En la conocida película Bailando con lobos (1990, Kevin Costner), su protagonista, un teniente del Ejército de la Unión, hace amistad con un anciano sioux (en el libro en que se basa la película es un comanche), que le enseña el morrión de un conquistador español, mientras le relata que “los que lo trajeron llegaron en la época del abuelo de mi abuelo” y con el tiempo fueron expulsados, dando así Hollywood la impresión de que durante siglos no hubo presencia española continuada en California, Florida, Nuevo México o Texas, o que los indígenas derrotaron a los peninsulares afincados en el Oeste de los actuales Estados Unidos.
- Es difícil concentrar tantas falsedades en tan escasos minutos de cinta.
Cuatro siglos antes de que John Wayne no dejase un indio vivo en las pantallas de cine, de que Buffalo Bill convirtiese a los bisontes en una especie en peligro de extinción o que el general Custer entrase en la eternidad pegando tiros a lo loco, Francisco Vázquez Coronado ya había pisado lo que hoy son Texas, Arkansas, Utah y Nuevo México, descubierto el cañón del Colorado y remojado sus destrozados pies en el río Bravo. Forjado en la frontera. Vida y obra del explorador, cartógrafo y artista don Bernardo de Miera y Pacheco en el Gran Norte de México (Desperta Ferro Ediciones, 2022), de John L. Kessell y Javier Torre Aguado, recrea la increíble y poco conocida historia de los españoles del siglo XVIII que mantuvieron y exploraron los límites del imperio hispano en lo que hoy es el suroeste norteamericano.
ALIANZASAcosados por los soldados franceses que se adentraban desde Luisiana, sufriendo los bandazos que la política de alianzas internacionales marcaba en cada momento, enfrentándose a belicosas tribus indias armadas por potencias enemigas e intentando extender el cristianismo entre apaches, comanches o gilas, una población de 17.722 españoles defendía y expandía la frontera norten de Nueva España. Y lo consiguieron.
El límite septentrional de Nueva España incluía una docena de fuertes, llamados en la época presidios, que se alzaban en línea horizontal, de este a oeste, desde el golfo de México hasta el desierto de Sonora, a unos 600 kilómetros del Pacífico. En cada uno de estos fortines aislados, a cientos de kilómetros unos de otros, vivían medio centenar de soldados que intentaban aparentar la ilusión de una frontera protegida. De entre todos los asentamientos, destacaban dos: Santa Fe y El Paso. Este último incluía un fortín, cinco misiones y numerosos ranchos, haciendas y granjas repartidos por sus alrededores. Pero en 1680, Santa Fe fue destruida por los indios, lo que provocó una masiva llegada de refugiados a El Paso.
“De la noche a la mañana, El Paso se transformó en una comunidad tomada por los que huían, una especie de colonia en el exilio”, indican los autores del libro.
La llegada de colonos y soldados a Nuevo México fue constante durante los siglos XVII y XVIII, entre ellos se encontraba, en 1730, Bernardo de Miera y Pacheco, “prácticamente desconocido en España, pero que fue una de las más versátiles y fascinantes figuras de la América hispánica”, como le definen los autores del ensayo.
Miera, un artista autodidacto formado en la montaña santanderina, pintó y esculpió obras de arte que adornaron ?y siguen adornando? iglesias y misiones coloniales. Pero también fue ingeniero, capitán de milicias, explorador y cartógrafo, realizando uno de los “mapas más relevantes y precisos de la frontera norte del siglo XVIII”.
Cuando el cántabro arriba a Nuevo México, el 25% de la población ya era mestiza. “Los indios que vivían en la periferia de la capital participaban de forma activa del mundo urbano y comercial. Muchos de ellos hablaban español, vestían a la española y consumía productos españoles si su economía se lo permitía. Mientras Gran Bretaña, Francia y España contendían en otros lugares del globo, la lejana frontera norte del imperio se preparaba para cualquier invasión [india, francesa, rusa o británica]. La Corona, bajo la majestad de Fernando VI (1746-1759) quería tener un conocimiento preciso de la extensión de sus territorios y conocer la localización exacta de las fronteras, por lo que se hacía necesario disponer de mapas fiables”. Miera estaba en disposición de ofrecer sus servicios y plasmar en un gran plano el virreinato de Nueva España, que se extendía por toda la parte occidental de Norteamérica, desde el norte de Guatemala hasta el legendario estrecho de Anián [Canadá] e incluía las Filipinas.
Así, en 1747, Miera formó parte de una expedición contra los apaches, con un ejército que cabalgó “con una curiosa apariencia”. Más que una formación militar, parecía una cuadrilla bastante informal. No vestían uniforme, ni tampoco portaban armas reglamentarias. Cada soldado llevaba su ropa habitual y luchaba con las mismas pistolas o arcabuces que guardaba en su casa para defender su hogar de posibles asaltos.
El armamento oficial de los pocos que lo poseían se componía de una larga lanza con punta de acero, una espada corta y una escopeta de un solo tiro, que necesitaba casi dos minutos para ser recargada. Miera, mientras, iba tomando nota de todos los lugares por donde pasaban. La operación militar fracasó, ya que no encontraron a los apaches, pero el cartógrafo sí consiguió elaborar en 1748 el primer plano de Nuevo México.
En 1752, llegó la paz con los comanches, a los que se les permitiría participar en las ferias de comercio que se celebraban en Taos y Pecos (Texas). Todo prosperó.
De hecho, en 1758, el cántabro volvió a levantar un nuevo plano de la región de Santa Fe, donde ya daba cuenta de 16 comunidades y tres villas, en las que vivían 5.170 hispanos, 225 indios cautivos y 8.694 indígenas libres. El Paso, por su parte, era habitado por 2.568 españoles y 1.065 indios. En total, el número de varones capaces de defender la provincia, entre los 15 y 70 años, era de 5.294 hombres. Por su parte, los indios aliados o hispanizados, y que estaban integrados en las tropas contra apaches y comanches, disponían de 48 mosquetes, 17 pistolas, 82.000 flechas, 802 lanzas, 103 espadas, 4.813 caballos, 193 chaquetas de cuero (el chaleco antibalas de la época), 8.325 cabezas de ganado bovino y 64.561 ovejas.
Mapa de Bernardo de Miera, de 1778, donde refleja el noreste de Nuevo México.