En un rincón tranquilo a las afueras de Lecce, Renzo Buttazzo ha pasado más de tres décadas cincelando la piedra leccese, convirtiendo un material cargado de historia barroca en esculturas contemporáneas minimalistas. En su taller, este escultor italiano transforma lo pesado en ligero, descifrando el alma de la piedra en su búsqueda de la perfección imperfecta.
El sol de otoño, filtrado entre el cañizo sobre la mesa del jardín, dibuja haces de luz en una fuente de nísperos amarillos recién cogidos del árbol. En este jardín, rodeado de árboles frutales, en San Cesario, a 10 minutos en coche de Lecce, capital de la región de Salento, está el taller/casa/galería del escultor Renzo Buttazzo. Este espacio, construido por el propio Renzo con lo que parecen ser restos de otras casas —trozos de mosaicos en el suelo, una puerta de madera antigua y una caldera de leña—, emite una intensa luz propia desde su interior de techos translúcidos. "Es la piedra leccese", asegura Renzo, "ningún material, ni siquiera el mármol, es capaz de relacionarse con la luz de esa manera".
La iluminación natural es esencial en un trabajo que se mueve entre las luces y las sombras. El polvo blanquecino que cubre todas las superficies del taller es la piel de la piedra, arañada durante años de trabajo. La piedra de la que habla es la misma sobre la que se levantó su ciudad natal, Lecce, la joya del Barroco de Puglia, que en los siglos XVI y XVII se convirtió en el lienzo de artistas, escultores y arquitectos que moldearon este mismo material, dándose un festín de motivos florales, figuras humanas y animales fantásticos en las fachadas de las iglesias y los palacios. Renzo, que creció rodeado de los excesos del Barroco, tomó el camino opuesto cuando creó su laboratorio de artesanía en pietra leccese en 1986 y se dedicó a buscar la esencia de un material que, en su estado más puro, le ofrecía posibilidades creativas inexploradas hasta ahora. Su vida se convirtió en un viaje de experimentación y estudio. Y dice: "En busca del alma de la piedra y su impulso primitivo".
Enjuto, fibroso, de cara angulosa y pelo alborotado, cubierto de polvo blanco, como una especie de Franco Battiato asalvajado, Renzo se mueve ligero en sandalias por su estudio, de un lado a otro, trabajando en varias piezas en diferentes estados del proceso creativo. En el jardín, los bloques de piedra en bruto de más de 70 kilos descansan apilados como si fueran un Tetris. Estas piedras, elegidas por él mismo, proceden de la cantera Pitardi Cavamonti, a 20 kilómetros de Lecce. La selección del bloque se basa en la fecha en que fue extraído y el sonido que produce al golpearlo con un martillo, dando pistas a Renzo sobre posibles inclusiones y roturas que puedan arruinar luego su trabajo. Esta técnica para elegir las piedras es exactamente la misma que usaban los antiguos canteros de Lecce hace más de 400 años para elegir aquellas con las que construyeron la ciudad. Las técnicas de trabajo y las herramientas de este artista son también las mismas.
En el taller, un tronco de madera sirve como base donde clavar una docena de hachas de distintos tamaños. En el suelo, entre lascas y polvo de piedra, hay mazas, cuñas, cinceles, martillos y limas de metal de distintos calibres. Con ellos, Renzo Buttazzo va eliminando las aristas y la dureza de la piedra en un viaje donde lo pesado se transforma en ligero y lo tosco en sutil, convirtiendo los ángulos de la piedra en sensuales formas redondeadas. Los bocetos colgados en la pared son solo una leve guía de lo que transita por su cabeza al acometer una nueva pieza. Ninguna de sus obras es similar a otra. La piedra, con sus imperfecciones y sus caprichos, es la que manda.
Henry Moore decía que el primer agujero hecho a través de una pieza de piedra era "una revelación, porque un agujero puede tener por sí mismo tanto significado de forma como una masa sólida". En la obra de Buttazzo, los orificios tallados en la piedra abren la conversación entre luz y sombra. Hay algo hipnótico en verlo trabajar, ágil y certero con cada golpe de cincel, liberando formas atrapadas dentro de la piedra, imaginadas solo por él. Más tarde, la lima de metal irá domando los contornos para ir domesticando el bloque, repasado con ocho tipos de lija cada vez más finos, hasta conseguir una superficie tan suave como una mejilla.
Profundamente introspectivo a la hora de crear, para el artista italiano la mente tiene que estar limpia: "Es necesario vaciar la mente, no mirar lo que otros están haciendo y buscar dentro de uno mismo. Solo entonces, en el vacío absoluto, encontrarás la esencia de la creación".
Su trabajo no se limita únicamente a la obra escultórica, con creaciones que van desde sus piezas decorativas hasta sus lámparas y mobiliario, expandiendo de manera significativa las posibilidades de uso y expresión de este material. Suyo es el primer diseño de una lámpara italiana realizada en piedra, convertida en todo un icono del diseño. En la pequeña galería junto al taller, entre figuras sinuosas sin rostros y esculturas abstractas, descansa en una esquina una de esas lámparas. "Es un regalo para Sofia Coppola. Su padre, Francis Ford Coppola, me la encargó para ella por su cumpleaños", comenta, sin darle mayor importancia. Y es que, a pesar de que su obra adorna las casas de celebridades, acompaña marcas como Armani y Louis Vuitton y se vende en galerías de Francia y Nueva York, él rehúye el mercado del arte y es más fácil encontrarlo en su taller creando o dando clases de cantería a jóvenes que en la apertura de una nueva galería. Cuando el trabajo se lo permite y se toma un respiro, su forma de recargar baterías es navegar en su velero por los tres mares que bañan Puglia y alcanzar la costa de Grecia. "El cielo, el mar, las costas escarpadas y la luz son el sustrato de mi creatividad. Solo en la naturaleza podemos apreciar de verdad la belleza del mundo en el que vivimos". Palabra de Renzo Buttazzo.
Los utensilios del artista.