SAN DIEGO — El cálculo es de Feeding America, que coordina los trabajos de más de 200 bancos alimenticios de todo el país, y revela hasta qué punto la inseguridad alimenticia abarca todos los sectores de la vida, incluidos los militares.
El alcance real del problema es tema de debate ante la ausencia de estudios formales. Pero activistas dicen que existe desde hace años y que afecta mayormente a soldados rasos con hijos.
“Es una verdad asombrosa que todo el mundo conoce en los bancos alimenticios de Estados Unidos”, señaló Vince Hall, de Feeding America. “Y es una verdadera vergüenza”.
La organización estima que el 29% de los soldados rasos cayeron en la inseguridad alimenticia en el año pasado.
“Las cosas son como son”, expresó James Bohannon, soldado de la Marina basado en San Diego que recibe ayuda alimenticia para dar de comer a sus dos hijas.
“Sabes en lo que te metes cuando sirves en las fuerzas armadas”, agregó, mientras salía en su auto de un centro de distribución de ayuda alimenticia a miembros de las fuerzas armadas manejado por la Asociación Cristiana de Jóvenes. “Pero no voy a mentirle, es algo muy duro”.
Los soldados rasos no solo ganan poco, sino que son trasladados a menudo, lo que hace que a sus esposas les cueste conseguir un trabajo estable. Por otro lado, la cultura interna de autosuficiencia de los militares los inhibe de hablar de sus dificultades.
El problema se ve exacerbado por una poco conocida norma del Departamento de Agricultura que impide a miles de soldados acceder al programa de cupones alimenticios del gobierno.
“Es algo que la gente no sabe”, expresó el senador Tammy Duckworth, un demócrata que fue piloto de la Fuerza Aérea y perdió sus dos piernas al estrellarse su helicóptero en Irak. “Somos las fuerzas armadas más poderosas del mundo, pero muchos de nuestros soldados de las categorías más bajas, si están casados y tienen hijos, pasan hambre. ¿Cómo puedes enfocarte en tu misión y en defender nuestra democracia si no sabes si tus hijos van a poder cenar esta noche?
Meredith Knopp, CEO de un banco alimenticio de San Luis y quien sirvió en el Ejército, dijo que todas las ramas de las fuerzas armadas tienen este problema. Recuerda una ocasión en la que un soldado joven nuevo con un bebé le pidió ayuda.
“Estaban a punto de cortarle el servicio eléctrico porque no podía pagar”, relató. “Fue algo que no esperaba”.
Tal vez el mejor indicio de la gravedad del problema es la existencia de una red de organizaciones caritativas como los servicios de la Asociación Cristiana de Jóvenes para miembros de las fuerzas armadas y Blue Star Families, que operan bancos alimenticios cerca de la mayoría de las bases militares del país.
San Diego bien podría ser uno de los epicentros de este fenómeno. El costo de la vivienda es alto y hay varias bases. Para Brooklyn Pittman, esposa de un soldado de la Marina, Mattew, el traslado de Virginia Occidental a California la llenó de angustia.
“Teníamos algunos ahorros, pero cuando vinimos aquí, fue duro”, relató la mujer. “Todavía teníamos que pagar préstamos estudiantiles y todo lo demás”.
Los ahorros se esfumaron rápidamente y no llegaban a fin de mes. Su trabajo cuidando perros no alcanzaba para compensar el déficit que tenían. La pareja llegó a considerar dormir en su auto en la base hasta cobrar el próximo pago.
La de Pittman fue una de 320 familias que buscaron la ayuda de los servicios de la Asociación Cristiana de Jóvenes para miembros de las fuerzas armadas a fines de octubre. La organización lleva diez años ofreciendo estos servicios, pero cuando empezó la pandemia, amplió su alcance, operando 11 centros comparados con los seis de antes, y duplicando la frecuencia de sus entregas de alimentos en San Diego.
Las opiniones sobre el estigma que representa la búsqueda de asistencia entre los militares varían.
Kelly Klor, de Blue Star Families, recuerda un período duro que vivió hace 13 años, siendo una joven madre cuyo esposo acababa de enrolarse en las fuerzas armadas en Texas. Trataban de evitar gastos innecesarios y nunca comían afuera. Pero dependían de WIC, un programa militar parecido al de los cupones alimenticios de la población en general, que ayuda madres e hijos, para comprar la costosa fórmula para su pequeña bebé.
“Me daba vergüenza sacar mi cupón”, relató. “Pero, al mismo tiempo, me preguntaba por qué es tan duro esto”.
Dice que hablar de los problemas financieros era tabú entre los militares, aunque sospecha que mucha gente se encontraba en la misma situación.
“Era algo de lo que no se hablaba”, señaló.
Maggie Meza, representante de Blue Star Families en San Diego, en cambio, dice que los problemas económicos eran algo conocido por todos y generaba solidaridad entre las familias de los militares.
“Era como decir, ‘tu esposo es sargento, el mío es sargento. No tenemos un centavo. Busquemos cosas gratis’”, manifestó.
Uno de los aspectos más extraños del problema es una misteriosa regulación del Departamento de Agricultura que impide a los militares recibir los cupones alimenticios a los que tiene acceso toda persona de bajos recursos.
“Nadie sabe por qué sigue vigente esa ley”, comentó Hall, de Feeding America.
El asunto es algo más que un problema humanitario. Afecta la seguridad nacional, según Josh Protas, vicepresidente de MAZON, una organización que ha investigado el tema de la pobreza en las fuerzas armadas.
Los soldados que enfrentan inseguridad alimenticia son más proclives a distraerse y difícilmente duren mucho tiempo en las fuerzas armadas, afirmó. Esto puede privar a los servicios militares de una importante fuente de reclutamiento, ya que es común que los hijos de los militares sigan los pasos de sus padres y sirvan en las fuerzas armadas.
“Esto se hace sentir en el reclutamiento” de personal, dijo Protas. “Podemos estar perdiendo gente buena porque no pueden alimentar a sus familias”.
Protas sostiene que le Pentágono hace la vista gorda.
“El estado de negación del Pentágono es frustrante”, manifestó. “Nuestros líderes se sienten avergonzados de admitir el problema”.
La falta de interés del Pentágono, por otro lado, contribuye a que no haya estudios adecuados del problema, de acuerdo con Colleen Heflin, profesora de administración pública de la Universidad de Syracuse.