Cd. de México
Ya pasaron 50 años del considerado evento contracultural masivo más célebre en la historia de México, parteaguas de la escena del rock en el País, y aún se considera que los hechos siempre se fundieron con los mitos, lo cual ha contribuido a que las generaciones posteriores adoraran ese encuentro como una fábula que todos han hecho suya.
Cada asistente, e incluso quienes no acudieron, ha ido dando un testimonio muy particular de aquellos días, sobre todo porque, de la doble jornada de actividades que comenzaron la mañana del sábado 11 de septiembre de 1971 y concluyeron unas 24 horas después, se documentó y grabó poco material, de escasa calidad, pese a que el festival fue transmitido en vivo a toda la República por la radio.
La réplica mexicana al popular Woodstock de dos años antes permanece en la memoria como un símbolo, un estandarte imborrable de la censura y represión que vivían jóvenes y estudiantes. Pese a sus muchas limitantes o alteraciones de última hora en la organización, prevalecieron el culto a la convivencia en libertad, el disfrute de "la otra música" (rock, blues, sicodelia) en un ambiente natural, los pasajes de drogas, desnudez y amor libre.
El Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, así bautizado porque el movimiento rockero era mal visto por las autoridades de la época y por buena parte de la sociedad, se vinculó a una competencia deportiva para salir avante. En esa zona de Valle de Bravo, Estado de México, se celebraban carreras de autos y de lanchas. Al final, la carrera programada no se llevaría a cabo porque la cantidad de gente, que llegó de todas partes del territorio nacional, desbordó las previsiones: acamparon donde pudieron, hasta en la carretera; acabaron con la comida y bebida en los pueblos aledaños.
El imaginario colectivo atesora ese caótico ritual, desde la llegada hasta el regreso de una multitud que se suele cifrar entre 100 mil y 500 mil personas, como un fin de semana cautivador y único, a salvo de cualquier matiz perfeccionista. Se trató del germen de infinidad de bandas de rock que vinieron después para pelear a guitarrazos, en escenarios clandestinos, contra un sistema paternalista e intolerante. Acabaron por imponerse al rigor de la cerrazón. Al totalitarismo del estado. Pero decenas de artistas pagaron un precio muy alto por la causa. "La represión se vino después del Festival de Avándaro. Nuestro querido gobierno vio que en el 71 se juntó un chingo de gente para escuchar rocanrol. En junio fue la bronca de los Halcones y seguía presente en la memoria la matanza de Tlatelolco también.
Por eso dijeron: 'No vaya a ser que cuando estén reunidos estos cabrones, un wey diga que vayan contra Palacio Nacional'", opina Álex Lora, en entrevista. Donde hoy hay hoteles y residencias de descanso, ayer hubo mariguanazos y llamados a defender el peace & love en un mundo sumido en tensión, en crisis, en guerras y en anarquía.