Centenario de ‘Ulises’: guía para no perderse con la obra maestra de James Joyce

Se cumplen 100 años de la publicación de la legendaria novela, una de las más complejas de la literatura moderna

El Ulises cuenta la historia de un día en la vida de Dublín, el 16 de junio de 1904, fecha en la que James Joyce dio un memorable paseo por la ciudad, dando comienzo a su relación con Nora Barnacle, con quien compartiría el resto de su vida. Joyce era enemigo acérrimo del matrimonio y no podía soportar el provincianismo de Irlanda ni la influencia de la Iglesia católica.

Huyó de su Dublín natal con Nora, refugiándose en diversas ciudades de Europa. Escribió el Ulises en Trieste, Zurich y París entre 1914 y 1921. En su opinión, todo escritor alberga en sí una única novela que publica en entregas sucesivas a lo largo de su vida. La novela única de Joyce consta de tres partes perfectamente diferenciadas, el Retrato del artista adolescente, el Ulises y Finnegans Wake. Una firme línea de continuidad une a estas obras, mostrando la evolución de la prosa de Joyce, que va de la luminosa precisión del Retrato al magma incandescente de Finnegans Wake, obra a la que dedicó 17 años de su vida.

La estructura del Ulises tiene su origen en la huella que dejó en Joyce la lectura de Las aventuras de Ulises, novela juvenil de Charles Lamb, que cayó en sus manos cuando tenía 12 años. Después de publicada la novela, el autor pergeñó una tabla de correspondencias entre los capítulos del Ulises y diversos episodios de la Odisea. Aunque después minimizó su importancia, las referencias al poema homérico se deben tener en cuenta. Hay tres personajes centrales, Leopold Bloom, de 38 años, agente publicitario de origen judío; su mujer, Molly, cantante de ópera, de 33 años, y Stephen Dedalus, artista y escritor, de 22. Sus equivalentes en el plano mítico son Ulises, Penélope, su mujer, y Telémaco, su hijo.

La novela se divide en tres partes. La primera, o Telemaquiada, da cuenta de las actividades matutinas de Dedalus, protagonista del Retrato del artista adolescente. En la segunda, Andanzas de Odiseo, se refieren las peripecias de Leopold Bloom por Dublín. La tercera, Nostos o El regreso a Ítaca, marca el retorno de Bloom a Eccles Street, acompañado de Dedalus y culmina con el apoteósico monólogo de Molly Bloom.

Más que de argumento habría que hablar de una multiplicidad de acciones que se entrecruzan y ramifican a lo largo de las 18 horas que dura la novela. El número de personajes secundarios es delirante. La acción comienza a las 8 de la mañana en dos capítulos distintos de la novela, uno en la Torre Martello, en Sandycove, en las afueras de Dublín, y otro en el domicilio conyugal de Bloom. Joyce inventó una técnica narrativa propia para cada capítulo, de modo que cabe hablar de dieciocho unidades novelísticas distintas. Solo el primer capítulo de cada sección se sirve de la técnica convencionalmente conocida como narración. Los dos capítulos adicionales de los segmentos inicial y final de la novela recurren a técnicas que Joyce bautizó como catecismo y monólogo, ambos hallazgos asombrosos.

La técnica llamada catecismo es un mecanismo narrativo que se sirve de preguntas y respuestas que mueven con extraordinaria agilidad el texto. En cuanto al llamado monólogo interior, se trata de la mayor aportación de Joyce al arte de narrar. El autor deja que los pensamientos de los personajes fluyan sin ningún control externo. El monólogo de Molly Bloom, que ocupa el capítulo final de la novela, consta de ocho frases larguísimas que carecen por completo de puntuación. De una belleza sublime, este segmento está considerado una de las cumbres de la literatura universal. El cuerpo central de la novela consta de 12 capítulos, a cual más audaz.

A la narración que abre el primero sigue un desfile delirante de estilos, idiosincráticamente designados por su autor como narcisismo, incubismo, entimémica, peristáltica, dialéctica, laberinto, fuga, gigantismo, (de)tumescencia, desarrollo embrionario y alucinación. Tras cada uno de ellos se encierra un universo propio. Dentro del laberinto que es el Ulises operan solapados nueve sistemas de referencia que remiten respectivamente a un episodio de la Odisea, una disciplina artística o científica, un símbolo, un órgano del cuerpo humano, un color, una técnica estilística, un lugar de Dublín, y una hora del día. Para Joyce su novela era un organismo dotado de vísceras, nervios, músculos y fluidos lo cual le hizo asignar a sus fragmentos elementos anatómicos como el útero, el esqueleto, carne, sangre, órganos genitales y aparato locomotor.

Texto infinitamente elástico y proteico, en el Ulises, el río de la lengua reproduce el flujo incesante de la vida, dando cuenta tanto de los sucesos del mundo exterior como de las evoluciones y fluctuaciones del cuerpo y de la mente. Por encima de todo, el verdadero protagonista del Ulises es el lenguaje, que Joyce maneja a su capricho. Hay tramos que pueden resultar agotadores o intransitables, pero son imprescindibles. Con frecuencia la prosa destella con una fuerza, precisión, belleza y lirismo que cortan la respiración. El texto le confiere gran importancia a las cuestiones de orden fónico. Estamos ante una novela cuyo lenguaje en muchos momentos es, para utilizar una expresión de Ezra Pound, “poesía al borde de la música”. Para Edmund Wilson el componente musical de la novela tenía más peso que el narrativo. Ernst Robert Curtius aconsejaba leer el Ulises como si se tuviera delante una partitura, lo cual se ajusta perfectamente a la experiencia que supone afrontar un texto así: no es necesario saber descifrarla para sentir la grandeza de la música.