BUENOS AIRES
Varias décadas después y a punto de cumplir 94 años, el pastelero desea regresar a ese icónico café de estilo Art Nouveau al que un equipo de arquitectos y restauradores pretende devolver el esplendor de antaño.
“Una de las recetas que traje de Cataluña era la de la Torta Imperial. Acá le puse el nombre de Sardana.... Me gustaría mucho volver a recordar los tiempos pasados, ir a comerla en la Confitería del Molino”, dijo Sanchis a The Associated Press.
El pastelero, uno de los tantos inmigrantes que llegaron a Argentina en las primeras décadas del siglo pasado, comenzó a trabajar en ese local en 1947 hasta que cerró sus puertas 30 años después. El deseo de Sanchis y de muchos otros vecinos de la capital que frecuentaron el icónico café está cerca de cumplirse.
Después de tanto tiempo de abandono, la Confitería del Molino, testigo desde 1916 de la vida política, intelectual y social de Buenos Aires, y el inmenso edificio de estilo Art Nouveau donde tiene sus instalaciones vuelven a recobrar su grandiosidad gracias a los trabajos de restauración iniciados en 2018 que apuntan a convertir de nuevo al complejo edilicio en epicentro de la cultura.
Para la puesta en valor del café, donde se servían deliciosos pasteles y al que acudían celebridades como el cantante de tangos Carlos Gardel o el escritor Jorge Luis Borges, los restauradores se apoyaron en fotografías aportadas por antiguos empleados y objetos donados por vecinos que lo frecuentaron.
Nazarena Aparicio, integrante del equipo de arquitectos a cargo de las obras de restauración, dijo a The Associated Press que la idea es recuperar el “espíritu original” de la confitería y del edificio que lleva su mismo nombre, situado en la zona céntrica de la capital argentina. No sólo la confitería situada en la planta baja volverá a recibir público; también lo hará el salón de fiestas del primer piso, mientras que entre las plantas segunda y quinta, donde antes había departamentos de viviendas, funcionarán “un centro cultural para jóvenes artistas argentinos y un museo que contará la historia del edificio y su puesta en valor”.
El edificio, de unos 7.000 metros cuadrados y situado frente a la sede del Congreso nacional, es una de las joyas del Art Nouveau en Argentina y Monumento Histórico Nacional. “Toda la vida social y política ha pasado por este lugar. En la confitería instalada en la planta baja se encontraban personalidades de la cultura y la política y se celebraban un montón de eventos”, explicó la arquitecta.
Ese antiguo café también era conocido como la “tercera cámara”, ya que diputados y senadores solían trasladar allí sus debates. En 1930 gran parte de sus instalaciones fueron destruidas en medio del golpe de Estado que echó del poder al presidente Hipólito Yrigoyen, reabriendo un año después.
Además de Borges, otros escritores que lo visitaban eran Roberto Arlt y Ramón Gómez de la Serna. Algunos de los artistas que tambien se hicieron ver fueron los tenores italianos Raffaele Attilio Amedeo Schipa y Beniamino Gigli.
El local era famoso por la calidad de su pastelería, que se preparaba en la cocina del subsuelo según las indicaciones de su propietario italiano.
Se dice que Gardel pidió a los pasteleros que prepararan una torta especial para su amigo Irineo Leguisamo, un conocido jinete de carreras de caballos uruguayo, y así nació el Postre Leguisamo, elaborado con almendras, castañas, chocolate y dulce de leche, y que se convirtió en un clásico junto al Imperial Ruso, a base de merengue francés, mantequilla y almendras. Otros muy demandados eran el Rubí y el Aristocrático.
En 1996 la cantante Madonna grabó en uno de sus salones el videoclip de “Love Don’t Live Here Anymore”, aprovechando su estadía en Buenos Aires para filmar la película “Evita”.
Todo el conjunto edilicio tiene un gran valor sentimental para muchos capitalinos que recuerdan la celebración en sus salones de bodas, cumpleaños de 15 años y otros acontecimientos que los marcaron.
“Tenemos un trabajo muy activo con la comunidad para recopilar información, fotografías históricas con las que pudimos recrear algunos espacios y componentes que estaban perdidos; por ejemplo, gracias a una foto de un evento social replicamos el rosetón central de bronce de la baranda del palco” del salón de fiestas, explicó Aparicio.
La confitería cerró en 1997 luego de que sus dueños se declararan en quiebra y los departamentos de las plantas superiores donde vivían inquilinos se fueron deteriorando. Finalmente, el Parlamento aprobó en 2014 una ley para expropiar todo el inmueble con el fin de recuperarlo.
Cuando el equipo a cargo llegó al lugar el abandono era evidente. Separó los residuos de los hallazgos arqueológicos y dispuso que se drenara el agua que había inundado los subsuelos. Reforzó las estructuras y luego avanzó con la puesta en valor de vitrales, columnas de mármol, aberturas de madera y esculturas de hierro y bronce del espacio interior. Ahora la fachada luce como nueva, lo mismo que la torre cúpula y sus grandes y coloridos vitrales, que fueron reconstruidos mediante fotografías históricas, así como las decorativas aspas situadas debajo, que volvieron a girar.
El salón de la confitería y el de fiestas estarían finalizados a fin de año y también se avanza en la restauración de la marquesina, un techo semicubierto que cubre todo el perímetro al nivel de la planta baja y que cuenta con 160 metros cuadrados de vitrales. Unos 27.000 objetos hallados dentro del edificio, entre botellas, recipientes para guardar comida, piezas de vajilla y manteles, formarán parte de la colección del museo. También está previsto recuperar las viejas recetas de pasteles, tartas y otros productos atesoradas por sus antiguos empleados.
El trabajo de restauración fue a todo pulmón pese a la pandemia que impactó a Argentina desde marzo de 2020. “Tuvimos que reformular las formas de trabajo con burbujas, sectorizando las áreas de comida y rotando el horario de ingreso del personal, pero en agosto de 2020 pudimos reiniciar las tareas”, explicó el asesor de patrimonio cultural Guillermo García, compañero de Aparicio en el área técnica de la Comisión Bicameral Administradora Del Edificio del Molino formada en el Congreso.
La confitería nació en realidad en otra esquina de la ciudad de Buenos Aires a mediados del siglo XIX y tomó su nombre del molino a vapor Lorea, el primero harinero instalado en la ciudad. En 1905 se trasladó a su actual emplazamiento, en la planta baja de un edificio de poca altura. Luego sus propietarios encomendaron al reconocido arquitecto italiano Francisco Gianotti la construcción del imponente edificio que la albergó desde 1916, cuando fue inaugurada.
Una vez que sea recuperada, está previsto ponerla en concesión para que un inversor se encargue de gestionarla.
“Es una gran satisfacción su restauración porque se lo merece, por la historia que tiene”, dijo Sanchis, quien espera asistir a la reapertura del local.