Serían como las 8 de la mañana del día 7 de noviembre de 1789, cuando el “salvaguarda” Joseph Joaquín Jiménez se presentó ante la justicia mayor de la villa de Nuestra Señora de Guadalupe de Reynosa, Juan Antonio Ballí. Esta persona le dijo que habían llegado a esta villa dos hombres con documentación y títulos de soldados, uno de ellos como cabo de escuadra y el otro como soldado distinguido. Esto estaba asentado en el pasaporte que presentaron los dichos sujetos ante el juzgado de la villa. En tiempos de la Colonia, un pasaporte podía ser un simple documento o licencia que el alto mando extendía a sus militares, a veces marcando su itinerario para que en los lugares se les asistiera con alojamiento y bagajes.
Por cierta malicia del guardia, encontró siniestro todo lo que dichos soldados venían vociferando, de tal modo que al verificar el pasaporte resultó ser falso. Considerando que el hecho era de tanta gravedad, le pidió al juez le auxiliara juzgar a dichos fingidos soldados; le solicitó conseguir que, con sagacidad, pudiera sacarles la escondida verdad. Además, era importante dar cuenta al señor gobernador de esta provincia, para que se determinara lo mejor en esta situación.
Las declaraciones de Refugio BocanegraEl juez inmediatamente mandó se le diese el auxilio que pedía el “salvaguarda”, enviándole cuatro hombres de esta villa para que los presentaran en este juzgado y se les tomaran sus declaraciones por separado. Se llevó a ambos detenidos ante el juzgado donde se les recibió el juramento por lo que se les pidió hacer la señal de la cruz ante dios, prometiendo decir verdad en lo que supieren y les fuere preguntado.
El primero dijo llamarse Refugio Bocanegra, quién era un hombre de 34 años de edad y originario de Vallecillos en el Nuevo Reino de León. Al preguntarle si le constaba que la firma del pasaporte era la del señor comandante don Juan de Ugalde y que la hubiese hecho con su propio puño y letra, contestó que dicha firma no fue hecha por tal señor comandante, ni mucho menos de su puño y letra. Cuando se le preguntó el por qué había tenido tal atrevimiento de falsear dicha firma de tal superioridad y distinción; y así como también si él lo ejecutó, a lo que contestó que tuvo la osadía de hacerlo por el interés de sacar 4 cargas de harina de la villa del Saltillo.
Esta mercancía la adquirió de esta forma para obtener una general libertad para su expendio. Declaró que el documento no lo hizo con su mano, pues no sabe ni leer y escribir. El escrito se lo hizo y lo firmó Juan Joseph Saldívar, quien era originario del Real de las Sabinas, un vago de esta provincia del Nuevo Santander y de otras también.
- Detalle de mapa de la Costa del Seno Mexicano y la Sierra Gorda a finales del siglo XVIII, donde se incluyen los pueblos visitados en esta historia. Mapa del AGN.
Informó que la harina no la había sacado con guía y que la condujo hasta el rancho de La Vaquería, en la jurisdicción de la villa de Burgos. Ahí se la entregó al caporal de dicho rancho, dándole una carga para que expendiera las otras tres en esa área de la colonia, mientras que hacía el viaje de regreso. Cuando se le preguntó, si la había conducido con sus propias mulas o había contratado a alguien, respondió que había contratado flete con Joseph Antonio Trejo, un vecino de la villa de Santander (hoy Jiménez).
Al serle preguntado si se había valido de la falsa autoridad que le daba el pasaporte con algún justicia, administrador de algún estanco o en otras cosas de menor utilidad, respondió que del citado rancho de Vaquería salió para Burgos en donde estuvo dos días y en donde el justicia lo auxilió con un caballo. En las villas de la Nueva España, el justicia o justicia mayor era la máxima autoridad ante el gobierno de la Corona.
De ahí pasó para el Real de San Nicolás donde presentó su pasaporte al justicia de ese lugar y donde permaneció solo un día. Partió para la villa de Cruillas donde presentó de nuevo su pasaporte al justicia de ese lugar quien le brindó hospedaje y le suministró un peso. Ahí permaneció cinco días, donde estuvo esperando dos caballos de remonta que le hizo traer el señor teniente don Joseph Antonio de la Serna. Se apropió de ellos y regresó el que se le prestó en Burgos.
