Este viernes, Enrique Bátiz se hallaba tanto o más nervioso que aquel viernes 27 de agosto de 1971. Entonces, presentaría en el Teatro Morelos de Toluca el primer concierto de una novel agrupación, surgida al amparo de Carlos Hank González: la Orquesta Sinfónica del Estado de México. Ahora, acudiría a una ineludible cita con su destino.
Pese al ofrecimiento de brindarle un vehículo con chofer para sus traslados dado el Parkinson que, incontrolable, le aqueja, decidió que él manejaría desde su domicilio en Naucalpan hasta ese mismo sitio, al que -un poco a regañadientes- había accedido asistir para reencontrarse con su amada OSEM, aquella a la que consagró más de la mitad de su vida y de la que fue separado en febrero de 2018.
No fue el único que, esa noche, sorteó los filtros sanitarios instalados para ingresar al renovado Teatro Morelos. Mil 150 personas colmamos su capacidad permitida para escuchar como Rodrigo Macías, cuarto titular en la historia de la OSEM -los otros dos fueron Manuel Suárez (+) y Eduardo Diazmuñoz, quien también estuvo presente- dirigiría el mismo programa que abordaran cincuenta años atrás: la Obertura de Las bodas de Fígaro, de Mozart, la Sinfonía Inconclusa de Schubert y el Huapango de Moncayo en la primera parte y, tras un breve intermedio, la cuarta Sinfonía de Tchaikowsky.
De entonces a la fecha, el apoyo de los diferentes gobernadores (unos más, otros menos) fue decisivo para consolidarla, pero gracias a la disciplina, el rigor y la búsqueda de excelencia que le insufló Bátiz, la OSEM labró su prestigio como la mejor orquesta de México. Tras peinar todos los municipios mexiquenses y estados del país, su fama la llevó a hacer extensas y numerosas giras por Francia, España, Polonia, Alemania, China, Colombia y recorrer repetidamente los Estados Unidos de este a oeste, así como a realizar la grabación de más de 500 obras para diversos sellos internacionales, convirtiéndola, también, en la agrupación mexicana con mayor presencia discográfica.
Si algo ha distinguido a la OSEM durante la pandemia, ha sido la creatividad con que Macías rediseñó sus temporadas: al principio con recitales de música de cámara vía streaming, incrementando gradualmente el número de atrilistas y, poco a poco, la presencia de público en la sala; ésta ha sido la única orquesta que, durante estos tiempos aciagos, me motivó a abandonar el confinamiento que nos ha tenido en ayuno cultural por más de año y medio, gracias a programas tan tentadores como el Octeto de Schubert o la ópera de cámara Despertar al sueño, de Ibarra.
Al inicio de la velada, la Secretaria de Cultura local, Marcela González Salas, entregó sendos diplomas a Félix Parra, Pedro Urbán y José Ángel Contreras, atrilistas fundadores, así como al Maestro Bátiz, quien, ante el público que le ovacionaba de pie, declaró "estoy conmovido por tan inesperado reconocimiento, la enfermedad que padezco no tiene remedio, pero aquí estoy hoy, muy bien". No era para menos: cual rockstar, era detenido y abrazado a cada paso. Satisfecho, accedía a cuanta foto le pedían.
Exultante, Macías señaló que, desde el primer día, la OSEM mantenía una inquebrantable vocación como difusora de la música mexicana y, ante la insistencia del público, ofrecieron como encore el Vals Poético del mexiquense Felipe Villanueva. "Eso, es cierto me voy, muy emocionado y agradecido", me confió Bátiz. La ovación, fue interminable.
¡Larga vida a esta gran familia que es la OSEM!