La curaduría después de la pandemia

La curaduría que se organiza alrededor de una sensación es un raro fenómeno, pero lograr transmitir esa sensación articulando el trabajo de diferentes artistas es una cosa más inusual todavía

El de Aurora Leyva en "La niña que tenía el mar adentro" en YoStudio -espacio independiente dirigido por Yolanda Leal- fue un trabajo de curaduría limpio y fácil de entender, pensado desde el cubo blanco y ese es un problema en un espacio independiente.

 Uno va a un espacio independiente para la aventura, exponerse a ver un absoluto desastre o una cosa que en absoluto se esperaba; un espacio independiente debe ser un lugar de riesgo porque sólo así justifica su existencia, porque no está atado a los compromisos literalmente formales de una galería o institución, ya sea que se trate de un lugar de paso en el circuito del mercado, ya sea que se trate de alguna otra insistencia inexplicable.

 De todas maneras, dentro de la discreción propia del formato que eligió, fue un logro notable por parte de Aurora hacer que tanta artista se comunicara con naturalidad en un lugar tan pequeño, que la exposición se pudiera recorrer de derecha a izquierda, a la inversa y al azar, y que el resultado siguiera resultando congruente: el sentido siempre el mismo, el de la forma de la nostalgia.

 ¿Y qué forma tiene la nostalgia? Tiene exactamente la misma forma que otras mil cosas, por eso me parece que esta exposición tuvo una gran cualidad que puede ser fácilmente pasada por alto.

 Una curaduría normalmente parte de considerar el cuerpo de obra de diferentes artistas, encontrar las relaciones en torno a un concepto, pero la relación entre las artistas involucradas no existe fuera de la curaduría que hizo Aurora, por ejemplo el trabajo de Valentina Morales con el de Sara Serratos, o el de Sara con el de Claudia Ortega, no tiene mucho que ver entre sí, y entonces, la curaduría que no necesariamente involucra una coherencia externa a su interioridad, como un microclima, sólo pudo haberse articulado en la subjetividad de la curadora, y es este reflejo prismático de una experiencia sumamente personal el que reveló cualidades particulares, por ejemplo una ternura que implica la relación entre el adentro y el afuera por medio de los pliegues en el trabajo de Libertad Alcántara, aspecto de su obra que yo nunca había pensado.

 La propuesta curatorial de Aurora es un trabajo muy sensible que no peligra con rayar en la cursilería sin recurrir al marco académico, mismo que invariablemente se utiliza para salvar esas distancias al costo de la voz propia.

 ¿Cómo logró Aurora eso tan fácil de decir y tan difícil de lograr? Siendo sincera con su tema, con tiempo y paciencia, con la confianza mutua entre artistas y la confianza en lo que tienen que decir, la urgencia de decirlo y la convicción. Suena a manual de usuario pero hay cosas en el arte, las más prácticas, que sencillamente son así, y este fue un caso raro en la curaduría que se ha podido ver en Monterrey, y esta es la primera vez que me interesa la curaduría en sí antes que el trabajo de las artistas en particular.

 Cuando un crítico se encuentra con la naturalidad, naturalmente, se emociona, deja de lado la suspicacia, el escepticismo propio del ejercicio. Si no hubiera tenido la experiencia con el trabajo de Aurora para orientarme, no hubiera entendido lo singular de lo que Cecilia Colunga hizo este lunes pasado en El Expendio, espacio independiente dirigido por Daniel Martínez.

 La segunda edición de "Irracionales" es un proyecto curatorial de Cecilia que parte de una experiencia personal que la posiciona ante lo que ella identifica como "irracional", y con la que lanza una convocatoria nacional, colecta un conjunto de obra de varios artistas del Estado y del país, pasa por un jurado, y la resuelve en una curaduría. Una experiencia privada con lo irracional como punto de partida para una convocatoria nacional de una curaduría es un camino poco transitado, por decir lo menos.

 Hay algunos problemas de congruencia en la curaduría de Cecilia en El Expendio: una fotografía de obreros en una esquina que difícilmente se comunica con un video que desarrolla una animación en PowerPoint acumulando frenéticamente frases mal acomodadas y expresivas de la impotencia de anhelos frustrados, video de Valentina Velázquez de León que bien pudo haber sido el corazón de la exposición; un par de bordados (Andrea Cantú y Maximiliano Moreno) que se conectan en sentido y técnica manual con unas galletas de cerámica (HammerHorror), pero que poco o nada tienen que ver con el dibujo a carbón de Ismael Martínez, porque estas anteriores son técnicas ancestrales usadas para decir cosas muy actuales, y que en su actualidad necesariamente degeneran un poco la tradición técnica de la que provienen, cosa que de ninguna manera sucede en el dibujo de Ismael y esto produce disonancias formales, disonancias que sugieren que la emoción de fondo que orientó a Cecilia en su curaduría requiere de una agudización de su instinto.

 Estos problemas de lectura y discriminación para elegir las piezas participantes pudieran ser el resultado de no calibrar muy bien la experiencia de lo irracional, ese gran tema para el Romanticismo, las matemáticas, el cosmos de los antiguos griegos, y que para los artistas y no artistas contemporáneos es un recurso legítimo para lidiar con un mundo loco: tratándose de lo insoportable del mundo moderno la subjetividad reacciona lúcidamente combatiendo fuego con fuego.

 A pesar de estos hilos sueltos, la exposición en El Expendio resulta refrescante y la propuesta curatorial de Cecilia es promisoria justamente porque no se está preocupando por la formalidad y el peso fastidioso que puede llegar a tener la terminología, quiere decir algo y lo hace con una autonomía propia del espacio independiente que albergó su proyecto, y que además presenta la particularidad de ser una colaboración entre LC Expos, espacio codirigido por Jean-Christophe Blumet y por Alek Girón.

 Cecilia le presentó el proyecto a Alek, juntos buscaron a Daniel y resolvieron colaborar entre los tres para funcionar como jurados, solucionar montaje, conseguir algún patrocinio para la cerveza que lo hace todo más digerible, y en resumen confirmando lo que todos sabemos, pero que no siempre hacemos: que cuando dos espacios con agendas distintas colaboran todos ganamos, como ya han demostrado los programas que han venido realizando con mucho éxito Espacio en Blanco y La Cresta, en el CEIIDA.

 El de Aurora y Cecilia son solamente dos casos como para apresurar conclusiones, pero para un crítico de arte, como para un paranoico, las coincidencias no existen. Estos dos casos, casi simultáneos, son una señal clara de que el ecosistema artístico de la ciudad es muy distinto al de hace 10 años, y que ya empieza a dibujar una genealogía: Aurora reconoce que el trabajo de Ana Cadena, Abril Zales y Virginie Kastel es para ella una inspiración que le precede.