A ese lugar era a donde llegaban los circos. Recuerdo que tan pronto veíamos que se iban a empezar a instalar, corríamos mi amigo Erwin Luebbert y yo a ver en qué ayudábamos o a llevarles agua para que nos dieran pases para entrar. Y luego venía la emoción de ver cómo salía de ahí el desfile con todos los artistas y animales circenses.
En las noches me dormía escuchando el rugido de los leones y soñaba que era un intrépido aventurero en la selva. Por las tardes me gustaba ir a sentarme en la barda de ese terreno y observar el movimiento de la gente del circo. Veía a Renato “El Rey de los Payasos” del circo Atayde y lo saludaba desde la barda. Veía al domador, que para mí era una especie de superhéroe, fuerte y valiente, e imaginaba que yo también dominaba fieras salvajes, aunque lo más cercano a eso que tenía para practicar eran “La Cacha” y “La Canela”, mis perritas falderas (no se preocupen, nunca las agarré a latigazos; cuando mucho tal vez les grité algunas órdenes “enfrentándolas” con una silla en la mano, como veía que hacía el domador. Y mis perritas viéndome con cara de “¿qué le pasa a este loco?”).
Mi nueva ilusión
El circo para mí, como para todos los niños, significaba magia, sueños, ilusión.
Recuerdo que en alguna ocasión llegué de mi escuelita (jardín de niños) y fui corriendo a buscar a mis “amigos” del circo, pero éste ya se había ido. Tal vez pensaba que el circo estaría siempre ahí, así que regresé un poco triste a casa y le pregunté a mi madre: “Mamá, ¿a dónde se fue el circo?” y ella me dijo: “No lo sé hijito, pero volverá, no te preocupes.” Y sí, siempre volvía, con su maravilloso paquete de sueños, a seguir alegrando mi vida infantil.
Hoy ya soy adulto, pero no he olvidado la alegría que provoca el tener magia, sueños e ilusión en nuestro corazón. Hace mucho que no he visto al mago sacar un conejo de su sombrero, pero todos los días veo la magia cuando amanece un nuevo día. Ya no sueño con ser un intrépido aventurero en la selva, pero sueño con proyectos igualmente emocionantes en los que estoy trabajando para realizarlos. Mi ilusión ya no radica en la esperanza de que el circo volverá, sino en la esperanza de alcanzar mis metas.
Pídele ayuda
En la película de “Mi encuentro conmigo”, el hombre de 40 años se topa un buen día con el niño que él fue cuando tenía 10 años. Al principio, el hombre pensaba que el niño había venido porque éste necesitaba su ayuda, pero al final se da cuenta que era al revés, el niño había venido para ayudarle el hombre a recuperar sus sueños. El niño soñaba con ser un piloto de avión y tener una familia (incluyendo un perro). El hombre era un soltero cínico y amargado, asesor de imagen, con sus sueños de infancia olvidados. En una escena que me encanta de la película, entran los dos a la casa del hombre y el niño empieza a gritar: “¡Chester, Chester!”, llamando a “su perro” hasta que el hombre le dice que no tiene uno. Le pregunta por “su esposa” y el hombre le aclara que es soltero. El niño le dice entonces: “¿Cómo? ¿Tengo cuarenta años, no soy piloto, no estoy casado y no tengo un perro?” Se deja caer en un sillón y dice: “SOY UN LOOSER!!”.
La pregunta es: ¿Qué le dirás al niño o a la niña que alguna vez fuiste cuando se presente ante ti y te pregunte “a dónde se fue el circo en tu vida”? “¿A dónde se fue la magia, los sueños, la ilusión?” Ojalá puedas responderle que ahí siguen y que si alguna vez se fueron, regresaron, como los viejos circos de mi infancia.
Pero si acaso al intentar responder descubres que hace mucho no los ves, pídele ayuda urgente a ese niño, pídele que te ayude a recuperarlos, porque como un faro en el mar, esos sueños son los que nos guían para seguir adelante. Esos sueños nos ayudan a descubrir la magia en los detalles más simples de la vida. Esos sueños le dan a nuestro corazón una ilusión, y entonces gozamos la vida como niños. Como niños ante un circo. Ese maravilloso circo de varias pistas que es la vida.