Antonio Gramsci, el profeta de la derrota

En el intervalo entre que muere lo viejo y nace lo nuevo, “aparecen los monstruos”, aseguró el filósofo y fundador del Partido Comunista Italiano. Una biografía y la publicación de los cuadernos que escribió en las cárceles de Mussolini ponen de actualidad su pensamiento

El fiscal que condenó a más de dos décadas de cárcel a Antonio Gramsci pronunció una sentencia que ha pasado a la historia: “Durante 20 años debemos impedir que este cerebro funcione”. El cerebro, sus cualidades intelectuales, el rigor organizativo, la curiosidad obstinada, el acercamiento a tradiciones distintas al “marxismo abierto” que practicó, el compromiso historicista absoluto, todo ello fue la compensación a un cuerpo frágil, torturado, que marcó su existencia. Nacido en la isla de Cerdeña en el año 1891, su joroba en la espalda y una pequeña protuberancia en el pecho, el retraso en el crecimiento (nunca superó el metro y medio de estatura) fueron objeto de burla y escarnio por parte de otros niños a causa de su discapacidad, y su aspecto físico no le ayudó a influir en las masas como orador. Su debilidad física hizo que su presencia en las prisiones de Mussolini añadiera tortura a la tortura de la falta de libertad.

Esta biografía recién publicada es la de un derrotado que no se resigna, la de un Sísifo que se levanta una y otra vez, la de un político y un intelectual aislado por la reacción fascista, marginado en muchos momentos de su existencia por su propia familia y su partido (el mítico Partido Comunista Italiano), así como una reflexión sobre la lucidez en tiempos de adversidad. Tomando como argumento la vida de Gramsci, el profesor inglés Andrew Pearmain analiza las causas de un fracaso histórico y las estrategias para volver a empezar sobre nuevas bases. Mientras el sardo se pudre en la cárcel después de haber conocido la experiencia de los consejos obreros del Turín de la década de los años veinte, los sectores populares italianos viven en la apatía y el cinismo ante la larga dictadura de Mussolini. La democracia se mostraba incapaz de interpelar a casi nadie mientras el fascismo entusiasmaba a las masas y el modelo soviético, que había significado la esperanza de un mundo nuevo, devenía crecientemente autoritario. “¿Por qué ha fracasado una y otra vez la izquierda?”, se pregunta en sus escritos.

Turín, Rusia (donde conoció a Lenin), Viena y las diferentes cárceles italianas son el escenario de la práctica política e intelectual de Gramsci. Su actividad como periodista la ve como una contribución al proyecto de la revolución socialista. Según Pearmain, siempre estuvo en los márgenes de los acontecimientos políticos, usualmente dentro de alguna pequeña facción en las feroces controversias del momento (cretinismo parlamentario o revolucionarismo), o bien como parte minoritaria o como aliado de una mayoría victoriosa. Cuando ascendió a posiciones de liderazgo político, por ejemplo como secretario general del partido, casi siempre fue por defecto, debido a la deserción (o al arresto) de personalidades más enérgicas. Su obra intelectual, fundamentalmente los Quaderni, ha sido más perdurable que las acciones políticas más significativas.

Su obsesión fue descubrir de qué modo el pensamiento conduce a la acción, cómo las ideas se transforman en fuerzas prácticas. Gramsci entendió que no hay insurrección “desde arriba” que pueda sostenerse en el tiempo si antes no se ha promovido la educación de las masas, la discusión en los centros de trabajo y la articulación de los sindicatos con la práctica política. Siendo secretario editorial de la publicación L’Ordine Nuovo, en la primera página de su primer número, publicado en mayo de 1919, rezaba la siguiente consigna: “Instrúyanse porque necesitaremos toda nuestra inteligencia. Sacúdanse porque necesitaremos toda nuestra fuerza”. Más adelante, creó la Escuela del Partido, una suerte de universidad comunista que ofrecía estudios de historia, filosofía, teoría, organización y cultura general.

En un principio su marxismo era, según su biógrafo, estridente y avasallador, y estaba marcado por la exuberancia juvenil. Luego fue virando hacia una concepción más madura acerca de cómo se ejerce el dominio de clase

