La última frase es uno de esos libros difíciles de encajar en un solo género, ¡benditos sean! En él, Camila Cañeque (Barcelona 1984-2024) recopila 452 finales de otros tantos libros ajenos, casi todos ellos, novelas, y los intercala en su propio discurso distinguiéndolos en cursiva y revelando su origen en las notas numeradas finales. Lo más fácil, y probablemente lo correcto, sería considerarlo un ensayo en torno a la ficción, pero la misma autora llega a referirse a su obra como un "relato", afirmación que tiene sentido en tanto que hay algo de viaje en estas páginas. Igualmente, al resultado lo atraviesa un no-sé-qué de poético, en parte por el ritmo y en parte, por la imaginería.
Así que, dando un paso más allá, a mí me tienta presentárselo al lector como una instalación literaria, muy en sintonía con la faceta artística de Cañeque, que propuso más de una a lo largo de su trayectoria: ya saben, un espacio (da igual que sea textual) por el que avanzar entre objetos que cobran nuevos matices al conectarse bajo una única mirada que los ha reorganizado. Aunque quizá bastaría con decir que estamos ante un juego muy serio, cuyo carácter lúdico se percibe en detalles tan divertidamente obsesivos como el de calcular la extensión de La última frase para que coincida con la que presenta la última frase más extenuante de la historia: el monólogo de Molly Bloom en Ulises.
En cualquier caso, se trata de un volumen breve, depurado y concentrado, que va acumulando significados e hipótesis acerca de una idea imposible: el final. Y digo "imposible" porque los finales, como sabe Cañeque y también nosotros, no existen. Los deseamos, imaginamos, necesitamos, relatamos o profetizamos, pero ahí afuera, adonde no llegan la palabra ni nuestra imaginación, al mundo le son indiferentes los cortes con que soñamos organizar el tiempo y la experiencia. Entonces, la autora se lanza a especular sobre el papel que los finales cumplen en la literatura, en la vida íntima de un individuo y, finalmente, en la cultura compartida, llevándonos de la mano del miedo a la muerte (o la incomprensión ante ella) hasta la enmarañada pero indudable fascinación colectiva que sentimos ante la amenaza/promesa del fin de los tiempos y la extinción de todo.
- La escritura de Cañeque se desplaza de una dimensión a otra estableciendo una continuidad impecable entre ellas, con un estilo de inteligencia fría que, sin embargo, logra transmitir un fatalismo hermoso y casi, casi confesional (¡pero no!). Cuando cierras el libro, sientes que has leído una propuesta de apariencia muy moderna que oculta, en el fondo, un profundo clasicismo: he aquí un canto a la tragedia del desencuentro entre el tiempo infinito y nuestra condición finita, con la literatura como mediadora destinada a un fracaso tan predecible como fascinante.
Camila Cañeque murió poco antes de la publicación de La última frase. La muerte de una persona es eso, una muerte, no una excusa para levantar metáforas. Esas ya las contiene su fantástico libro.