Ciudad de México.- "La transición hacia la secundaria es importante, pues coincide con la entrada a la pubertad y la adolescencia. Será un proceso de emoción, pero también de expectativa que, incluso, puede ser angustiosa. Además, hay un cambio de percepción en la figura de los padres, en su ejercicio de autoridad", explica Ana Patricia González Rodríguez, directora del Colegio de Psicología de la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Añade la necesidad de dotar a los estudiantes con confianza, no solo para regresarse solos al salir de clases, sino para que sean capaces de construir su independencia e identidad.
"Confíen en cómo los han educado hasta ahora (...) Cuando los padres son más temerosos, eso se transmite a los hijos y, entonces, podrían no gestionar los afectos de manera adecuada. Aunque sí deben anticiparse a cualquier eventualidad y conocer a su grupo de amigos", señala la también terapeuta de niños y adolescentes.
Carmen Geraud anota que existen diferentes estilos de parentalidad.
"La autoritaria es de ´obedeces y te callas´, mientras que la permisiva dice ´te dejo hacer lo que quieras´, además de que está como ´helicóptero´ arriba de los hijos, para solucionarles todo", subraya la coach parental.
Lo ideal es ejercer un modelo autoritativo en el que el papá sí escuche las opiniones y sentir del menor, y lo aliente, impulse y rete.
"´Estoy para atenderte, aunque tú vas a resolver tus problemas´. Utilizando las partes buenas de todos los estilos, se crea esta parentalidad autoritativa", asevera Geraud.
A partir de los 12 años se detona una revolución neuronal interesante en la cual los chicos "empiezan a buscar al que le gusta, a sus amigos", menciona Geraud, quien también es maestra de la materia de Semiótica.
De hecho, aunque el cerebro de las personas alcanza su mayor tamaño en la adolescencia temprana, en realidad termina de desarrollarse y madurar hasta los 25-30 años, de acuerdo con información del Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos.
Y eso, puntualiza la coach parental, sucede siempre y cuando no haya frenos en dicho desarrollo, como la presencia de drogas o adicciones.
Entonces, es imprescindible esperar al crecimiento y desarrollo de ellos. "Por lo general, pretendemos que los niños ya actúen como microadultos, pero apenas están aprendiendo".
Para evitar esta situación, invita a conocer cada etapa de los pequeños y entender si ya poseen la madurez neuronal para llevar a cabo lo solicitado. Asimismo, pide no presionarlos con buenas calificaciones, exámenes perfectos y múltiples terapias, pues los menores también requieren tiempo de esparcimiento.
"Si me dan a escoger entre llevarlos a terapia o juego libre en la tarde, elijo el juego mil veces, para apoyar su desarrollo neuronal", asegura.
González Rodríguez refiere que es oportuno fomentar la autorregulación emocional y no proyectar una falta de reglas por parte de los papás.
Agrega que es clave estar atentos a señales de alerta como cambios abruptos en la conducta. Otra advertencia es en torno a la vinculación con los alimentos, si dejan de comer o consumen energizantes por un tema de identidad corporal. Por último, está la pérdida de interés por las actividades antes predilectas.
De ser el caso, "probablemente algo lo está aminorando e, incluso, puede ser una señal de acoso escolar o de otro problema. Es un signo para indagar, acercarse a los hijos y tratar de favorecer la comunicación", recalca.
"Los chicos de hoy"
Las especialistas entrevistadas coinciden en que se debe valorar la brecha generacional entre estudiantes y sus padres, quienes no vivieron su formación académica con la amplia gama de herramientas tecnológicas de la actualidad. No por nada, los menores de hoy están habituados a la inmediatez, opina González Rodríguez.
Aunado a este escenario, habrá hogares donde ambos padres son proveedores, lo que podría generar un ambiente de ausencias.
- Aquí también se podría conjugar una sobreprotección o falta de límites en los pequeños, debido a esta inserción de los tutores en lo laboral.
"Como los adultos no están con los hijos, los dejan hacer lo que quieran, les compran todo o, si no hacen la tarea, lo atribuyen a una exigencia muy alta de la escuela", subraya.
Explica que se crean conflictos de construcción de la identidad, "pues en la secundaria van a empezar a tomar más decisiones. Es un proceso trascendental no solamente para ellos, sino para toda la familia".
Los alumnos con alguna discapacidad no están exentos de estos cambios físicos y emocionales que se cuelan en su mochila antes de ingresar a secundaria. La maestra Ana Aurora Ordaz Hernández, directora del Centro de Atención Múltiple (CAM) #12, admite: "Todos llegan asustados, tanto papás como niños; entran y a las dos semanas ya son adolescentes.
"A grandes rasgos, es complejo porque algunos chicos con discapacidad no logran distinguir el cambio de nivel educativo, sobre todo si permanecen en la misma institución donde cursaron primaria, en el mismo inmueble y con los mismos maestros", afirma.
CAM #12 solo ofrece educación secundaria, con seis grupos de máximo 10 alumnos cada uno.
"A veces, vienen de una primaria con un solo maestro, y aquí, de pronto, tienen a varios y puede ser un shock. Pero compartimos la responsabilidad y nos vamos conociendo para darles esa confianza y seguridad", comparte.
El desafío para sus tutores, indica, es aprender a no juzgarlos y a escucharlos; a interesarse por sus gustos y aficiones. Se trata de una fase compleja per se, "por la parte emocional, hormonal, el cambio en el proceso del pensamiento, aunado a la condición orgánica de la discapacidad", concluye.