En un principio su marxismo era, según su biógrafo, estridente y avasallador, y estaba marcado por la exuberancia juvenil, el celo del flamante converso (provenía del Partido Socialista) y “el dogmatismo mecanicista y formulaico al que son propensos los sistemas de pensamiento universalista”. Luego fue virando hacia una concepción más madura acerca de cómo se ejerce el dominio de clase en la sociedad moderna y cómo viven las personas corrientes dentro de esa sociedad. Este sería el proyecto central de Gramsci durante sus años de prisión, principalmente a través del concepto de “hegemonía”. Éste devino en el ingrediente esencial de su filosofía política ya que eliminaba las concepciones mecanicistas del determinismo económico que habían dominado al marxismo: por qué las masas populares consienten su propia subordinación y explotación cuando es evidente que no responde a sus intereses históricos, materiales y morales. El empleo de la fuerza bruta sólo era una parte de la respuesta. El consentimiento se gana, y de manera continua, a través de un complejo proceso de persuasión política, negociación económica e influencia cultural. Entonces surge una especie de sentido común de la vida cotidiana, una especie de mentalidad subalterna que la mayoría adopta de buen grado porque les permite vivir con relativa conformidad, o bien ingeniándoselas para sobrevivir haciendo de tripas corazón con la esperanza de obtener alguna pequeña mejora. Esas clases subalternas quedan sujetas a la iniciativa de la clase dominante, y resignan su dignidad y su autonomía a cambio de aliviarse las cargas del poder y la responsabilidad que aquella retiene y ejerce en todos los aspectos de la vida pública.

En vida, Gramsci fue, según el momento, idolatrado, relegado, condenado al ostracismo y, en última instancia, poco menos que olvidado por el mundo exterior, incluida parte de su propia familia (sus relaciones con su esposa, Julia, una bolchevique que pasó la mayor parte de su vida en Rusia, fueron obsesivas y no llegó a conocer al segundo hijo que tuvo con ella). Murió en la oscuridad personal y política casi total, tal como había nacido y se había criado: en la periferia de la vida y la historia. Al final, sólo lo acompañaban su cuñada Tatiana Schucht y un amigo que tiene mucha importancia en la vida y obra de Gramsci: Piero Sraffa, que fue su protector cultural, el movilizador internacional a favor de los presos del fascismo entre los que se contaba el político sardo, el organizador de sus defensas legales y, sobre todo, el financiador de su vida intelectual en la cárcel a través de una cuenta de crédito ilimitada que le permitió comprar los libros que necesitaba de modo continuo. Otro de los intelectuales que hizo campaña para exigir la libertad de Gramsci fue Romain Rolland, de quien el italiano tomó prestada la reflexión sobre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Rolland publicó un opúsculo titulado Antonio Gramsci, los que mueren en las prisiones de Mussolini. En los últimos años todos eran conscientes del gravísimo estado de salud del preso político y reclamaban su libertad condicional.

Sraffa, economista turinés, es el eslabón perdido entre un liberal conservador como John Maynard Keynes (era liberal y conservador a pesar de que, paradojas de la historia, le haya sido reservado un lugar preferente entre los científicos sociales de la socialdemocracia y el laborismo) y un comunista como Gramsci; entre dos mundos tan distantes como la Italia fascista y el Círcu­lo de Cambridge. A través de Sraffa, Keynes se interesará por la enfermedad fascista del sur de Europa y, sobre todo, por la tragedia personal del que será fundador del PCI. Poco antes de llegar Mussolini a la cabecera del Gobierno italiano, Sraffa ya había viajado por primera vez al Reino Unido y conocido en Cambridge al economista más influyente del siglo XX. 

Previamente, en la universidad turinesa había tratado a Gramsci. Además de la ayuda económica, Sraffa proporcionará a Gramsci todo tipo de materiales sobre el debate que se está abriendo en el periodo de entreguerras y, sobre todo, el que se estaba originando con especial brillantez en Cambridge, con una generación incomparable de científicos sociales como Joan Robinson, Nicholas Kaldor, Maurice Dobb, Hicks o Robertson, además de Keynes y el propio Sraffa. A pesar de su vinculación con Cambridge, Piero Sraffa no abandonó nunca su matriz italiana. A la muerte, en 1983, el presidente de la República italiano, el socialista Sandro Pertini, lo despidió con estas palabras: “Fue el heredero genial y el renovador de una gran tradición del pensamiento económico, un profesor ilustre para generaciones de estudiantes, un monumento a la cultura europea democrática y antifascista, un militante activo de la lucha por el desarrollo de la civilización democrática”.

La biografía de Pearmain permea cómo la experiencia italiana fue para Gramsci una advertencia íntima acerca de las divisiones sectarias de la izquierda y cómo facilitaron la supremacía del fascismo, en parte por no haber tomado en serio la amenaza emergente. Y remite a la frase más conocida —y actual— del intelectual marxista sardo, de la cual sólo se reproduce habitualmente la primera parte: lo viejo está muriendo y lo nuevo no ha nacido todavía, “y en ese intervalo aparecen los monstruos”.

LECTURAS
  • Antonio Gramsci. Una biografía de Andrew Pearmain
  • Antonio Gramsci, una educación conservadora para una política radical de Harold Entwistle
  • Vida y pensamiento de Antonio Gramsci (1926-1937) de Giuseppe Vacca
  • Las antinomias de Antonio Gramsci de Perry Anderson