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A lo largo del verano, nadan debajo del hielo marino del océano Antártico para abrir sus bocas y absorber agua salada. Sus barbas de ballena actúan como filtro y les permiten alimentarse de krill (pequeños crustáceos parecidos a camarones) y pulgas de agua.
Cada vez es más escasa su comida porque el krill depende del fitoplancton, organismos microscópicos que prosperan en las aguas frías alrededor de la Antártida.
El aumento de la temperatura del mar causa el derretimiento del hielo marino, lo que provoca la caída del fitoplancton y el krill. Por lo tanto, las ballenas tienen menos alimento disponible, explica Fredrik Christiansen, investigador del departamento de Ecociencia de Aarhus y coautor del estudio publicado en "Scientific Reports".
Con la llegada del invierno, estos animales se dirigen a las aguas más cálidas de las bahías de Sudáfrica para aparearse, dar a luz y criar a sus recién nacidos. Ahí, investigadores comenzaron a medir el peso de las ballenas en la década de 1980.
Gracias a estos registros fue posible calcular que las ballenas francas son 25 por ciento más delgadas actualmente en comparación con los ejemplares de aquella época.
Las madres deben comer durante el verano en las frías aguas de la Antártida para acumular reservas de grasa. Poco a poco las agotan en el inverno en Sudáfrica porque producen leche para sus descendientes.
En los ochentas, las ballenas francas parían una cría cada tres años, pero como ahora es más difícil engordar, el número cayó a una cada cinco años, detalló Christiansen.
"Quiere decir que la población está creciendo significativamente más lentamente", enfatizó.
Además, los ballenatos de la actualidad son más pequeños y su crecimiento es más lento porque obtienen menos energía de la leche de sus madres. También son más vulnerables a ser atacados por orcas.
"Afortunadamente, las ballenas francas en el océano Antártico no están amenazadas, pero si esto continúa, podrían estarlo", advirtió en un comunicado.