamientos sobre nuestra relación con las fieras domesticadas (“La mayoría de las veces, los filósofos usan los animales como contrapunto. Nos gustaría hablar de ellos desde otro prisma y afirmar que no es necesario diferencial al hombre del animal poniendo a un lado la conciencia y, por tanto, la angustia; y al otro, la inocencia y la paz del inconsciente.”).