La tartamudez es un trastorno del habla que afecta a personas de todas las edades y que a menudo se presenta desde la infancia. Este problema de fluidez, caracterizado por bloqueos y repeticiones en el habla, puede influir en las relaciones sociales y en la autoestima de quienes lo experimentan. Sin embargo, la tartamudez sigue rodeada de mitos que perpetúan ideas erróneas.
Uno de los mitos más extendidos es que la tartamudez es simplemente un reflejo del nerviosismo. Si bien situaciones de estrés pueden agravar los episodios de tartamudeo, esto no es una causa directa. La tartamudez tiene un origen más complejo que involucra factores neurológicos y genéticos, según investigaciones recientes. Un estudio del Instituto Nacional de Salud (NIH) señala que existe una red cerebral específica implicada en la tartamudez, vinculada con el putamen en el hemisferio izquierdo, una región que regula el movimiento y la coordinación del habla. Esto demuestra que la tartamudez no es un problema de ansiedad, sino un trastorno motriz del habla que puede empeorar en situaciones de presión.
Otro mito perjudicial es que la tartamudez se relaciona con un nivel de inteligencia bajo o con problemas cognitivos. Esta idea errónea ha sido desmentida por numerosos estudios, que destacan que la tartamudez no afecta las capacidades intelectuales ni el entendimiento. De hecho, muchas personas con logros notables, como científicos, actores y políticos, han vivido con tartamudez. Investigaciones en neurociencia muestran que las áreas cerebrales relacionadas con la inteligencia y la cognición no están involucradas en la tartamudez, por lo que no existe una conexión entre ambas.
Es común que las personas intenten "ayudar" a quien tartamudea completando sus oraciones o palabras. Sin embargo, este acto, aunque bienintencionado, puede ser contraproducente, ya que genera presión adicional. Estudios liderados por el doctor Dennis Drayna del NIH destacan que esta práctica refuerza el "ciclo de ansiedad" al crear un ambiente de incomodidad y humillación. Para quienes tartamudean, una reacción positiva y respetuosa es esperar pacientemente y permitir que terminen sus ideas por sí mismos, sin intervención.
El avance en las técnicas de imagen cerebral ha permitido a los científicos entender mejor la estructura cerebral asociada a la tartamudez. Un estudio reciente en la revista Brain demostró que tanto la tartamudez adquirida como la del desarrollo comparten una red cerebral común. El putamen, una estructura en los ganglios basales, es clave para la coordinación de tareas motoras, como el habla, y se conecta con áreas como la amígdala, implicada en la regulación emocional. En personas adultas con tartamudez persistente, se ha observado un aumento de volumen en el putamen, lo que sugiere que su disfunción puede exacerbar tanto los síntomas del habla como la percepción emocional, amplificando su impacto.