De ahí partió para la villa de San Fernando, trayendo consigo una carta a cordillera y otra que remitía al comandante Ugalde, que más tarde presentaría en Reynosa. Pasó por el rancho de Santa Teresa donde les pidió a los vaqueros un guía, que los condujo hasta el rancho Guadalupe y de ahí partieron sin él para Reynosa.
El compañero que venía con él lo sacó de la villa de Saltillo, sirviéndole por un salario de $6 pesos al mes. No cargaba ninguna cosa ajena a excepción de los dos caballos que le habían dado en Cruillas y se los había entregada al “salvaguarda”. El Juez ordenó se pusiese a este reo declarado en prisiones con un par de grillos.
La declaración de Nicolás GonzálezEn ese mismo día, el Juez Juan Antonio Ballí mandó traer ante su presencia al acompañante de Bocanegra, Nicolás González. Este era un hombre de 26 años de edad, quien había sido soldado de la compañía del Presidio de Anhelo (más bien un puesto militar con una compañía residente), licenciado o relevado por el señor comandante Juan de Ugalde desde el año anterior de 1788. Cuando se le pregunto por su licencia, respondió la había dejado en su casa.
Sobre el pasaporte que traía Refugio Bocanegra aclaró que solo sabía que los había preparado Juan Joseph Saldívar, un vecino del Real de las Sabinas, pero no lo había visto hacerlo. Nicolás explicó que cuando llegó al lugar donde habían hecho el pasaporte y otros papeles ya los habían doblado, pero que después le leyeron y escuchó su contenido. Aunque ya no era soldado, acompañó a Refugio en esos términos poque le ofreció darle $6 pesos cada mes y los alimentos.
Una vez que escuchó leer el pasaporte, le reclamó a Bocanegra por haberlo incluido como soldado en el pasaporte. Pero éste le respondió que era la forma en que lo podía ayudar para llevar la harina. Le explicó que vendiéndola en la villa de Reynosa le pagaría. Aunque lo había puesto como soldado, Bocanegra le dijo que le valiera, pues él iba a responder por lo del pasaporte.
Nicolás mencionó que la harina la habían dejado en el rancho de Vaquerías, en la casa del caporal Miguel Cantú. No sabía si estaba vendida o guardada, pero entendía había sido traída en flete por un hombre del cual desconocía su origen.
Nicolás González narró que en ese rancho de Vaquerías se apropiaron de un caballo prieto que tenía el fierro del Presidio de Aguaverde (en Coahuila), para después pasar a la villa de Burgos en donde se presentaron ante el Juez (justicia mayor), quien los auxilió con un caballo. Estas dos bestias después las dejaron en el rancho de don Manuel Ballí, en donde se les dieron dos caballos con los que cruzaron para el Real de San Nicolás. Ahí solo se presentaron ante la justicia para seguir a la villa de Cruillas, desde donde regresaron los dos caballos con un vecino de Burgos, llamado Martín González.
Ahí se quedaron hospedados cinco días, proveyendo el justicia un peso como apoyo. También recibieron dos caballos de la remonta del teniente don Joseph Antonio de la Serna, en los que marcharon para la villa de San Fernando para Reynosa, pasando por Santa Teresa y la estancia de Guadalupe.
Encontrándose la justicia mayor de Reynosa, Juan Antonio Ballí, en cama y los regidores de la villa ausentes de la villa, se le pidió al procurador Joseph Thomas de Tijerina para que cuidara los reos, poniéndoles centinelas. Visto lo grave del delito, el Juez determinó que debían enlistarse tres vecinos de la villa como guardias para conducir los reos a la villa de San Fernando. Desde allí seguirían por cordillera hasta la capital de la provincia.
Al día siguiente 8 de noviembre de 1789, el procurador de la villa notificó al justicia mayor que los reos se habían ido a las 11 de la noche anterior, a pesar de los grillos y del cepo que los aprisionaba. En una próxima nota contaremos sobre la fuga de los dos individuos y el intento por recapturarlos y procesarlos.