Las miradas infantiles —sin importar estrato social o condición— se iluminan por igual ante la ilusión de ser premiados por su buen comportamiento, en medio de una emergencia sanitaria que parece no tener fin.
Los anhelos infantiles se dirigen a Santa Claus, el personaje barbado de color blanco, enfundado en un traje rojinegro y botas gruesas que a bordo de un trineo halado por renos recorre el Mundo repartiendo alegría a todos los niños.
En las ciudades, los buzones se llenan de cartas para Santa, quien vive en el Polo Norte y las recibe para satisfacción de aquellos que mantienen la tradición de solicitar sus regalos ante su buena conducta y obras.
Reynosa no es ajena a la tradición en las calles y barriadas de las colonias, los niños perciben la cercanía de la Nochebuena y la Navidad y se esmeran en obedecer a sus papas, y hacer méritos suficientes que se reflejen en la entrega de regalos que serán depositados al pie del árbol navideño en casa o al pie de su cama.
El Servicio Postal Mexicano se convierte en una suerte de antesala del taller de Santa Claus, su correspondencia es aquí recibida y depositada en los buzones para que los niños tengan la certeza de que van rumbo al Polo Norte para ser resueltas en sus peticiones de juguetes.
Deban y Huguito son unos niños que han decido qué le pedirán a Santa Claus: Una bicicleta, muñecas y ropa, pues –afirman- se han portado muy bien todo el año.
Sus miradas se encienden con esperanza y alegría de saber que su carta y deseos serán atendidos, pues su buena conducta es el aval necesario para lograr las peticiones hechas por escrito, para efectos de formalidad.
Juguetes de toda clase y manufactura, ropa y artículos con los cuales los niños puedan jugar y divertirse son el contenido de las cartas que los niños han escrito y que, en una cuenta regresiva de expectativa, solo esperan el momento de ver sus presentes y abrirlos e iniciar la sorpresa.