Si yo tuviera que escoger una entre todas las novelas que he publicado, probablemente elegiría La guerra del fin del mundo, porque lo considero el proyecto más ambicioso que me he planteado.
Es también el libro que me exigió más tiempo de trabajo y el que me planteó más dificultades.
Lo digo por muchas razones, pero especialmente por dos. Una es que esta fue la primera de mis novelas que no está localizada en mi país, Perú, sino en uno extranjero, Brasil. La otra es que se trata del primer libro que no es contemporáneo a mi propia vida, sino una novela histórica situada a finales del siglo diecinueve. Si me hubieran preguntado hace quince años sobre la posibilidad de que escribiese un libro de estas características —que no se desarrollase en Perú ni fuese contemporáneo— probablemente habría respondido: “No, nunca”. Siempre escribo libros sobre Perú y todos han sido contemporáneos.
A pesar de que yo siempre había pensado que mi vocación era escribir relatos actuales, siempre situados entre mi propia gente y en paisajes familiares, con personas que hablan el mismo tipo de lenguaje que yo, lo que me permite recrearlo con facilidad, un día tuve una experiencia tan potente que me estimuló a escribir sobre otra cosa, a escribir La guerra del fin del mundo. Esa experiencia fue la lectura de un libro extraordinario que se llama Os Sertões, del autor brasileño Euclides da Cunha. Os Sertões es uno de los libros más extraordinarios que se han escrito jamás en América Latina y una obra esencial para entender lo que este continente es, o, mejor dicho, lo que no es. Cualquiera que quiera comprender como un especialista los problemas y las culturas latinoamericanas, debería empezar por leer Os Sertões.
Creo que Os Sertões es uno de los libros que he leído con mayor asombro, entusiasmo y pasión. ¿Por qué me impresionó tanto? Las razones son muchas. En primer lugar, en el momento en que leí Os Sertões me preocupaban mucho algunos problemas relacionados con Latinoamérica. Uno de ellos era: ¿Cómo es posible que los intelectuales latinoamericanos —personas de ideas, cultas, personas que están bien informadas sobre lo que ocurre en nuestros países, que, generalmente, han viajado mucho y por esa razón pueden comparar lo que ocurrió en un país con lo que ocurrió en otro y tener una visión general o perspectiva de los problemas de América Latina— hayan sido responsables, tantas veces, de los conflictos y problemas a los que Latinoamérica se ha enfrentado en su historia? ¿Cuál es la razón por la que los intelectuales han contribuido, por ejemplo, a la intolerancia, que es uno de los aspectos más oscuros de nuestra historia? Los intelectuales han promovido la intolerancia; intolerancia religiosa en el pasado e intolerancia ideológica y política en el presente. Es cierto que también ellos han sido víctimas de la intolerancia muchas veces; han sido perseguidos, encarcelados, torturados, a veces asesinados por dictaduras. Pero en sus declaraciones políticas han reaccionado a esta clase de intolerancia en muchos, muchos casos, con otra intolerancia equivalente, promoviendo un tipo de interpretación celosa y dogmática de nuestra sociedad y nuestra realidad. ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué la gente instruida de nuestro continente ha participado de la misma manera que otras secciones de nuestra sociedad en la creación de este sistema de intolerancia, que es la raíz de nuestros problemas?
Lamentablemente, por muchas razones los intelectuales latinoamericanos todavía tienen grandes sesgos ideológicos en su enfoque de los problemas políticos, sociales y culturales. Hay excepciones, por supuesto; pero en general yo diría que, si el enfoque pragmático es, como creo, más civilizado y mejor para entender lo que es la realidad, entonces la gente común en América Latina tiene, probablemente, una comprensión más clara que los intelectuales y artistas de lo que es bueno para Latinoamérica.
Leer Os Sertões me proporcionó una extraordinaria descripción de lo que ha sido este problema en un caso concreto, Brasil, y en un acontecimiento concreto, la guerra civil de Canudos. Me conmovió profundamente el caso del propio Euclides da Cunha, el autor de Os Sertões, porque su experiencia fue como la encarnación de la que han tenido, y tienen, muchos intelectuales de América Latina. Además, quedé muy impresionado porque creo que el libro es una obra maestra. No es una novela, pero puede leerse como si fuese un extraordinario relato.
El libro es una descripción de algo que ocurrió en Brasil a finales del siglo XIX. Resumiré esta guerra civil, la guerra de Canudos, porque asumo que la mayoría de los norteamericanos nunca han oído nada sobre estos episodios, como también es el caso en América Latina. Probablemente sepan que la independencia brasileña llegó a finales del siglo XIX y fue una transición relativamente pacífica desde la monarquía a la república. Un golpe militar, apoyado en general por todo el Brasil occidentalizado, estableció la república en 1888.
El movimiento republicano, que aplastó a la monarquía y la reemplazó, fue un movimiento progresivo en el que los militares y los intelectuales fueron las fuerzas motrices. El ejército y los intelectuales estaban unidos; fue una de las pocas ocasiones en que estos dos grupos compartieron objetivos políticos y sociales en Latinoamérica, un propósito común.
