Cd. de México, México
Si bien para muchos el vocablo es sinónimo de una estructura sólida, segura y de confort, para otros que residen en las periferias y territorios en tensión, tanto en México como a lo largo de Latinoamérica, es más bien un concepto frágil, en flujo e inestable, pero también de enorme vitalidad y plasticidad. Tal es la vivienda, con una arquitectura limitada y más bien mínima, para aquellos habitantes en los márgenes de la pobreza extrema que improvisan ingeniosa y libremente la construcción de espacios precarios y hasta efímeros; "Habito mientras construyo, / mientras planeo, mientras resisto, / mientras me desalojan".
Así lo sintetiza Calvo, artista visual y experimental de prácticas sociales que hace una década inició una investigación artístico-política que retrata la ciudad informalizada y deconstruye la noción de casa, y que tras varias fases ahora ha culminado en la publicación del volumen Arquitectura sin arquitectos (Arquine). "Lo que hace el libro es justamente explorar este concepto de casa a través de una práctica de resistencia que es la autoconstrucción, y es básicamente un homenaje a este tipo de arquitectura", cuenta en entrevista telefónica la artista caribeña de padres mexicanos, radicada durante varios años en la Ciudad de México.
"(Es una exploración sobre) quién vive en estas casas, quién las construye, cómo las habitan, qué significa una casa y qué valor tiene esta vivienda autoconstruida, cuáles son sus etapas, para entenderlo como un ejercicio vital, por un lado, pero también de enorme inestabilidad.
Y cuestionar, entonces, el concepto de casa como lo hemos construido en nuestro léxico".
Impulsada por el interés de comprender los avatares de esa amplia franja de terreno periférico que conforma el paisaje urbano, territorios indefinidos y generalmente considerados informales y hasta ilegales, Calvo comenzó con una investigación previa en Chimalhuacán, Estado de México, que terminó con ella en Bogotá. Ahí, en el barrio de Villa Gloria, un complejo de casas de autoconstrucción en una pronunciada pendiente en Ciudad Bolívar, al sur de la capital, tuvo lugar la primera fase de su trabajo, que fue un proyecto colaborativo y de sitio específico de noviembre de 2012 a diciembre de 2014, cuando la creadora vivió de forma intermitente con una familia local, participando de sus prácticas constructivas. "Un encuentro que es entre provocado y fortuito con una familia que estaba justamente en un proceso de autoconstrucción de su vivienda, y con quien pude trabajar de cerca de manera afectiva, obviamente, y para poder hacer un registro de este significado, de esta búsqueda sobre la noción de casa. "A partir de verlos a ellos habitar la casa, construirla, defenderla, entendía que no era una estructura definida ni cerrada, sino más bien fluida, dinámica, activa, dúctil, frágil, cruda, modular, mínima, y que sortea todo tipo de vaivenes", detalla la artista, siendo uno de los más presentes la amenaza constante de desplazamiento a causa de los mega desarrollos.
Haciendo una combinación de etnografía y documental expandido, Calvo, artista cuyo trabajo se ha exhibido alrededor del mundo, registró pasajes de esta autoconstrucción, como la fundición de la losa, con el trabajo colaborativo -o tequio- de los familiares y su posterior celebración. Inserta con ellos en el barrio, y documentando este mecanismo de resistencia y de lucha constante por la apropiación de un lugar para habitar, la artista pudo sostener un auténtico diálogo y abrir un espacio creativo, al tiempo que compartía su preocupación por problemáticas como la falta de garantías legales sobre la propiedad o hasta el riesgo de deslaves. "Eso es lo que uno, al menos yo como investigadora, aprendo, escribo, desaprendo y me inserto.
No es un proceso fácil, pero sí uno que yo definiría como el único para las prácticas colaborativas serias", define la creadora, representante de México en la 17 Bienal de Arquitectura de Venecia 2021, sobre una labor que raya en lo fenomenológico. Un trabajo que como cualquier proyecto social y/o artístico, advierte ella misma, puede estar sujeto a nominaciones del tipo colonialista, paternalista, ventajoso, de vampirización, de depredación.
Pero en ese tiempo compartido con la comunidad, borrando todo rasgo de condescendencia y sin caer en el asistencialismo de un arte "buenista" o benefactor -que puede victimizar o generar una imagen de pornomiseria-, es donde la creadora ve una oportunidad para el intercambio genuino y la afectación. "De Tzvetan Todorov aprendí lo complejo que es apartarse de la mirada exotizadora; de Edward Said, de la mirada orientalista; de Susan Sontag, de la imagen piadosa que se envuelve del dolor de los demás; de Ryszard Kapuscinski, a enunciar la pobreza sin hablar de ella", escribe Clavo, también licenciada en Ciencia Política y maestra en Artes Liberales.
