Con su visita sorpresa a Moscú el sábado, el primer ministro israelí, Naftali Bennett, asume el improbable papel de mediador entre Rusia y Ucrania.
Pero meterse en la mediación internacional en medio de la guerra podría ser un campo minado para Israel. El país depende de sus vínculos con el Kremlin para la coordinación de la seguridad en Siria, y con Moscú sentado en la mesa de negociaciones con Irán sobre su programa nuclear, Israel no puede darse el lujo de hacer enojar al presidente Vladimir Putin. Además, no está claro si los esfuerzos —que se dice que fueron coordinados con Estados Unidos— darán frutos.
Lograr que las partes lleguen a un acuerdo elevaría a Bennett a estadista internacional e impulsaría la posición de Israel después de décadas de críticas mundiales por su gobierno militar prolongado e indefinido sobre los palestinos.
Él llegó al poder el año pasado como parte de un pacto de ocho partidos con ideologías dispares empeñados en derrocar a Benjamin Netanyahu.
Bennett, un judío religioso que ganó millones en el sector tecnológico israelí, ha ocupado varios puestos en el gabinete, pero carece del carisma y la experiencia internacional de su predecesor. Mediar entre el presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy y Putin, un exagente de la KGB, lo pondrá a prueba. Por otro lado, Bennett ha acumulado críticas por no condenar la invasión rusa a Ucrania, aunque ha expresado su apoyo al pueblo ucraniano.
Israel es uno de los pocos países que habla tanto con Moscú como con Kiev e incluso ha entregado 100 toneladas de ayuda humanitaria a Ucrania, donde residen unos 200.000 judíos, cientos de los cuales ya han huido a Israel, y se esperan muchos más.
Pero los lazos de Israel con Rusia son de importancia estratégica. Israel confía en los rusos para la coordinación de la seguridad en Siria, donde Rusia tiene presencia militar.
Rusia también se encuentra entre las potencias que negocian con Irán sobre su programa nuclear en Viena.