CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Tiene apenas 19 años y tiene atrofiado el olfato; el combustóleo le quemó las fosas nasales, comentan sus amigos. El joven piquetero se ríe. Dice que uno de los síntomas del covid-19 es la pérdida de olfato.
Lleva tres años perforando ductos con el teco, una herramienta hechiza con la que suele abrir la válvula de Pemex para que no haga chispa. A su mirada vidriosa la acompaña una carcajada que, de no ser por un sucio cubrebocas, dejaría ver su maltratada dentadura de la que sólo queda un hilo blanco a la mitad.
Su compañero halcón, quien está más lejos, comenta que los problemas del piquetero son resultado de la gasolina que extrae de los ductos de Pemex. Y aclara: inhalarla “no es como jalarle las patas al diablo –en alusión a fumar mariguana, que adormece–, es más como estar bien jalado por el LSD”.
Estos morros piqueteros y halcones son expertos tanto en el consumo de la droga como en la extracción de crudo, más cuando éste se transforma en una línea verdiazul que escurre por la maleza cuando el metal por donde corre el combustóleo no se abre o cierra bien.
Su respuesta es lacónica. Habla poco, pese a que ya agarró confianza luego de varios encuentros.
Un tío suyo falleció cuando la explosión de Tlahuelilpan, este poblado donde el 18 de enero de 2019 un ducto estalló y dejó 137 muertos, cuando una perforación quedó abierta y la gente, con días de sequía de combustibles, empezó a recolectar el líquido hasta que la parcela de San Primitivo se convirtió en un infierno. Su cuerpo quedó completamente calcinado. Tardaron varios días en identificarlo.
Ese día el joven halcón descubrió en los ojos la muerte.