HOMENAJE A LA METIS Tras haber pasado tiempo con la familia de Ciudad Bolívar, construyendo su casa y documentando sus formas de habitar, Calvo dio a su proyecto un giro poético; un incidente crítico, que fue la proposición de un simulacro escultórico arquitectónico: la elaboración de una casa de hilo. Una proyección a medio camino entre un juego y una herramienta, trabajo inspirado en cómo los albañiles nivelan los terrenos mediante plomadas, de una fantasmagórica vivienda tridimensional a escala real, 1:1, con los espacios consensuados delineados en hilo negro, y en hilo rojo aquellos en disenso. En otras palabras, un pequeño parlamento, un ágora o una asamblea donde se discuten acuerdos y desacuerdos sobre el trazo de la futura forma arquitectónica; el cómo, para qué y para quién de la vivienda a construir puestos a debate.
"Por un lado, la casa de hilos representaba los espacios de qué se puede construir y qué no, para qué tenemos dinero y para qué no, quién quiere vivir en este espacio y quién no. "Pero también representaba la metis, ese conocimiento empírico adquirido a través de la experiencia, de la intuición, que no se puede adquirir bajo un conocimiento más rígido y preestablecido, de manual", expone Calvo sobre este saber local para hacer casas sin seguir un modelo jerárquico y sin necesidad de arquitecto alguno.
Al final, continúa, esta estructura de hilos que se crea acaba siendo una leyenda local, igual que la propia casa autoconstruida. Erigida y mantenida en pie mediante un gran esfuerzo, aunque eventualmente se la llevaría el viento, tal como los megadesarrollos amenazan con barrer con los barrios autoconstruidos. Junto con el filme documental, la casa de hilos fue expuesta en el Museo Universitario del Chopo en 2014, aunque no precisamente la que se hilvanó en Colombia, sino una versión más amplia con la parte de la casa real que ya estaba construida cuando la artista llegó a Villa Gloria. "Cuando se lleva al espacio museográfico se lleva un centauro: entre la casa imaginada, la que ya había y la que todavía no se lograba construir. Son los distintos valores que va adquiriendo el proyecto a lo largo de 10 años", apunta Calvo.
Todo este trabajo ahora está reunido en Arquitectura sin arquitectos, volumen ilustrado y bilingüe, complementado por textos del curador de dicha exposición, Pedro Ortiz Antoranz; del arquitecto Juan Carlos Cano y de la antropóloga Vyjayanthi Venuturupalli, así como de un poema escrito entre la artista y Tatiana Lipkes. ¿CIUDADES INFORMALES? "Si uno tiene un hogar es un orgullo, así sea de palos y tejas o sólo de ladrillos", sostiene Anghello, uno de los autoconstructores colombianos con quien convivió Calvo. "Somos autoconstructores pues no tenemos cómo pagar un arquitecto, y el conocimiento para construir me lo dieron albañiles que viven aquí; esta zona se pobló a través de la invasión de terrenos, con lo que tampoco había licencias para construir, aun cuando se pudieran pagar arquitectos", explica, por su parte, Celestino.
Si en la mayoría de las ciudades latinoamericanas esta "informalidad" es la norma, ¿se puede seguir nombrando como "irregular" una extensión tan vasta de las urbes? Tal es la pregunta que la artista lanza tras haber vivido de cerca las vicisitudes de estos ciudadanos a los que se invisibiliza, a pesar de constituir una fuerza de trabajo importante que sirve a la "ciudad formal", a donde se trasladan diariamente invirtiendo de cuatro a cinco horas en el transporte público. "Ése es el absurdo de todo esto: que la ciudad formal crece a la par de la ciudad informal. Es un absurdo que sabemos que está ahí, por lo tanto deberíamos dejar de llamarles informales", exclama Calvo. "Deberíamos decir que son ciudades autosostenibles".
Y es que ese mundo aparentemente desordenado y caótico, por lo tanto llamado injustamente informal, en realidad tiene su propio orden, organización, estética y funcionalidad que, subraya la artista, "no responde a los mecanismos de esta Arquitectura con A mayúscula a lo largo del tiempo, no importa cuál tendencia haya sido".
Y lamenta: "Hemos siempre visto con desdén (a la autoconstrucción), la hemos siempre estereotipado, cuando de hecho está produciendo nuevas directrices y nuevas formas de resistencia, sobre todo, pero también de configurarse en este trazado urbano. Y no las conocemos". Si bien la creadora no está haciendo un llamado a la autoconstrucción, si exhorta a entender las posibilidades de esta arquitectura en flujo; una ocupación distinta a la formalizada por inmobiliarias o constructoras que se apropian y privatizan el espacio público sin ser sancionadas o expulsadas de sus terrenos. "Es una nueva forma de habitar y hacer ciudad", escribe Calvo en su libro. "La autoconstrucción es un mecanismo que confronta esta imposición a cómo deben de vivir determinadas personas que están expulsadas del mercado formal de la vivienda. Es una contestación a la manufactura industrializada, a la forma hegemónica también de pensar los espacios para determinadas personas", concluye.