Zaporiyia.- Cuando los húmedos muros de cemento del subsuelo, el moho, el frío y semanas sin frutas ni vegetales frescos se hicieron insoportables, algunos en el búnker debajo de la oficina de Elina Tsybulchenko decidieron arriesgarse y asomarse para observar el cielo.
Recorrieron pasillos oscuros, iluminándose con linternas y lámparas abastecidas por baterías de automóviles, hasta llegar a un sector muy apetecido en la planta siderúrgica de Azovstal, sometida a un intenso bombardeo ruso y que es el último bastión de la resistencia ucraniana a la invasión rusa en Mariúpol.
Desde allí podían distinguir un pedacito de cielo azul, o grisáceo. Era como ver desde el fondo de un pozo de agua. Para quienes no podían o no se animaban a salir a la superficie, representó algo tan distante como la paz.
Ver el cielo, no obstante, les dio esperanza. Fue algo que hizo llorar a la hija adulta de Elina, Teyana.