Décadas antes, Hugo Torres fue guerrillero en la lucha contra el dictador Anastasio Somoza. En 1974 tomó como rehenes a un grupo de altos funcionarios y después los intercambió por varios camaradas encarcelados. Entre ellos estaba Daniel Ortega, un marxista condenado por atracar un banco y que con el tiempo se convertiría en el mandatario autoritario de Nicaragua.
Y un domingo a mediados de junio, dentro de una campaña para sofocar cualquier atisbo de oposición, Ortega mandó detener a su antiguo salvador.
“La historia está de nuestro lado”, dijo Torres en el video, subido a medios sociales. “El fin de la dictadura está próximo”.
Pero la historia reciente no está del lado de Torres. En los últimos meses, los dictadores han crecido en número y hecho demostraciones de fuerza, mientras la libertad retrocedía en el mundo.
La lista es sombría: una draconiana persecución en Nicaragua, una sangrienta represión en Myanmar, un aumento del control de Beijing sobre Hong Kong.
Pero el retroceso de la democracia comenzó mucho antes de 2021, con una larga serie de países donde el sistema democrático se ha abandonado o restringido, o donde los líderes elegidos de forma democrática no ocultan su autoritarismo.
2020 fue “otro año de declive para la democracia liberal”, indicó en un reciente reporte el V-Dem Institute, un centro de estudios con sede en Suecia. “El mundo sigue siendo más democrático de lo que era en las décadas de 1970 y 1980, pero el declive global en la democracia liberal ha sido drástico en los últimos 10 años”.
Se suponía que no sería así.
A finales del siglo XX y principios del XXI, un país tras otro hicieron la transición al gobierno democrático. La Unión Soviética se derrumbó. Los países del este de Europa controlados por Moscú se independizaron. En América Latina, décadas de dictaduras militares dieron paso a elecciones. Una oleada de democratización recorrió África, desde Sudáfrica a Nigeria o Ghana.
“Tuvimos el mayor número de democracias jamás existente en el mundo”, dijo Sheri Berman, profesora de ciencias políticas en la Facultad Barnard, Universidad de Colombia.
Pero apenas unos años más tarde, empezaron las complicaciones.
Quizá el mundo fue demasiado optimista.
“Hace falta mucho para que la democracia funcione”, dijo Berman.
Los tiempos duros y la inestabilidad son el caldo de cultivo de los autoritarios.
El experimento de Rusia con la democracia, por ejemplo, fue breve tras el colapso de la Unión Soviética. Un penoso nivel de vida, la debilidad del liderazgo de Boris Yeltsin y las disputas entre empresarios sin escrúpulos y nuevos oligarcas por controlar las empresas estatales allanaron el camino a Vladimir Putin.
Entonces llegó la crisis financiera de 2007-2008, que se hizo sentir en todo el mundo. En Estados Unidos, los bancos se vieron al borde de la quiebra. En la Unión Europea, los problemas de Estados Unidos contribuyeron a una deuda de crisis que arrastró a un país tras otro.
Esos problemas financieros, combinados más tarde con las tormentas políticas del gobierno del expresidente de Estados Unidos Donald Trump y las agrias negociaciones sobre la salida británica de la Unión Europea, hicieron que la democracia liberal pareciera una apuesta arriesgada.
“Cuanto más atractivos se ven Estados Unidos y Europea, mejor es para la gente que lucha por la democracia”, dijo Berman. Y lo contrario también es cierto.
La frustración ha ido en aumento. Un estudio del Pew Research Center en 2019 sobre 34 países mostró una mediana de un 64% de gente que creía que los cargos electos no se preocupaban por ellos.
Hoy, un hombre como Viktor Orban puede verse atractivo para muchos votantes.
Orban, el primer ministro de Hungría, que regresó al poder tras la crisis financiera impulsado por un electorado que desconfiaba de la élite política tradicional, habló con orgullo de liderar una democracia “antiliberal”.
Ahora describe Hungría como un “sistema de cooperación nacional”, un proceso que ha coartado el sistema judicial, reformado la constitución y dado un inmenso poder al mandatario y a su partido. Gran parte de los medios del país forman parte ahora de la maquinaria a favor de Orban.
En ocasiones, se imponen tantas multas a los partidos rivales que se quedan al borde de la bancarrota.
El mundo tiene varios líderes similares. Algunos son autoritarios sin miramientos. Otros están en la a veces incierta gama política entre la democracia sólida y el estado monopartidista.
Están Putin en Rusia y Recep Tayyip Erdogan en Turquía. Está Rodrigo Duterte en Filipinas.
La pandemia ha acelerado el declive democrático en África, según los académicos. En países como Etiopía y Zimbabue se pospusieron elecciones o se silenció a opositores.
Pero en un mundo donde, a menudo, la democracia nada contra la corriente política, los académicos también ven algunas buenas noticias. Sólo hace falta una perspectiva histórica más amplia.
Hace 80 años había quizá 12 democracias plenamente funcionales. Hoy, el Índice de Democracias de la Economist Intelligente Unit enumera 23 democracias plenas, y casi la mitad del planeta vive en alguna forma de democracia.
Después están las protestas, quizá el indicio más visible del ansia por un régimen democrático.
Miles de rusos inundaron este año las calles después de que el líder opositor Alexei Navalny fuera encarcelado. La vecina Bielorrusia se vio conmocionada por meses de protestas desencadenadas en 2020 tras la reelección del presidente, Alexander Lukashenko, en un resultado electoral ampliamente considerado como amañado. Las protestas políticas son habituales en Polonia y Hungría.
Estas protestas suelen fracasar. Las manifestaciones en Rusia y Bielorrusia, por ejemplo, terminaron con fuerte represión policial.
Pero los politólogos señalan que incluso las protestas reprimidas pueden ser importantes chispas políticas.
Además, en ocasiones tienen éxito.
En Sudán, las protestas masivas de 2019 contra el presidente autócrata Omar al-Bashir llevaron a que fuera derrocado por el Ejército. El país está ahora inmerso en un frágil camino hacia la democracia.
En un reporte reciente, la organización con sede en Estados Unidos Freedom House vio un atisbo de esperanza en las sanciones de la Unión Europea contra el régimen bielorruso y en cómo periodistas y blogueros exiliados de Asia Central continuaban con su labor. Mientras tanto, en Hungría, Orban afronta una oposición inesperadamente unida.
Algunos académicos también ven signos alentadores en la forma en la que el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha tendido la mano a algunos aliados veteranos del país, revocando la estrategia del gobierno de Trump.
El reciente viaje de Biden a Europa fue “un intento de movilizar a los socios democráticos de Estados Unidos” contra el autoritarismo, dijo Torrey Taussig, experto en autoritarismo y política del poder en la Facultad Kennedy de Harvard.
De modo que, quizá, el viejo revolucionario detenido en Nicaragua sí tiene motivos para el optimismo.
“Esto son zarpazos desesperados de un régimen que se siente moribundo”, dijo Torres en el video antes de su detención.
Quizá. De momento, y mientras avanzaba el verano, él seguía encarcelado.