La cólera de historiador

Un fuerte altercado en la sala de consulta suscita una violenta carta de un investigador, el apoyo de decenas de colegas a sus reclamos y un debate entre los directivos sobre cómo responder

Los documentos sobre las olvidadas matanzas de indígenas chimila en el siglo XIX detonaron hace dos semanas un fuerte altercado en el Archivo General de la Nación, un icónico edifico de ladrillo en pleno centro de Bogotá. Sergio Mejía, un reputado historiador, pidió estos materiales para sus investigaciones sobre los últimos años del Virreinato de la Nueva Granada. Las asistentes de la sala de consulta rechazaron la solicitud y le informaron que, por cuestiones de conservación, no prestan lo que está digitalizado o en microfilm. El académico montó en cólera. Les respondió que no podían decir eso, que eran nuevas y jóvenes, que él investiga allí desde los noventa. Después discutió con dos directivos que respaldaron a sus subalternas y les avisó que montaría un escándalo por cómo habían "destruido" un archivo que, según él, alguna vez estuvo entre los mejores del mundo. "A partir de hoy, somos enemigos", le dijo al jefe de sala antes de retirarse.

Unas horas después, Mejía escribió la carta Nos robaron el Archivo General de la Nación. Describió las molestias acumuladas a lo largo de los años, como que el archivo presuntamente se convirtiera "en un negocio" en 2012, cuando comenzó a proveer servicios de asesoría archivística a otras dependencias estatales. Recordó que la plataforma Archidoc colapsó en 2023 y que no hay un reemplazo adecuado para más de 12 millones de documentos digitalizados. Sin embargo, lo que ya era inaceptable, escribió, era lo que había pasado en los últimos meses: los malos manejos, según Mejía, dejaron de limitarse al segundo piso, el administrativo, y comenzaron a afectar a los investigadores en el primer piso. "Nuestros burócratas incompetentes, cínicos y nefastos, cuando no sencillamente corruptos, se han tomado también la Sala de Consulta".

La carta está repleta de insultos. Se refiere a los funcionarios que lo atendieron como "quince bárbaros", al jefe de sala como "un sujeto monumental" —en referencia a su físico— y a la subdirectora de Patrimonio como alguien que "está traicionando a la República". Describe a los dos directivos como "burócratas malos e ignorantes" y a ella la menciona varias veces como una mujer "núbil". En una conversación telefónica, Mejía defiende que todo ello era necesario para captar la atención. "Es una diatriba, un modelo retórico para escandalizar. Así lo hacían grandes intelectuales, como Bertrand Russell y Émile Zola", afirma. "Si mi carta hubiera sido comedida, todo hubiera pasado desapercibido".


Francisco Flórez, director del Archivo General de la Nación.