CIUDAD DE MÉXICO
Después de nueve años de búsqueda, Sandra Luz Román sigue sin encontrar a su hija Ivette Melissa Flores Román, desaparecida el 24 de octubre de 2012 en Iguala, Guerrero, a los 19 años. Y es por eso que ahora, decidió recurrir a las instancias internacionales.
Acompañada por la organización Litigio Estratégico en Derechos Humanos (Idheas), presentó el caso de la desaparición de su hija ante el Comité de Naciones Unidas para la eliminación de la discriminación contra las mujeres (Comité CEDAW). Ella busca evidenciar la desigualdad y la violencia de género que rodean a las desapariciones de mujeres en el país.
Juan Carlos Gutiérrez, director de Idheas, explica que la denuncia por el caso de la desaparición de Ivette Melissa se presentó ante el CEDAW porque no hay condiciones para garantizar el acceso a la justicia en México.
“A nivel del estado (Guerrero) no hay abierta ninguna carpeta (de investigación), todo está a nivel federal”, dice. A pesar de que un juez dio la orden a la Fiscalía General de la República (FGR) de investigar con perspectiva de género, esto no ha ocurrido. “Por eso, decidimos que había que presentar el caso al CEDAW”, agrega el abogado.
La resolución del caso sería la primera que emita este órgano de expertas internacionales por la desaparición de una mujer en el mundo, y la segunda que recibiría México; la primera fue en 2017 por el feminicidio de la joven veracruzana Pilar Arguello Trujillo.
En México, las desapariciones enmarcadas en la violencia del crimen organizado, como es el caso de la de Ivette Melissa, no son investigadas; mucho menos las de mujeres, pues se inscriben, además, en un contexto de la violencia de género normalizada.
La desaparición de Ivette Melissa fue un crimen anunciado: “Ella vivía con miedo”, dice su madre. Cuando se embarazó, a los 16 años, se fue a vivir con su esposo, a casa de su suegro, que en ese momento tenía un cargo de mando en la policía estatal. Ahí, Ivette era víctima de violencia física y estaba prácticamente aislada. “Cuando estaba embarazada, le pegó muy feo su marido. Estuvo dos días conmigo, y ya fueron a recogerla”, recuerda Sandra Luz Román.
Fue hasta finales de 2010, cuando la bebé de Ivette tenía un año, que la joven regresó a casa de la señora Román. “Ella me dijo que la iban a liberar. A mí no se me hizo sano que usara esa palabra de liberar, así es que le pregunto: ‘Bueno, pues qué, ¿estás secuestrada?’, ‘No, no, pero manda mi suegro y pacté con él, así es que en el cumpleaños de mi hija, yo me voy’”, le dijo Ivette Melissa.
Desde ese momento, la señora Román empezó a notar que el suegro mostraba un interés particular en su hija, y ella le decía que sus cuñados la seguían y amenazaban.
A inicios de septiembre de 2012, las amenazas fueron más recurrentes; Sandra Luz decidió mandar a su hija y a su nieta a Querétaro. Quince días después, su suegro las localizó y por eso regresaron a Iguala.
La noche del 24 de octubre de 2012, un grupo de personas armadas irrumpió en la casa de Sandra Luz, cuando ella apenas había salido; rafaguearon el inmueble y golpearon a otro de sus hijos, antes de llevarse a Ivette. El auto en el que huyeron con la joven iba escoltado por patrullas de la policía municipal de Iguala, según alcanzó a ver la otra hija de la señora Román.
“Nadie vino a levantar los casquillos, ningún ministerio público vino a ver qué había sucedido, ni los soldados ni la policía”, recuerda la señora.
De inmediato, fueron a la agencia del ministerio público de Iguala, pero no lograron tramitar la denuncia. En la agencia un funcionario les dijo: “Les voy a levantar una carta de derechos, pero muy sencillo. Lo que es: que se la llevaron y punto. Nada que si (fueron) policías, porque si les hacemos la denuncia, saliendo les van a matar”.
Días después, al increpar a su consuegro, éste le admitió que Ivette Melissa “le había gustado a sus jefes”, y que por eso se la habían llevado.