Remedios Varo: en el taller de los sueños de una moderna inmortal

La pintora surrealista exiliada en México resurge en un volumen que compila toda su obra escrita y en una gran exposición en Chicago que explota su lado esotérico

Sus ojos rasgados, tan de gata, encerraban el misterio de esos cuadros habitados por extraños seres y mundos oníricos que pintaba Remedios Varo, una de las mayores artistas del surrealismo español.

Ahora, a los 60 años del adiós de "una hechicera que se fue demasiado pronto" —en palabras de André Breton—, su enigmática mirada regresa.

 

Y lo hace con dos viajes inesperados

Una gran exposición en Chicago, la primera que Estados Unidos le dedica desde el año 2000, y la recopilación completa de su obra escrita, que reúne cartas, sueños, relatos, recetas humorísticas, ejemplos de escritura automática y proyectos inacabados, con textos inéditos de una vanguardista que dibujó con la pluma y escribió con el pincel. Una artista total con filtro poético en la mirada.

  • Una mujer moderna cuya vida errante —primero por razones familiares, luego por la Guerra Civil y finalmente por la ocupación nazi de París— terminó en un exilio mexicano definitivo.

Todo ello impregna sus escritos, que habían permanecido ocultos durante décadas o cuya publicación había sido fragmentaria, dispersa, casi clandestina. Ahora, Isabel Castells, profesora de Literatura Española en la Universidad de La Laguna y experta en el surrealismo y el exilio republicano español, los ha compilado en el libro El tejido de los sueños (Renacimiento).

Se trata de una oportunidad única de visitar el taller donde se pergeñaba el arte de Remedios Varo: esos cuadernos privados donde la pintora volcaba con más libertad que sobre el lienzo su humor, sus miedos, sus angustias, su inventiva creadora de mundos que mejorasen esa sociedad violenta que la rodeaba y que determinó parte de su vida.

El libro revela algunos de los juegos de Remedios Varo, como elegir un nombre al azar del listín telefónico y dirigir a esa dirección una carta así: "Estimado Desconocido: Ignoro totalmente si es usted un hombre solitario o un padre de familia, si es un tímido introvertido o un alegre extrovertido, pero, sea como sea, quizás está aburrido y desea lanzarse intrépidamente en medio de un grupo de personas desconocidas con la esperanza de oír algo que le interese o le distraiga.

También el hecho de sentir curiosidad y hasta algo de inquietud es ya un aliciente, por eso le propongo que venga a pasar el fin de año a la casa nº... de la calle...".

A aquella fiesta iban a asistir la fotógrafa Kati Horna, el escritor Octavio Paz, la pintora y escritora Leonora Carrington, su esposo fotógrafo Chiki Weisz, y otros bohemios de un México irrepetible.

Quién sabe si tuvo lugar la fiesta. Quién sabe si aquel desconocido asistió. Lo que sí conocemos es el final de esa carta de Remedios Varo, donde le escribe al ignoto destinatario lo siguiente: "Pensándolo bien, creo que estoy más loca que una cabra.

No se haga la ilusión de que la sala será atravesada por una aurora boreal ni por el ectoplasma de su abuela, tampoco caerá una lluvia de jamones ni sucederá nada de particular y, así como le doy estas seguridades, espero que no sea usted ni un gángster ni un borracho. Nosotros somos casi abstemios y medio vegetarianos".

Es una muestra de un material heterodoxo, inasible en ocasiones, siempre liviano y refrescante, al que Isabel Castells pone orden y contexto en este volumen singular.

La profesora subraya que Remedios Varo no escribió, a diferencia de otras autoras del exilio español, unas memorias como las de María Teresa de León o Concha Méndez, ni un diario que diese cuenta de sus experiencias vitales y creadoras, como el que redactó Manuela Ballester.

"Tampoco contamos con un amplio epistolario que, como sí ocurre en el caso de Rosa Chacel o María Lejárraga, nos permita reconstruir sus relaciones personales y sus ideas sobre la vida y el arte", apunta.

Sin embargo, sus escritos tienen algo único en el panorama triste del exilio: responden a un deseo de divertirse con la redacción de cartas o de pequeños relatos, de idear irrepresentables obras teatrales o de transcribir sus sueños.

Un material onírico como fuente de inspiración, como zona liminar entre lo intangible y lo real, esa porosa zona irrealis donde se incuba esa verdad otra indisociable de la vida y que tan fecunda fue en la mente de Varo.

Ahí va un sueño: Leonora Carrington había dado a luz a un bebé que nacía con una espada roja al cinto que formaba parte de su cuerpo, una espada que estaba viva y que era también carne con circulación sanguínea.

Ahí van los ingredientes de una receta de Remedios Varo "para provocar sueños eróticos": un kilo de raíz fuerte, tres gallinas blancas, una cabeza de ajos, cuatro kilos de miel, un espejo, dos hígados de ternera, un ladrillo, dos pinzas para ropa, un corsé con ballenas, dos bigotes postizos y sombreros al gusto. La explicación es puro surrealismo lúdico.

Tal vez los textos de mayor enjundia en este volumen son las explicaciones a sus cuadros escritas por la propia Varo.

Una muestra: sobre su óleo titulado Vagabundo, la artista —que estimaba la libertad por encima de todo— describe la ropa de su vagabundo y las prisiones que le acarrean.

"En un lado del traje hay un recoveco que equivale a la sala, allí hay un retrato colgado y tres libros, en el pecho lleva una maceta donde cultiva una rosa, planta más fina y delicada que las que encuentra por esos bosques, pero necesita el retrato, la rosa (añoranza de un jardincito en una casa) y su gato; no es verdaderamente libre".


'Armonía', de Remedios Varo, 1956.