Hubo, por ejemplo, un personaje muy interesante, un militar e intelectual llamado Benjamin Constant, profesor en la escuela militar de Río de Janeiro. Muy influenciado por la doctrina positivista francesa, era un lector entusiasta de la filosofía francesa y pensaba que Auguste Comte era realmente el gran pensador de su época. Así que introdujo el positivismo en la escuela militar de Río de Janeiro, y muchos de sus oficiales se formaron en las ideas positivistas. Como probablemente hayan escuchado, el positivismo fue muy importante en varios países de América Latina, particularmente en Brasil y México. Pero el país donde tuvo más influencia y donde llegó a ser una filosofía oficial del gobierno y de la sociedad fue Brasil.
En Brasil, el positivismo tuvo mucha más influencia que en la propia Francia. Creo que Brasil fue el único lugar en el mundo donde aquellos templos de la razón que Comte sugería se construyeron realmente, tempos que estaban orientados hacia París, como las mezquitas están orientadas a La Meca. Benjamin Constant, en la escuela militar de Río de Janeiro, enseñó a los jóvenes oficiales que la única manera de que Brasil llegara a ser un país moderno, una sociedad progresista, era convirtiéndose en república, sustituyendo el anticuado y obsoleto sistema monárquico por una república.
Esta fue también la idea de todos los intelectuales progresistas de Brasil; y así, cuando los militares se rebelaron contra la monarquía, los intelectuales los apoyaron, y todo el Brasil civilizado los siguió y aceptó la república, que se estableció en 1888 con gran entusiasmo popular y con la convicción de que transformaría Brasil en algo similar a los Estados Unidos de América. Ese era uno de los modelos que los brasileños tenían en mente cuando crearon la república. Eran personas realmente convencidas de que la república cambiaría la suerte de los pobres en Brasil, que no solo significaría modernización, sino también justicia social, la desaparición —o al menos disminución— de todas las desigualdades económicas. Eran progresistas en el sentido más profundo de la palabra. Por supuesto, se necesitó algún tiempo para que las instituciones republicanas se extendieran por todo el enorme país, para llegar a las áreas remotas de Brasil.
Unos pocos años después de que se estableciera la república, en un área remota y aislada del interior del estado de Bahía, un lugar que se había estado desarrollando —o más o menos languideciendo— sin comunicación con el resto de país, hubo una rebelión, una rebelión en contra de la república. Y los rebeldes eran probablemente los más pobres de Brasil. Eran campesinos, vaqueros, personas que se sublevaron contra la institución, contra la república. Al principio, nadie tuvo conocimiento sobre esta rebelión porque la zona estaba tan aislada que solo las autoridades en Salvador, la capital del estado de Bahía, recibieron información al respecto. Enviaron una compañía de la Guardia Civil para aplastar el movimiento, que no les parecía muy importante. Pero los rebeldes los derrotaron y se llevaron todas las armas. Este resultado inesperado creó cierta preocupación en Salvador, que esta vez envió un batallón, dirigido por el mayor Febronio DeBrito.
La segunda expedición también fue derrotada y destruida por los rebeldes. El mayor DeBrito escapó, pero los insurgentes se quedaron con todas las armas. Esta segunda derrota supuso un enorme escándalo, esta vez por todo el país. En Río, en São Paulo, por ejemplo, hubo muchas reuniones sobre la situación. Lo curioso era que nadie podía entender lo que sucedía porque en la mente de la élite —la élite política, intelectual y militar del país— era simplemente impensable que hubiera una revuelta de los pobres contra algo que se había creado precisamente para su beneficio, para los campesinos, para las víctimas de Brasil. Los brasileños occidentalizados no comprendían la resistencia de los campesinos y buscaron una explicación.
Fue en ese momento cuando los intelectuales progresistas de Brasil comenzaron a jugar un papel fundamental. Como no podían entender lo que estaba ocurriendo, hicieron lo que hacen todos los intelectuales en esos casos: se inventaron una teoría. Afirmaron que esto no era una rebelión de los campesinos pobres del noreste (Bahía), algo impensable. Tenía que tratarse de una rebelión organizada por los enemigos de la república. ¿Y quiénes eran los enemigos de la república? Los monárquicos, los antiguos miembros de la corte, los oficiales exiliados en Buenos Aires o en Lisboa y, por supuesto, los terratenientes del interior de Bahía, esos ricos que son los enemigos naturales de la república. Los monárquicos eran los verdaderos responsables de la rebelión, e Inglaterra también era responsable como enemigo natural de la república. La monarquía había tenido una estrecha relación comercial y económica con Inglaterra, pero la república quería orientar su comercio más hacia los Estados Unidos de América, así que a Inglaterra le perjudicaba esta política. Por esta razón, los intelectuales pensaron que Inglaterra intervenía en la rebelión, que era, de hecho, una conspiración creada por los enemigos de la república. Lo que resulta verdaderamente fascinante es que esta teoría, una creación imaginaria de los políticos e intelectuales del Brasil occidentalizado, fue tomando forma poco a poco y se convirtió en una realidad indiscutible, una cosa tan obvia que nadie pensaría en falsificarla o criticarla.