CIUDAD DE MÉXICO.- La mañana del 14 de octubre, durante el eclipse anular de Sol, las personas caminan por el Centro de Guanajuato capital como cualquier otro día. Decenas de gentes que ignoran el cielo se cuentan a lo largo de las calles, mientras que una o dos voltean hacia arriba y utilizan filtros de soldadura del número 11 o 12, método de observación inseguro, según ciertas fuentes que advierten sobre los peligros de la retinopatía solar, de los rayos UV que pueden quemar la retina, causar daños oculares irreversibles; casos, también, en los que una mancha negra obstruye la visión y, en un buen escenario, desaparece tras algunos meses.
Al margen de los eventos realizados en distintas zonas del Estado —uno que organizaron la Universidad de Guanajuato, el Instituto Estatal de Cultura y el INAH en la zona arqueológica de Arroyo Seco, Victoria; los otros dos, el Centro de Ciencias Explora y el Tecnológico de Guanajuato en sus respectivas sedes—, no hay actividades en el Centro, justo donde la afluencia turística es mayor y se encuentran muchos de los recintos programados en el 51 Festival Internacional Cervantino.
No sólo no hubo campañas, sino que tampoco existió la voluntad —algo típico del carácter mexicano— de aprovechar comercialmente el evento astronómico y vender lentes certificados. En la zona no hay un solo punto de observación, convocado por la voluntad de las autoridades o la sociedad civil, con telescopios y visores certificados. Sólo hay esfuerzos individuales, como el de Enrique, técnico de León, que lleva un filtro de soldadura en la mano y hace una pausa en su trabajo para ver el eclipse.
Otro hombre, Juan, de 45 años, lo dice de forma explícita: en el Centro nadie ofreció información sobre el eclipse. "No hubo alguien que dijera: vean, aquí está esto, fórmense", afirma. No vio publicidad como tampoco vio a la Presidencia Municipal involucrándose para que los visitantes del Cervantino tuvieran una experiencia positiva. Juan, además, intenta ver el eclipse desde un vidrio de soldadura del 12, rectángulo oscuro y portátil que cuesta diez u once pesos en las ferreterías. Hace 29 años fue el último eclipse anular de Sol en México. Entonces, él lo vio, aunque era un adolescente y no recuerda si en el Estado se hizo una campaña.
En la cima de una colina, no lejos del Centro, está el Mirador del Pípila, que ofrece una visión panorámica de la capital. Al mediodía, poco después del punto máximo del eclipse, un grupo de 30 personas se reúne en sus barandales; del lado izquierdo, en medio de otro grupo que escucha al guía turístico, una familia mira al cielo con un casco de soldadura recién comprado.
En el Mirador es la misma historia: ni un solo par de visores certificados. La gente lo mira desde el celular, con lentes oscuros o un pedazo de vidrio ahumado. De vuelta a los callejones, hay quienes se atreven a observar directamente; algunos lo hacen un par de segundos; otros se concentran y fijan la mirada sin preocupaciones.
En infografías y videos, Marie, una joven de 32 años, nacida en Guanajuato, encontró consejos: "No se debe ver directamente, hay que usar protecciones", dice, a la vez que su rostro permanece oculto detrás de unos lentes de playa, negros, cuadrados. Su método fue ése, observar desde el celular y cubrirse los ojos con unos lentes oscuros. Dos técnicas, por cierto, no recomendadas por expertos.
En las inmediaciones del Teatro Juárez, Carlos, de 44 años, también oriundo de Guanajuato, hace lo mismo que Marie —lleva lentes oscuros y mira a través de la cámara del celular—. Repite lo dicho por cada entrevistado: no hubo campañas y nadie regaló o vendió lentes. Lo único, consejos publicados en redes sociales.
Entre cientos de peatones, hay dos que llevan visores certificados: Jesús y Jessica, de 28 y 27 años, par de amigos y programadores provenientes de la Ciudad de México. Están en un restaurante, toman agua mineral. Al verlos, alguien se acerca y les pregunta dónde consiguieron los lentes. Juan responde que los compró por Amazon hace 15 días y le ofrece usarlos para ver el eclipse. No hay más.