Ciudad de México.- Compras de pánico, huidas masivas, balaceras, presiones de grupos criminales... Postales que antaño parecían iluminar realidades de puntos aislados de la geografía mexicana, caso de Michoacán o Guerrero, reflejan cada vez más la situación de un número creciente de espacios, de norte a sur, ninguno tan sangrante como Chiapas, ejemplo de organización y de las bondades del tejido comunitario durante décadas.
El Estado sureño, estratégico para las mafias, sucumbe a las dinámicas del crimen, que pelean sin descanso rutas, cerros e industrias, más allá del narcotráfico.
En la última semana, vecinos de varios municipios de la Frontera Central y la Sierra Mariscal, en el límite con Guatemala, han sufrido el embate de los grupos, una constante en realidad de los últimos dos años y medio.
En Motozintla, en la parte sur, un grupo obligó a pobladores a marchar por las calles, una forma de detener el avance de grupos contrarios, o de las mismas autoridades. En la marcha, el grupo contrario los atacó a balazos.
Una situación parecida se daba en Jaltenango, algo más hacia el interior, al sur de la presa de La Angostura. Allí, los pobladores sirvieron para contener al Ejército.